La Nación
Kenneth Rogoff Para LA NACIONCAMBRIDGE.- Tal vez sea un sueño imposible, pero podría ser que la catástrofe producida por el vertido de petróleo de British Petroleum (BP) en el Golfo de México haga de catalizadora final del apoyo a una política medioambiental americana sólida. Sí, se debe castigar a los culpables, tanto para mantener el convencimiento de los ciudadanos de que la justicia prevalece como para hacer que otros productores de petróleo se lo piensen dos veces antes de correr riesgos descomunales, pero, si eso fuera lo único que resultara de la calamidad del BP, sería la trágica pérdida de una oportunidad para devolver un poco de cordura a la política energética y medioambiental de los Estados Unidos, que ha ido extraviándose cada vez más en los últimos años.
¿Por qué habría de haber alguna razón para la esperanza, en vista, sobre todo, de que la política medioambiental de los Estados Unidos se ha basado en la irrealista creencia de que unas subvenciones relativamente pequeñas para las nuevas tecnologías energéticas pueden substituir a incentivos fiscales a los precios para los productores y los consumidores?
El caso es que el derrame de petróleo de BP está a punto de convertirse en motivo para un cambio de políticas de proporciones históricas. Si los huracanes estivales empujan grandes cantidades de petróleo hasta las playas de Florida y la costa oriental, la explosión política resultante hará parecer muda la reacción ante la crisis financiera.
La irritación es marcada entre los jóvenes. Los que cuentan veintitantos años, ya muy tensos por las tasas extraordinariamente elevadas de desempleo, están dándose cuenta ahora de que el modelo de crecimiento de su país es totalmente insostenible, independientemente de lo que digan sus dirigentes. ¿El renacer de la irritación de los votantes podría reavivar el interés en un impuesto a las emisiones de carbono?
Dicho impuesto, propugnado desde hace mucho por un amplio espectro de economistas, es una versión generalizada de un impuesto a la nafta que afectaría a todas las formas de emisiones de carbono, incluidas las procedentes del carbón y del gas natural. En principio, se puede crear un sistema de límites máximos y comercio de restricciones cuantitativas que obtenga los mismos resultados en gran medida, cosa que parece más aceptable para los políticos, dispuestos a cualquier cosa antes que a usar la palabra "impuesto".
Pero un impuesto a las emisiones de carbono es mucho más transparente y menos propenso a las trampas que se han visto en el comercio internacional de cupos de emisiones de carbono. Puede contribuir a preservar la atmósfera y a disuadir de algunas de las actividades de prospección energética más exóticas y arriesgadas al privarlas de rentabilidad.
Naturalmente, tiene que haber una regulación mejor y más estricta de la extracción energética costera y de zonas de acceso prohibido y sanciones severas para los errores, pero el método de poner un precio a las emisiones de carbono, más que ningún otro, brinda un marco integrado para disuadir de las tecnologías energéticas de la antigua era del carbono e incentivar las nuevas al facilitar la competencia.
Propugnar un impuesto a las emisiones de carbono como reacción ante el vertido de petróleo no debe ser simplemente una forma de explotar la tragedia en el golfo, sino que debe contribuir a financiar un desmedido gasto gubernamental. Se podrían reducir otros impuestos para compensar los efectos de un impuesto a las emisiones de carbono, lo que neutralizaría los efectos en los ingresos o, para ser más precisos, podría substituir el enorme despliegue de impuestos que, de todos modos, habrán de venir, tarde o temprano, en vista de los enormes déficits presupuestarios gubernamentales.
¿Por qué podría ser viable ahora un impuesto a las emisiones de carbono, cuando no lo ha sido nunca antes? Se debe a que, cuando la población puede ver nítidamente un problema, tiene menos capacidad para descartarlo o pasarlo por alto. El calentamiento terrestre gradual resulta bastante difícil de advertir pero, cuando las imágenes de alta definición del derrame de petróleo del fondo del océano se combinan con las de la costa ennegrecida y la fauna y la flora silvestres devastadas, una historia muy diferente podría surgir.
Puede que esté dando muestras de demasiado optimismo al pensar que la tragedia del golfo propiciaría una política energética más sensata que los intentos de moderar el consumo, en vez de buscar constantemente nuevas formas de alimentarlo. Gran parte de la reacción política en los Estados Unidos se centró en la demonización de BP y sus dirigentes, en lugar de pensar en formas mejores de equilibrar la regulación y la innovación.
Es comprensible que los políticos quieran desviar la atención de sus políticas erróneas, pero sería mucho mejor que hicieran un esfuerzo para mejorarlas. ¿Cuántos toques de atención necesitamos?
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Limpieza petrolera
• Son los millones de dólares que, según se estima, podría significar para BP limpiar el crudo que se derramó en el Golfo de México.
© Copyright Project Syndicate, 2010.
El autor es profesor de la Universidad de Harvard y fue economista jefe del FMI