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Opinión
(Análisis) N. BOTANA: LECCIONES DE LOS PAÍSES VECINOS
22/01/2010
LA NACION
Natalio R. Botana


En los procesos electorales que culminaron en Uruguay con la victoria de José Mujica y el domingo pasado con la de Sebastián Piñera en Chile podemos observar un estadio superior de desarrollo político con respecto a nuestro país. Desde luego son obvias las diferencias entre uno y otro caso. Aunque Piñera haya dicho que "la idea de derecha e izquierda pierde vigencia", a ojos de la opinión el sistema político de Uruguay se movió más hacia la izquierda y el de Chile se desplazó hacia la derecha. El mero hecho de aplicar con soltura las categorías de izquierda, centro y derecha a estas dos repúblicas hermanas es demostrativo del trayecto que aún le falta recorrer a nuestro régimen de partidos. En Chile y Uruguay hay diferenciación entre partidos; aquí, en cambio, reina la confusión.

Con este contraste no pretendemos ocultar las dificultades que han surgido en ambos países en este último año. En Uruguay, las promesas que abre el próximo período presidencial tienen que ver con la capacidad republicana de la democracia para continuar morigerando unas mentalidades forjadas, en su origen, al calor del combate guerrillero. Como recordaba el ex presidente Julio María Sanguinetti en La agonía de una democracia , las estrategias violentas de los Tupamaros erosionaron la legitimidad de un régimen político por muchas razones ejemplar e incubaron una respuesta simétrica que culminó con la instauración de una dictadura.

La cuestión está pues íntimamente vinculada con las tradiciones de tolerancia y pluralismo de la democracia uruguaya. Si esas tradiciones conservan su fortaleza, en tanto creencias arraigadas en los comportamientos políticos y sociales, seguramente este giro a la izquierda, más allá de las políticas concretas que emprendan las nueva autoridades, no perturbará la calidad cívica del régimen democrático.

El electorado dio testimonio en las elecciones de ese cuidado por las formas al no derogar las leyes de amnistía que se dictaron en el primer gobierno de la transición democrática. Curioso Uruguay, tan diferente de la Argentina en éste y otros aspectos: por un lado, una mayoría fervorosa encumbró a la fórmula Mujica-Astori a la presidencia; por el otro, esa misma mayoría fijó límites a la futura acción del Congreso en el referéndum, que se votó junto con la elección de autoridades. Son límites que no sólo atañen a la estabilidad de las leyes, sino que, asimismo, aluden a la continuidad de la política económica del presidente Tabaré Vázquez con la presencia en el nuevo gobierno del vicepresidente electo Danilo Astori.

En todo esto hay un problema de estilos políticos, que Uruguay ha sabido resolver apostando a las enseñanzas de la experiencia y a la lenta y trabajosa acción del tiempo sobre los modos de ser de los liderazgos. "Quiéranse más" (cito de memoria), les dijo el año pasado José "Pepe" Mujica a los dirigentes argentinos, lo cual revela el suelo de la amistad civil sobre la cual se asienta la acción política de los uruguayos. Es un valor que convoca a mejorar los cimientos de aquello que la teoría política denomina "acuerdo en lo fundamental". Cuando ese acuerdo no existe, o se va apagando presa del temperamento hegemónico de los gobernantes, entonces imperan la enemistad y las arrogancias que, en lugar de incorporar, excluyen.

La amistad civil es un concepto que bien podría cuadrar a los chilenos en circunstancias en que el triunfo de Piñera hace funcionar, por vez primera en dos décadas, el resorte de la alternancia democrática. Los veinte años en que gobernó la Concertación de partidos opositores al pinochetismo (con sus cuatro presidentes: Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet) han dado lustre a la democracia en nuestra región. Lustre y ejemplo, porque la experiencia chilena de los gobiernos de la Concertación puso de espaldas a las ilusiones latinoamericanas que revolotean alrededor del populismo y la demagogia. La Concertación en Chile, al igual que las primeras presidencias en Uruguay, nos enseñó que la negociación y los acuerdos de largo plazo son posibles en el contexto de una transición pacífica entre la dictadura y la democracia.

Estas obras de arte político rara vez se perciben, detrás de la catarata de improperios que algunos gobernantes descargan para no asumir la responsabilidad por los propios errores. La situación actual de Venezuela, con un sistema político polarizado, un líder vociferante y una economía sumida en carencias energéticas (en un país petrolero) y escasa provisión de agua, no tiene punto de comparación con la cordialidad y mesura que en Chile mostraron los candidatos una vez conocido el cómputo de los sufragios (al visitar a Piñera para felicitarlo, la presidenta Bachelet dijo que tuvo "ocasión de honrar la tradición republicana"). De nuevo, hay aquí un problema bien resuelto de estilo y encauzamiento de las ideologías hacia metas comunes que conviene destacar. Es el fruto de los principios reformistas y gradualistas que la Concertación mantuvo en ejecución durante un prolongado período.

En veinte años de gobierno -aun con rotaciones de presidentes- el desgaste del poder es inevitable. Este deterioro, si bien no impidió que Michelle Bachelet culminara su mandato con alta popularidad, hizo más rígidos a los partidos y abrió cauce para que irrumpieran nuevos liderazgos al margen de los aparatos partidarios. En el mundo posmoderno hay un culto a la juventud y al ascenso de quienes, provistos de talento mediático, embisten contra las rutinas establecidas. Mucho de esto se reflejó en el curso de una dura campaña electoral. La fatiga de lo conocido es un dato que transforma las democracias -no sólo en América latina- en sistemas en perpetua mudanza. La Concertación, por consiguiente, debe reformularse desde la oposición.

Sin embargo, la velocidad del cambio no impactó con tanto vigor sobre el flanco de la derecha. En este segmento, constituido por dos grandes partidos, ganó el candidato más moderado, el mismo que había jugado su suerte en los anteriores comicios presidenciales hace cuatro años. Superado así el pinochetismo recalcitrante, en el juego entre extremistas y moderados la Concertación ejerció indirectamente un rol pedagógico que obligó a la derecha a moverse hacia el centro del sistema político. El estilo reformista y moderado de la Concertación impregnó la cultura política hasta englobar a los candidatos de derecha. Hoy en Chile la victoria corresponde a quien no quiere volver atrás, sino marchar hacia adelante.

Limpiar de telarañas reaccionarias a la política es pues tan relevante como disipar el horizonte de las pasiones del revanchismo. Estos instintos primarios suelen planear con bastante frecuencia sobre nuestras sociedades. Los guía una suerte de adhesión facciosa a una parte del pasado, como si ese fragmento constituyese toda la realidad del presente y del porvenir.

Estas resurrecciones no construyen. En el peor de los casos, son derivaciones de la venganza revestidas con el manto de la justicia. En Uruguay podrían virar hacia la izquierda y en Chile hacia la derecha. Felizmente no se han producido. Los gestos y las palabras predominantes indican, por el contrario, la presencia de actitudes opuestas. Signos de madurez, pero sería interesante tener en cuenta los efectos que han tenido esas derivaciones entre nosotros por la perniciosa gravitación de la ceguera o del oportunismo.


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