Panorama energético
Río Negro Online
TOMÁS BUCH
(*) Físico-químico
La evidencia del cambio climático ya es innegable -y pocos la niegan, aunque aún polemicen sobre si la culpa es nuestra o no y si el efecto invernadero es el culpable y si nosotros somos los culpables del efecto invernadero-. Lo que también es innegable es que así no podemos seguir. El camino que hemos emprendido conduce a un colapso energético, ecológico y alimentario de la civilización tal como la conocemos. No estamos aún suficientemente asustados para ajustarnos el cinturón y usar menos autos y menos plásticos y no vender maíz subsidiado a los mexicanos.
No podemos predecir de qué naturaleza será ese colapso, si será una violenta explosión o una lenta agonía -pero nuestra civilización dominante actual es insostenible-. Esto nos lleva a poder predecir también algunos caminos salvadores o, por lo menos, mitigantes.
Consideremos nada más que el transporte (que consume la mitad de la energía que producimos) y la circulación en las ciudades. En este año, por primera vez en escala mundial, la población urbana ha superado a la rural. Somos cerca de 7.000 millones de humanos y más de la mitad ya viven en ciudades -que se interconectan entre sí por autopistas que modifican el paisaje, quitan tierras laborables, cuestan mucho y deben ser mantenidas constantemente-. Las ciudades son incapaces de mantenerse por sí solas: son demasiado complejas para alimentarse, consumen demasiada energía y se atosigan de automóviles al punto de que este maravilloso medio de transporte se transforma en un impedimento -se reduce a sí mismo al absurdo, mientras que la publicidad nos impulsa a comprar más y más autos mucho más grandes de lo necesario y mucho más poderosos-. Un ferrocarril es capaz de transportar la misma cantidad de mercaderías que una autopista a una fracción del precio y, si hay que subsidiar las autopistas, sería mejor subsidiar los ferrocarriles. Hasta ahora nuestra economía y nuestro estilo de vida están dominados por los hidrocarburos. En la Argentina hemos destruido la mayor red ferroviaria de Latinoamérica -empezando en los 60 y terminando con el menemismo-. Hay que reconstruir esa red, claro que con vías decentes y no con disparates para ricos como el "tren bala" del que afortunadamente se ha dejado de hablar. La red ferroviaria, además, ha dado vida a centenares de pueblos del interior en los que sólo han quedado los viejos... y la soja transportada en camiones. Ése es un problema que, sin embargo, va más mucho allá del ferrocarril mismo.
Un medio de transporte colectivo también es capaz de despejar las ciudades del atosigamiento en que se encuentran. En muchas de las principales ciudades europeas se emplean tranvías -adecuadamente modernizados- que en Buenos Aires se eliminaron en los 60. Claro que sería difícil reintroducirlos -salvo como atracción turística, como en la Plaza Primera Junta y Puerto Madero, en Buenos Aires-. Por otra parte, como el objetivo es maximizar el lucro y no transportar a los pasajeros, el sistema de colectivos porteño es tan caótico que racionalizarlo es casi imposible y los vehículos son tan enormes que apenas pueden doblar en algunas esquinas. Tampoco la red de subterráneos -el medio casi perfecto en ciudades como París, Londres y aun Madrid- se construye a una velocidad adecuada para alcanzar el incontenible aumento de la circulación vehicular personal.
Como en casi todo mundo, el sistema de generación eléctrica en la Argentina se basa en los combustibles no renovables -sobre todo el gas que, gracias a la patriótica y previsora política de las compañías extranjeras de llevarse todo lo más rápidamente posible con el mínimo de inversiones salvo en gasoductos para exportarlo, se acabará en pocos años-, con la nefasta novedad de los "agrocombustibles" que gastan más energía que la que producen y usan campos que podrían alimentar a los miles de desnutridos que tiene el país. Ahora también se habla de una gran usina a carbón -el combustible más sucio de todos y un franco retroceso en el camino de las energías limpias-.
La energía nuclear es una opción viable, aunque la construcción de las centrales se demora tanto que Atucha II costará seis o siete veces lo presupuestado al comienzo y el reactor Carem, una central innovativa que podría haberse puesto en el renaciente mercado internacional y que ahora se piensa construir en Formosa, está demorado unos 25 años. Pero, por otra parte, ahora, a escala mundial, están surgiendo dudas acerca de la disponibilidad de uranio más allá de algunas décadas. Una parte de las enormes cantidades de uranio y plutonio contenidos en las armas nucleares, adecuadamente diluidos en uranio natural, puede ser usada como combustible y liberar al mundo de la mitad de la pesadilla de la guerra nuclear pero las potencias nucleares no renunciarán a sus armas -nunca lo ha hecho ninguna potencia-. Pero el combustible así liberado ya se ha consumido en buena medida. Y a la pesadilla tienden a incorporarse nuevos actores. La fusión nuclear es aún una quimera: hace décadas que "faltan 20 años" para disponer de esta panacea.
El tema del día es el de las fuentes de energía renovable. La primera es la hidroeléctrica, que en nuestro país está casi explotada a su capacidad pero que tiene un impacto ecológico tremendo, especialmente a la luz de los cambios en los regímenes fluviales que se están observando. Recientemente se ha detectado un terremoto de grado 3,5 en la escala Richter nada menos que en Corrientes, que se atribuye a movimientos subterráneos debidos probablemente a la presión ejercida sobre ellas por las grandes represas. Los desplazamientos subterráneos forman parte de un costo ambiental poco mencionado en todas las represas y, de todos modos, las fuentes hidroeléctricas están empleadas casi a su máxima capacidad, con excepción del monstruoso proyecto de Paraná medio, Corpus y el Río Santa Cruz.
El aprovechamiento de la energía eólica está creciendo a un ritmo vertiginoso en todo el mundo, al punto en que ya suministra una parte sustancial de la energía eléctrica en algunos países. Nosotros, en la Patagonia, tenemos una de las fuentes de energía eólica más valiosas del mundo, si la aprovechásemos mucho más de lo que lo hacemos. El viento patagónico contiene la energía de una buena docena de centrales nucleares medianas -aunque el recurso sólo se ha medido en algunos lugares y el viento es caprichoso y la fusión nuclear constante, de modo que los medios no son comparables-. La contribución de la energía eólica al parque podría ser casi decisiva si le hubiésemos puesto el esfuerzo debido hace diez años, en vez de recién ahora empezar tímidamente a interesarnos seriamente por ella. Este atraso tiene otra consecuencia: la industria de los grandes generadores eólicos se está concentrando en países como España, Dinamarca y Alemania: nosotros hubiésemos podido pertenecer a este grupo, exportando máquinas de diseño propio como las que hace años están buscando financiamiento para su desarrollo, mientras la "ventana de oportunidad" se va cerrando y empezamos a instalar máquinas importadas de los países desarrollados -siguiendo la costumbre maldita de perder todas las oportunidades tecnológicos que se nos han presentado-.
Otra fuente renovable es la solar, en sus dos manifestaciones: su uso para calentar agua directamente y la fotovoltaica, que produce electricidad transformando directamente la energía solar mediante dispositivos semiconductores. En la Comisión de Energía Atómica hace años que se trabaja en este tema, y la CNEA provee de celdas solares a los satélites argentinos, pero no hay indicios de un aprovechamiento en gran escala, que es aún demasiado caro pero cuyo empleo en algunos países también está creciendo a gran velocidad. Aquí hay, sin embargo, un problema: la fabricación de las celdas es una industria contaminante y consume una buena parte de la energía que luego se puede obtener, porque el rendimiento aún es bastante bajo. Hay celdas de mayor rendimiento pero se hacen con materiales muy escasos -como el galio- y, por tanto, caros. La energía solar también se puede aprovechar como fuente de calor y se están construyendo enormes espejos para concentrarla en "hornos solares". En los países tropicales no hay edificio que no tenga en su techo un colector solar que caliente agua.
Lo mismo ocurre con la energía geotérmica: generalmente se encuentra agua caliente bajo presión, pero generalmente su temperatura alcanza para caldear una ciudad como la capital de Islandia, Reykiavik -o como Copahue-. Pero no alcanza para mover una turbina con un rendimiento termodinámico aceptable. Las energías del mar -la mareomotriz o la que aprovecha la energía de las olas- tienen un impacto ambiental enorme, porque exigen cambiar la entera geografía de lugar -lo que no se ha hecho más que en muy pequeña escala-. Recientemente se ha descrito un sistema para reducir CO2 con agua remedando el proceso de fotosíntesis con catalizadores adecuados. Esto puede ser una manera muy interesante de aprovechar la energía solar y, simultáneamente, disminuir el contenido de CO2 -pero aún se encuentra en una escala experimental casi preliminar-.
La solución definitiva del problema energético no existe: podemos mitigar la escasez buscando nuevas fuentes, pero sobre todo cambiando nuestro estilo de vida para gastar menos, como se insinuó en 1973, cuando la OPEP aumentó bruscamente el precio del crudo. Nadie sabe si aún estamos a tiempo para evitar el colapso si hacemos esto, pero la primera condición es un gran acuerdo internacional -que lamentablemente es poco probable que se alcance en la Conferencia de Copenhague sobre el cambio climático, cuya reunión preparatoria no da lugar para optimismo alguno-. Los principales contaminadores no tienen la menor intención de mirar el futuro.