Vicente Palermo
Para LA NACION
La ortodoxia malvinera ha traído, con renovado vigor, una argumentación y una forma de acción que no son en verdad inéditas. Se componen de dos puntos. El primero sostiene que la Argentina está en condiciones de complicar la vida, en el escenario del Atlántico Sur, a británicos tanto como a isleños; el segundo plantea que la Argentina debe hacerlo, porque ésta es la mejor forma disponible de forzar a los británicos a sentarse a discutir "el fondo", esto es, la soberanía de las Malvinas ("y demás islas del Atlántico Sur", por lo general se agrega).
¿Se trata, acaso, de una argumentación paradójica? ¿Dañar al otro para disponerlo a hacer lo que creemos que nos conviene? Pero es este modo de razonar el código de sentido de muchísimos artículos, a la hora de tener que ofrecer un camino para "recuperar las islas". Así, ahora que muchos creen (no es mi caso) que las Malvinas flotan sobre un océano de petróleo, la aplicación de este argumento nos explica que la Argentina, al negar toda facilidad logística para la exploración y explotación petroleras, va a estimular en los británicos la disposición a negociar.
Lo cierto es que si esta estrategia de rendir por hambre la plaza sitiada no es la línea oficial argentina en la materia, se le parece bastante: a lo largo del tiempo, la Argentina ha "apretado" a los isleños en diversas cuestiones: vuelos, verduras frescas, pesca, turismo, petróleo, etcétera. El complemento de este modus operandi es el reclamo "más intenso" -ya no hay grandilocuencia que resulte suficiente - ante cada paso que isleños o británicos dan en el área.
No voy a decir que esta política es perfectamente inútil para recuperar la soberanía sobre las islas Malvinas, porque ése no es mi problema (y no lo es, no quiero hacerme el distraído, aun sabiendo que nuestra Constitución tiene una cláusula transitoria que reza que la recuperación de los archipiélagos constituye un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino). Sí afirmo que la Argentina redondamente no tiene política en el Atlántico Sur. No está defendiendo el mejor interés argentino (que no es, en mi opinión, obcecarse en discutir sí o sí soberanía). Y que esa ausencia de política se hace patente cada vez que isleños o británicos mueven un dedo.
Estoy convencido de que la Argentina podría tener una política dinámicamente orientada en la defensa de sus intereses si dejara de lado todos sus tics impuestos por considerar a las Malvinas como una causa nacional, como un mandato, como un componente de identidad, como una cuestión de todo o nada, como una misión sagrada y, por tanto, innegociable y de enorme poder simbólico. Si se olvidara de sus tics (estos días han estado repletos de ellos) y se dispusiera a reabrir el paraguas de soberanía y a reconocer a los isleños como sujetos con intereses y deseos.
Se requiere más debate y menos ritualidad si queremos convertir el Atlántico Sur es un escenario de integración argentina en el mundo, no en una fábrica de frustraciones.