LA NACION
Juan Gabriel Tokatlian
En 2010 el Gobierno, los legisladores, la oposición, la dirigencia política nacional y provincial, los empresarios, la academia, los civiles, la comunidad de científicos, los sindicatos, las ONG, los militares y la juventud deberían promover un amplio debate sobre la cuestión nuclear.
No sólo 2010 es el año del Bicentenario, sino que también se llevará a cabo la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).
Si bien el país pudo haber tenido en algún momento algunas iniciativas en el campo nuclear y el Estado asumió posturas asertivas en ese frente, nunca se llevó a cabo una amplia y suficiente polémica: la opacidad de los gobiernos autoritarios, la declinación del país y la escasa participación pública durante los mandatos democráticos llevaron a desatender este tema y dejarlo en manos de un reducidísimo número de personas e intereses. El costo social, científico, político, económico y diplomático de continuar por ese sendero es elevado y será enorme y casi irreversible en el futuro.
El tema nuclear está para quedarse en el mundo, y la Argentina tiene que aprovechar esta coyuntura para discutir y diseñar una política nuclear integral, consistente y de largo plazo. Lo que se refiere a esta energía atraviesa una vasta gama de asuntos. El recurso nuclear es vital para la ecuación energética de un país. La decisión de recurrir a fuentes nucleares genera riesgos y beneficios que hay que ponderar con sumo rigor. La capacidad nuclear para fines pacíficos y/o militares es decisiva en la política mundial. El campo nuclear es fundamental para el progreso de la ciencia y la investigación. Los entrelazamientos productivos derivados del uso de la tecnología nuclear pueden ser cruciales para el desarrollo económico.
La posibilidad de avanzar en la fabricación, por ejemplo, de reactores nucleares sofisticados puede ofrecer un producto de exportación con importantes ingresos. Los compromisos nucleares con los vecinos pueden tener un positivo impacto político, económico y diplomático. La distribución de la capacidad nuclear dentro de un país incide sobre las economías regionales, la descentralización administrativa y los aportes fiscales en las provincias. La postura nuclear en el terreno externo es crucial para establecer el sistema de alianzas y para asumir el esquema de amenazas que definen a una nación.
El manejo, el control y la transparencia de la dinámica nuclear en su doble naturaleza doméstica e internacional constituye, entre otras, una señal del nivel de democracia que se posee. El buen o mal manejo que se le dé a lo nuclear puede llevar a la protección ambiental y la no proliferación o a una catástrofe ecológica y a un rearme peligroso.
La Argentina tiene dos centrales nucleares en funcionamiento, una tercera (Atucha II) en construcción y una cuarta en consideración. Aproximadamente, el 13% de la energía del país proviene de la fuente nuclear. Invap ha construido dos reactores nucleares en el país y ha exportado cinco (dos a Perú, y uno, respectivamente, a Argelia, Egipto y Australia). Científicos nacionales han avanzado en la aplicación de tecnología nuclear a diferentes ámbitos que inciden sobre la vida cotidiana de los ciudadanos. El país ha estado apoyando el conjunto de instrumentos y acuerdos que hacen parte del régimen internacional en materia nuclear y ha firmado un importante número de acuerdos de cooperación bilateral en ese frente. Así como la Argentina ha dejado de estimular la proliferación nuclear en el terreno militar, ha sido un protagonista activo en el tema del uso pacífico de la energía nuclear y en la promoción de un desarme efectivo de los países que poseen armas nucleares.
En la actualidad tanto en el sistema global como en el regional, un significativo número de países están adoptando decisiones estratégicas de diverso tipo en el frente nuclear. La Conferencia de Revisión del TNP, que se realizará en mayo, en Nueva York -en medio de la celebración del Bicentenario Argentino-, será un hito trascendental para la comunidad internacional. Bien puede asistirse a un momento de viraje: o el régimen nuclear global se equilibra y avanza o se entra en un sendero delicado y descontrolado.
La Argentina no puede darse el lujo de no debatir a fondo esta cuestión. El resultado de la amplia deliberación podría contribuir a gestar una posición convocante para la política interna y externa. Por el contrario, el silencio, el ensimismamiento y la falta de rendición de cuentas favorecerán a sectores con intereses estrechos que desconocen o malinterpretan el valor de lo nuclear en el siglo XXI. El sigilo, la improvisación y la confusión son garantía de nueva frustración externa y facilitan la presión de ciertos actores internacionales que pretenden preservar un reducido oligopolio de potencias nucleares.
En las actuales circunstancias mundiales y regionales, la Argentina debe a su vez profundizar el tratamiento del tema nuclear con Brasil y con Chile. Hoy, en buena medida gracias a los acuerdos bilaterales entre Brasilia y Buenos Aires, América del Sur es una zona de paz y un ejemplo de no proliferación. Un ABC unido en materia nuclear se convertirá en un protagonista de peso en el encuentro de Nueva York y podría ser un referente clave para la estabilidad y la prosperidad del área.
La Argentina tiene una oportunidad inmejorable de dotarse de una política de Estado en asuntos nucleares: un debate franco, pluralista y realista es una condición esencial para alcanzar esa meta.
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El autor es profesor en el departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella.