La inflación destruye las instituciones económicas
El Cronista
Manuel Alvarado Ledesma Economista ()
La inflación es, hoy, un proceso creciente. Los dos dígitos son una realidad. Así, la economía del país está cada vez más condicionada por ésta. Al modificar las prácticas contractuales y las expectativas, la inflación empuja hacia celebración de contratos de corto plazo. Las transacciones se reducen y se debilitan.
Cuando supera los dos dígitos, las contrataciones se discontinúan y el número de transacciones disminuye, a la vez que determinados mercados enfilan a su extinción. De esta forma, se acentúa la tendencia a la recontratación continua en desmedro de otras formas de contratación articuladas y vinculantes. Las cadenas de valor quedan afectadas y las pujas distributivas priman sobre la competitividad global.
La producción de bienes complejos y diferenciados, a través de procesos productivos caracterizados por lo que se puede denominar alta densidad contractual, se hace particularmente difícil. Si bien la confianza recíproca entre las empresas y el efecto reputación pueden ser amenguar los comportamientos negativos, la realidad es que, cuando la inflación es alta, no resultan efectivos y por ello prima el oportunismo. La inflación despierta lo peor de los comportamientos humanos y estos a su vez la acentúan en una siguiente etapa, en un movimiento circulatorio que se alimenta a si mismo. Las empresas se enferman de relativismo y los contratos tienden a cumplirse en tanto y en cuanto duren los intereses. En suma, la palabra empeñada y el compromiso, como instituciones informales de la economía, entran en agonía.
En este contexto, las industrias con mayores posibilidades de desarrollo son las caracterizadas por procesos continuos, rígidos, con resultados determinados a priori, sujetas a un número bajo de transacciones. Son las que operan con bienes relativamente homogéneos y simples. Clásico ejemplo de ello son los commodities así como aquellas actividades que mayor grado de integración logran. En tal caso, la Argentina tiende a exportar básicamente commodites y las pequeñas y medianas empresas se ven obligadas a sobrevivir en lugar de producir. El premio Nobel de economía Douglass North asigna un papel central al Estado en la protección de los derechos de propiedad. Como la inflación es una de las más crueles formas de reducir estos derechos, la Argentina está en un terreno fangoso donde las instituciones positivas quedan afectadas.
Las instituciones engloban no sólo organizaciones sino también entidades sociales, como la palabra. Cuando los hábitos se convierten en algo común de la cultura social, pasan a ser rutinas o costumbres. Hábitos y rutinas preservan el conocimiento, particularmente el conocimiento tácito y, así, las instituciones operan como hilo conductor a lo largo del tiempo. Siguiendo el razonamiento de North, está claro que aquellas naciones incapaces de reorganizar sus entornos institucionales no han logrado destacarse por su desarrollo. El nivel de productividad en el agro, en la industria y en los servicios, sólo se puede mantenerse, o mejor aún, crecer, mediante la incorporación constante de tecnología y de innovación organizacional, en un cuadro institucional de fuertes cimientos. Lamentablemente, el cuadro frente a nosotros es altamente negativo para las instituciones económicas. Así estamos.
