Clarín
Alcadio Oña
Mucha más liviandad que franqueza, hay en el modo como Julio De Vido describe el estado en que se encuentra la estructura energética argentina. A la pregunta de si el país se ha quedado sin gas, responde: "Tal vez; lo estamos explorando, pero en áreas confinadas". Y sobre la importación desde Bolivia: "Yo creo que no habría problemas si fuera para siempre. Es bueno que sea para siempre, porque quiere decir que la Argentina va a seguir creciendo".
Semejante retroceso en eso que representa una fuente estratégica fue admitido por el ministro, sin la menor turbación, durante un reportaje con el diario Página 12. Hubo otras definiciones que, por su significado, también retumbaron en el ambiente de los especialistas.
Como cuando afirmó que casi ninguna de las grandes potencias mundiales es productora de gas ni de petróleo. Y validando la curiosa comparación, dijo: "Yo no creo que sea una tragedia que Argentina importe combustibles".
De Vido también aceptó otra cosa que en el mercado se conoce de sobra: la caída de las reservas de petróleo. Dijo: "A mí eso no me preocuparía, si tenemos un nivel de excelencia en la exploración. Si no lo hay, habrá que exigirles a las empresas que hagan las exploraciones necesarias para recuperar reservas, si es que existen".
La lectura directa de las respuestas arroja que la Argentina se está quedando sin gas y va por el mismo rumbo en petróleo. Y que a falta de ambos, la solución es la que se aplicó estos años: importar todo lo que sea necesario. O, traducido, que se resignó el autoabastecimiento energético.
Así suenen a reiterados, algunos datos clave explican el punto al que se llegó:
Las reservas de gas se desplomaron un 49 % desde 2000: hoy son menores a las que existían en 1990, veinte años atrás. Y la producción entró en declive a partir de 2004.
Las reservas de petróleo cayeron 18 % desde 1999. Y la producción, 26 % contra 1998.
Por si no queda claro, buena parte de este proceso tuvo lugar durante los largos seis años de gestión kirchnerista. Y es válido asociarlo a la ausencia de una política energética, a una equivocada o, si se prefiere, a una que desconoció la realidad.
A partir de 2004, la curva de la demanda empieza distanciarse cada vez más de la curva de la oferta. Pasa tanto en petróleo como en gas y electricidad, al fin tres componenentes de lo mismo, pues petróleo y gas representan el 90 % de la matriz energética nacional.
Hacia 2004 ya era visible que comenzaba a perderse el autoabastecimiento. Bien parecido a la crisis que pronosticaban algunos especialistas, los agoreros de siempre, según el discurso oficial. Frente al cuadro actual, el ministro de Planificación sale con que no es una tragedia importar combustibles: si no lo es, cuanto menos luce inevitable.
Habría, así, más de lo conocido. Importar gas boliviano a precios muy superiores a los que se les pagan a los productores locales. Traer gas licuado aún más costoso, para transformarlo en gas natural. Contratar con Venezuela carradas de gasoil o fuel, que ese país compra en cualquier lugar del mundo bajo una triangulación tan onerosa para el Estado como digna de sospechas. O importar electricidad desde Brasil.
Nuevamente en palabras de De Vido, nada de todo esto es dramático si sirve para sostener el crecimiento de la Argentina. Extraña conclusión: cuanto mejor ande la economía más dólares serán necesarios para apuntalarla. Según datos extraoficiales, unos US$ 25.000 millones en diez años.
El camino alternativo consiste en aumentar la inversión en exploración, el corazón de la actividad y aquello que estira el horizonte productivo. Así se llega , también, al nudo que explica el apremiante panorama energético. Como tan bien lo describió el ministro de Planificación.
Salvo alguna excepción, exprimir los pozos existentes sin explorar nuevos yacimientos fue el factor dominante estos años. Y en algunos casos, la rentabilidad que se logró aquí fugó hacia inversiones externas más atractivas, varias en países cercanos. Tal cual se ve, ninguna semejanza con la exploración de excelencia que ahora pregona De Vido.
Los motivos pueden ser los que cada cual quiera: falta de incentivos, ausencia de reglas claras, imprevisión. Lo concreto en este punto es que no hubo inversiones privadas, y tampoco públicas.
Según circula cada vez más en corrillos del sector, el ministro de Planificación está de salida. Pero es pura especulación que su futuro sea manejar un fondo para obras en el conurbano, de modo de sacarle rédito a su estrecha vinculación con los intendentes bonaerses: sería una entrada directa del kirchnerismo en el PJ provincial, claro que fogoneada con plata del Estado. Para el caso, nada diferente a lo que ocurre hace tiempo.
Cualquiera fuese el destino final de De Vido, salta evidente que dejará la herencia de una estructura energética tambaleante, justo en lo que constituye el sistema nervioso de la economía. Será la suya y la del kirchnerismo. Una pesada factura que costará levantar, por más que el ministro se la tome a la ligera.