(Opinión) ZOELLICK (BANCO MUNDIAL): EL FIN DEL TERCER MUNDO
Robert B. Zoellick
Para LA NACION
Así como se acepta como dato histórico que en 1989 llegó a su fin el llamado Segundo Mundo con la caída del comunismo, puede decirse que en 2009 le llegó la hora a lo que se conocía hasta ahora como Tercer Mundo, puesto que nos encontramos en el medio de una nueva economía mundial multipolar, en constante cambio y en la que Norte y Sur, Este y Oeste son simples puntos cardinales y no aluden como en otros tiempos a determinados sistemas económicos predestinados.
Es cierto que la pobreza persiste todavía, y también que es preciso combatirla. La situación de los Estados fallidos persiste, a su vez, y hay que abordarla. Los problemas mundiales se están intensificando, y no queda sino afrontarlos. Pero la manera de tratar estos asuntos está cambiando.
Las antiguas categorizaciones de Primer y Tercer Mundo, de donantes y suplicantes, de líderes y seguidores, ya no tienen cabida en el marco de la realidad contemporánea.
Hoy ya podemos observar las tensiones que afectan al multilateralismo. La ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio y la conferencia sobre cambio climático, realizada en diciembre último en Copenhague, demostraron que será muy difícil llegar a compartir los beneficios y responsabilidades mutuas entre los países desarrollados y los países en desarrollo. Además, esta situación u otras similares se repetirán en varios de los desafíos futuros: agua, enfermedades, migraciones y demografía, y también dentro de Estados frágiles o recién salidos de un conflicto.
Ya no se pueden resolver los grandes temas internacionales sin el aval de los países en desarrollo. Luego de darle cabida a un nuevo foro, como el Grupo de los 20, no podemos establecer una jerarquía nueva e inflexible. Tampoco podremos afrontar este mundo de cambios a través del prisma del Grupo de los Siete.
Los intereses de los países desarrollados, aun cuando éstos actúen con las mejores intenciones, no podrán reflejar la perspectiva de las economías emergentes.
Sin embargo, el multilateralismo modernizante no solo implica que los países desarrollados comiencen a adaptarse a las necesidades de las potencias emergentes. El poder trae aparejada la responsabilidad, casi como una imposición. Los países en desarrollo deben darse cuenta de que ahora son parte de la arquitectura mundial y de que por ese mismo motivo también son parte interesada en el mantenimiento de un multilateralismo saludable.
No podemos permitirnos volver a la geopolítica habitual. Lo que llamamos la "nueva geopolítica de economía multipolar" deberá ser escenario de responsabilidades compartidas y, al mismo tiempo, tendrá que admitir perspectivas y circunstancias diferentes como forma de construir intereses mutuos.
Tomemos el ejemplo de la reforma financiera: está claro que necesitamos una mejor regulación financiera. Pero también habrá que cuidarse de consecuencias inesperadas, como el proteccionismo financiero.
Las regulaciones acordadas en Bruselas, Londres, París o Washington podrían surtir efecto para los grandes bancos, pero también podrían estrangular las oportunidades económicas y el crecimiento de los países en desarrollo. Wall Street expuso los peligros de la imprudencia financiera, por lo que debemos prestarle mucha atención y llevar a efecto, en consecuencia, acciones ejemplificadoras.
Pero la innovación financiera, cuando es utilizada y supervisada de manera prudente, mejora la eficiencia y nos protege contra el riesgo, incluso para el mundo en desarrollo. Una visión populista por parte del Grupo de los 7 podría socavar las oportunidades de miles de millones de personas.
Observemos el ejemplo del cambio climático: la inquietud ecológica puede vincularse con el desarrollo y obtener el respaldo de los países en desarrollo para lograr un crecimiento con bajas emisiones de carbono, pero ello no ocurrirá si esta disminución de la generación de carbono se les impone a la fuerza.
Los países en desarrollo necesitan apoyo y financiamiento para realizar inversiones que conduzcan a un crecimiento menos contaminante. En el mundo hay mil seiscientos millones de personas que carecen de electricidad. Si bien debemos cuidar el medio ambiente, no podemos pretender que los niños africanos hagan sus tareas escolares a la luz de una vela, o negar a los trabajadores africanos empleos en el sector de manufacturas. El desafío consiste en apoyar la transición hacia el uso de un tipo de energía menos contaminante sin sacrificar por ello el acceso universal a la energía, la productividad y el crecimiento, puesto que esto será lo que permitirá sacar de la pobreza a centenares de millones de personas.
Otro ejemplo es la respuesta a las crisis económicas: en un mundo en transición, se corre el peligro de que los países desarrollados se dediquen a la realización de cumbres relativas a los sistemas financieros y de que, en ese tipo de debates, concentren su atención en la mala administración de los países desarrollados, como pudo haber sido el caso de Grecia.
Los países en desarrollo necesitan cumbres y reuniones multilaterales que contemplen las situaciones que afligen a las naciones más pobres.
Escuchar la perspectiva de los países en desarrollo ya no es tan sólo una cuestión de caridad o de espíritu solidario: es también algo que debe ser hecho en función del propio interés. Estos países en desarrollo ahora son fuentes y oportunidades de crecimiento. Se han convertido en importadores de bienes de capital y de servicios provenientes de los países desarrollados. Los países en desarrollo no sólo quieren discutir las razones del alto nivel de endeudamiento que está afectando al mundo desarrollado: también quieren prestarle especial atención a las inversiones productivas en infraestructura y al desarrollo en sus etapas más tempranas. Defienden la existencia de mercados libres, para crear puestos de trabajo y, de esa manera, elevar todo lo que sea posible la productividad y crecer.
Este nuevo mundo reclama instituciones multilaterales rápidas, flexibles y que sepan rendir cuentas, que puedan darles una voz audible para el conjunto de las naciones a los que carecen de ella, a través de recursos que estén siempre listos para usarse.
El Grupo del Banco Mundial tiene que ser necesariamente reformado para poder llevar a cabo este trabajo. Y debe hacerlo de manera continua, y a un ritmo cada vez más rápido.
Esta es la razón por la cual hemos iniciado las reformas más amplias en la historia de la institución, que incluyen un aumento en los derechos de voto y en el peso de la representación de los países en desarrollo.
Aun con estas medidas se siguen necesitando recursos para solucionar los problemas más acuciantes. El Banco Mundial necesita recursos para respaldar la reanudación del crecimiento y hacer que el multilateralismo modernizador funcione en esta nueva economía mundial multipolar.
Si la recuperación no es firme, nos veríamos forzados a mantenernos al margen. Por lo tanto, el Banco Mundial procura lograr su primer aumento de capital en un período de más de veinte años.
En esta nueva economía mundial multipolar, la mayor parte de la autoridad gubernamental seguirá residiendo en los Estados nación. Pero muchas decisiones e influencias se sentirán alrededor, a través de los gobiernos y más allá de ellos. El multilateralismo moderno debe incorporar nuevos agentes, asegurar la cooperación entre los actores nuevos y los ya existentes y aprovechar las instituciones mundiales y regionales para ayudar a disipar las amenazas y aprovechar las oportunidades que sobrepasen la capacidad operativa de los distintos Estados.
El multilateralismo moderno no será un sistema jerárquico, sino que se parecerá más al alcance mundial de Internet, interconectando a cada vez más países, empresas, individuos y organizaciones no gubernamentales a través de una red flexible. Las instituciones multilaterales legítimas y eficaces, como el Grupo del Banco Mundial, podrán establecer un tejido de interconexión que llegue a toda la arquitectura esquemática de este sistema dinámico y multipolar. Debemos respaldar el surgimiento de múltiples polos de crecimiento que nos puedan beneficiar a todos.
Robert B. Zoellick es presidente del Banco Mundial.
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