(Opinión) ARGENTINA BICENTENARIA. J.C.MORENO: SÓLO MEDIO CENTENARIO
Sólo medio centenario
LA NACION
Julio César Moreno
El Bicentenario no está lejos. Falta poco para el 25 de Mayo, pero los argentinos están enredados en los problemas y penurias del presente y parecen poco predispuestos a una reflexión histórica de largo plazo o a discernir sobre "el lugar de la Argentina en el mundo".
En todo caso, es la historia del último medio siglo la que golpea con fuerza en todas las puertas, ya que concierne a por lo menos dos generaciones y una tercera que asoma, y que en conjunto componen la actual población del país.
En 1950 el país celebró el centenario de la muerte del general José de San Martín, instituido como máximo héroe nacional. Gobernaba entonces el general Juan Domingo Perón y el principal fasto tuvo lugar en la ciudad de Mendoza, con la asistencia de Perón y su esposa Evita. Diez años después, en 1960, se celebraba el 150° aniversario de la Revolución de Mayo. Gobernaba el país el doctor Arturo Frondizi. Justo a mitad de camino, en 1955, se había producido la revolución cívicomilitar de 1955, que derrocó a Perón y dio lugar a un largo periodo de inestabilidad política, institucional, económica y social.
En estos cincuenta años el país cambió mucho, para bien y para mal. Durante el primer peronismo (1946-1955) se profundizó un proceso que se había iniciado una década antes, cual fue la incorporación en masa de grandes migraciones humanas de origen rural hacia los grandes centros urbanos, donde obtuvieron mejores ingresos, derechos sociales y una distribución del ingreso más equitativa.
Y después de la caída de Perón hizo eclosión un fenómeno que había empezado un poco antes, cual fue la formidable expansión de una nueva clase media, que impuso sus estándares culturales, sociales y de consumo al resto de la sociedad. Una nueva clase obrera, predominantemente industrial y altamente sindicalizada, y esa nueva y fuerte clase media, que se apoyaba en una economía distributiva y en constante crecimiento, eran los pilares de una sociedad dinámica y altamente conflictiva. Los avatares políticos e institucionales, la sucesión de golpes de Estado y la alternancia de gobiernos civiles débiles y gobiernos militares autoritarios y sin legitimidad no alteraron la esencia de ese modelo social que se mantuvo durante mucho tiempo.
Durante los últimos años del primer peronismo, durante los gobiernos civiles de Frondizi (1958-1962) y Arturo Illia (1963-1966) y durante las presidencias militares de los generales Juan Carlos Onganía y Alejandro Agustín Lanusse el modelo social se mantuvo (aunque Lanusse impulsó una apertura democrática que volteó el proyecto autoritario nacionalista de Onganía).
La política seguía un rumbo desbocado e incierto, pero la economía y el modelo social se mantenían en una línea más o menos coherente. Pero después llegó el segundo gobierno peronista (1973-1976) que cayó en medio de hondas contradicciones internas y una violenta lucha por el poder entre la izquierda y la derecha del movimiento. Fue en ese momento, sobre todo con la crisis económica y financiera del invierno de 1975 (Perón había muerto un año antes) cuando el modelo social comenzó a agrietarse, aunque de todos modos no fue tocado en esencia por el régimen militar (1976-1983), que no privatizó empresas públicas ni abrió indiscriminadamente la economía.
Las secuelas dejadas por los "años de plomo", o sea la violencia desenfrenada de la década de los años 70, ocuparon y aún ocupan la atención de los argentinos como tema de reflexión histórica, particularmente en un punto: las degradantes violaciones a los derechos humanos cometidas por un Estado que, en nombre de la represión de la guerrilla o los grupos armados de la época, no supo actuar con la ley en la mano y con tribunales que investigaran, juzgaran y condenaran o absolvieran.
Este fue el capítulo más negro de la historia del último medio siglo argentino, en la que la responsabilidad no concierne sólo a los militares que desataron la represión ilegal sino también a las organizaciones armadas (Montoneros, ERP y otras) que se lanzaron a la toma del poder por la vía revolucionaria, cuando lo que el país quería era vivir en paz, libertad y democracia.
La democracia volvió en 1983, con Raúl Alfonsín a la cabeza -sin duda el presidente más ejemplar del último cuarto de siglo- y el país debió afrontar nuevos desafíos.
Está claro que la gran deuda pendiente es recuperar, aunque fuere modificado y adaptado a la modernidad, aquel modelo de equilibrio social que fue perdiendo consistencia con el correr del tiempo. Pero hay otras deudas: construir instituciones más sólidas y confiables, tender a un orden institucional en el que el imperio de la ley y la división de poderes sean una realidad, hacer de este país una república verdadera, no sólo una democracia basada en el sufragio popular.
En realidad se trata de una deuda, social, institucional y cultural. En una mirada retrospectiva hacia el último medio siglo, aparecen nítidas estas grandes reivindicaciones históricas.