Kirchner se condenó al debut más temido
La Nación
Gabriel Sued
Eran las 22.40 cuando, recostado sobre su banca y con gesto resignado, alzó su mano derecha para votar el acuerdo que se había negado a aceptar hasta el último segundo. Néstor Kirchner terminaba su primer día como diputado con la aceptación de una de sus peores derrotas políticas.
Mientras Pinky pedía casi a los gritos desde el estrado de la presidencia de la Cámara que los diputados volvieran a sus bancas para finalizar la sesión, Kirchner saludaba con un apretón de manos a Eduardo Fellner, de pie dos hileras más abajo, y emprendía la retirada. "Reglamentariamente no estamos de acuerdo con lo que se votó, pero lo más importante era que el Congreso funcionara a partir del 10 de diciembre. Esta será una prueba muy importante para la dirigencia argentina, que tendrá que convivir en la diversidad", dijo Kirchner a LA NACION, antes de subirse al auto que lo llevó de regreso para la residencia de Olivos. "La gobernabilidad dependerá de los actores. La dirigencia tendrá que mostrar toda su responsabilidad", agregó.
Más de cinco horas atrás, había entrado en el Congreso como si todavía fuera el Presidente: lo acompañaba el secretario de Inteligencia, Héctor Icazuriaga, su custodio personal, Héctor Patrignani, y el ex vocero presidencial Miguel Núñez.
Aunque en la hora final su voto contó lo mismo que los del resto de los diputados, la presencia de Kirchner revolucionó el clima de la Cámara, incluso antes de que ingresara por el estacionamiento ubicado sobre la calle Combate de los Pozos, a las 17.45.
"¡Se cae todo, Kirchner rompió el acuerdo!", era el corrillo más escuchado en el Salón de los Pasos Perdidos, minutos después de las 17, justo cuando parecía que, por fin, las negociaciones entre el oficialismo y la oposición llegaban a buen puerto.
En su rauda entrada en el Congreso, el ex presidente prefirió mostrarse ajeno a los comentarios. "Supongo que se tienen que respetar las tradiciones. Pero me quiero informar bien", dijo, a paso apurado, en el pasillo que lo condujo hasta el ascensor. Antes, se había encerrado, junto con Icazuriaga y Núñez, en una oficina de la Dirección de Sistemas Electrónicos, ubicada en la planta baja. En ese cuartito despojado, de cinco metros de largo por dos metros de ancho, con una tenue luz blanca que potenciaba el ambiente lúgubre, Kirchner se sentó en un escritorio de fórmica e hizo una llamada.
Cinco minutos después, salió rodeado de sus custodios y subió al despacho de Fellner, donde lo esperaban el dueño de casa y el jefe del bloque kirchnerista, Agustín Rossi. Eran más de las 18 y la sesión ya llevaba una hora de retraso. El acuerdo estaba lejos.
La arenga final
Unos minutos después, los integrantes de la bancada oficialista se sumaron en fila al encuentro reservado. En la cabecera de una larga mesa, Kirchner agradeció "el esfuerzo" a sus diputados y pronunció la arenga final. "Es a todo o nada", dijo uno de los legisladores kirchneristas que, a las 18.35, se encaminó hacia el recinto, hasta ese momento sólo habitado por los opositores.
Como indica el protocolo, durante la jura se quedó parado detrás de su banca. A su izquierda, estaban Rossi y José María Díaz Bancalari. A su derecha, se ubicaron Carlos Kunkel y Luis Cicogna. Junto con esos dos últimos diputados y con Dulce Granados, juró por "Dios, la Patria y los Santos Evangelios".
Antes de que la sesión se empantanara, se mantuvo de pie, con las manos entrecruzadas a la altura de la hebilla del cinturón. Varias veces, habló al oído y se rió con Kunkel, que le enseñó el sistema de voto electrónico. En muchas oportunidades inclinó la cabeza para tirar besos a los jóvenes que lo apoyaban desde las barras.
Nunca salió del recinto, ni siquiera durante las dos horas de cuarto intermedio, en las que las autoridades del bloque negociaban tras bambalinas. Sólo en esa larga espera se lo pudo ver distendido. Recibió dos llamadas, con un teléfono celular que le acercó su secretario, Daniel Alvarez. Se acercó al palco en el que estaban los ministros y mantuvo largas conversaciones con los gobernadores Juan Manuel Urtubey (Salta) y Daniel Peralta (Santa Cruz). Y hasta se permitió saludar a Federico Pinedo, jefe de los diputados de Pro.
Cuando se reanudó la sesión, a las 21.40, se recostó en su banca y, con la mirada en el vacío, comenzó a jugar con el anillo matrimonial.
Se quedó impasible mientras Kunkel, sentado a su lado, le gritaba a Pinky para evitar la votación. Lo mismo hizo cuando, sobre el final del día, Rossi protagonizó un duro cruce con el jefe del bloque radical, Oscar Aguad.
Sólo se permitió una sonrisa, con Rossi como cómplice, cuando habló Sandra Mendoza, esposa del gobernador del Chaco, Jorge Capitanich. Tras la derrota del oficialismo, la sesión continuó sin él, que se decidió terminar antes de tiempo con el debut más amargo que hubiera imaginado.
Un acto rotundo, nacido del voto popular para frenar a Kirchner
Clarín
Julio Blanck
La oposición, aún en sus disidencias, fue capaz de establecer un plan de acuerdos mínimos. Fue capaz de sostenerlo bajo el vendaval de presiones y amenazas. Y fue capaz, finalmente, de expresar ayer en la Cámara de Diputados el sentido del voto popular de hace cinco meses. Lo que votaron dos de cada tres argentinos, en el último domingo de junio, fue la decisión de ponerle un límite al kirchnerismo, de marcar una frontera que la prepotencia oficialista no pudiera atravesar en los dos años de mandato que le quedan.
Por cierto, el voto opositor de junio estuvo disperso. De haberse concentrado esa voluntad en una sola oferta política estaríamos hablando hace rato de un desplazamiento irreversible del poder real. El poder siguió en manos de Kirchner y del gobierno de Cristina, que supieron rehacerse desde la derrota y trabajar con ferocidad y eficacia sobre las fisuras de la oposición y la tibieza seguidista de muchos propios. Pero esa conservación del poder, dictada en el origen por la dispersión del voto opositor, también sirvió para derrumbar el hipócrita argumento de la conspiración destituyente, con que el kirchnerismo pretendió apropiarse de una épica de la resistencia que se demostró precaria en las formas y vacía de contenido.
Con ese mismo libreto endeble como bandera, el oficialismo intentó retener el poder en la Cámara de Diputados. Pero los hilos del antifaz se le habían ido cayendo en las últimas semanas. Y el verdadero rostro, implacable, del kirchnerismo, asomó al fin pleno, sin afeites. Así enfrentó ayer la hora de su derrota.
La reforma política hecha ley por el Senado hace apenas dos días, pensada para consolidar el poder de los partidos tradicionales y sobre todo para asegurarle a Kirchner mecanismos de control férreo en el peronismo, le enajenó al oficialismo el apoyo de la mayoría del centroizquierda, que se había obnubilado largamente con los cantos de sirena que venían de la Casa Rosada.
La presión que se autoimpusieron los diputados opositores para traducir en hechos, de una vez por todas, el mandato popular que recibieron, los ayudó a conformar el núcleo de atracción y consenso que permitió los acuerdos que terminaron ayer con la hegemonía kirchnerista en el Congreso.
En términos institucionales, el quiebre del dominio oficialista en Diputados quizás sea más trascendente que el mismo resultado electoral de junio; y mucho más, desde ya, que la puntual derrota del kirchnerismo en su batalla contra el campo por las retenciones, también definida en el Congreso.
Sería ilusorio suponer que de aquí en más, en forma automática, se asistirá al declive de un oficialismo apocado y tambaleante. Aún habiendo sido doblegado por la inapelable potestad democrática del número; inútiles las promesas, las ofertas y los aprietes que desplegó en la última y desesperada hora; el bloque de Kirchner sigue siendo la primera minoría en Diputados. Y el kirchnerismo va a pelear casa por casa, con una determinación y una unidad en la acción que seguirá siendo de temer.
En tanto, la oposición afronta una tarea tanto o más compleja que la que coronó con la victoria incuestionable de ayer.
Por un lado, deberá ser capaz de articular el mantenimiento y profundización en la acción legislativa de este diverso frente triunfante, demostrándose capaz de recortar los abusos de poder cometidos en estos años. La idea de quitarle al oficialismo el manejo discrecional del Consejo de la Magistratura, alentando una mayor independencia de los jueces, puede resultar un buen ejemplo en ese sentido.
Pero al mismo tiempo, los radicales que se ilusionan con Julio Cobos, los peronistas disidentes liderados por Felipe Solá, los seguidores de Elisa Carrió, los socialistas que juegan con Hermes Binner, los adherentes a Mauricio Macri y los centroizquierdistas referenciados mayormente en Pino Solanas, tendrán que sostener su fidelidad al mandato popular de junio, acallando su guerra de egolatrías, mientras desarrollan sus proyectos políticos diferenciados, que apuntan a la elección presidencial de 2011. La proximidad de esa fecha será el punto inevitable en que sus caminos van a separarse. Pero antes tienen un deber social que seguir cumpliendo. Esa unidad en la diversidad en el desafío mayor que los aguarda. Si logran superarlo, la calidad institucional argentina daría un inesperado salto adelante.
Otro ángulo a mirar es el del propio peronismo. Y no ya el sector disidente, que construyó con esfuerzo su propio espacio y además de Solá tiene como figuras de peso en el Congreso a Francisco De Narváez y Carlos Reutemann, y desde ayer a una vigorosa Graciela Camaño. Lo que será clave es la conducta futura del peronismo que sigue con Kirchner a pesar de no ser kirchnerista. Buena parte de los gobernadores entran en esta franja, y también sus expresiones en el Congreso, quizás con fuerza especial en el Senado.
El peronismo, por definición, se inclina ante el poder de las mayorías. Desde la elección de junio, y desde ahora en la Cámara de Diputados, el kirchnerismo dejó de tener condición mayoritaria. La escena de ayer, con la oposición sesionando con quórum propio y el oficialismo obligado a bajar al recinto para sumarse a un rito democrático que había amagado desairar, es un dato del cual seguro habrán tomado nota los peronistas, aún oficialistas, que se sienten portadores de un destino político más allá de Kirchner y Cristina.
Quizás sean algunos de ellos los que tengan la próxima palabra.
Un bosquejo del porvenir
Página 12
Mario Wainfeld
La sesión preparatoria tuvo varios condimentos que sazonarán el próximo bienio parlamentario. Medición de fuerzas en los días previos, negociación febril al cierre, disensos al interior de la oposición, disciplina en los bloques oficialista, radical y de la Coalición Cívica, entre los grandes. Y un acuerdo que en trazos gruesos determina el número primero, cuya letra menuda surge de la pulseada negocial después. Se le adicionó un cierre vigoroso en el que el radicalismo se dio el gusto de gastar al Frente para la Victoria (FpV) y los adalides de ésta plantearon una cuestión reglamentaria con un fragor que también habrá derivado de otras variables. Si se despeja la paja del trigo, la sesión (inédita por el detallismo con que se debatió y dirimió) fue razonable y sistémica. Se rosqueó en salones cerrados, en pasillos y en el recinto. No hubo desmesuras ni desmanes. Se consensuaron las autoridades de la Cámara y la composición porcentual de las comisiones. Ese pacto básico, que tributa a la nueva correlación de fuerzas, respetó la presidencia del cuerpo para Eduardo Fellner, como debía ser. El jujeño incluso cosechó aplausos ecuménicos y una alabanza breve de Aguad. Tensiones, cinchadas, arreglos en lo sustancial, mayorías contingentes y móviles. Así funcionará el nuevo Congreso, si funciona.
El equilibrio logrado reconoció al FpV la titularidad de comisiones estratégicas y una minoría ajustada (mitad menos uno) en ellas. En las otras, la proporción es la vigente en el recinto, 55 para la oposición, 45 por ciento para el partido de gobierno. Aquella primará en las comisiones “de control”, éste en las más estrechamente ligadas a la gobernabilidad y a la gestión de gobierno, en las que deberá sumar algún diputado ajeno para hacer mayoría.
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Primó la corrección política, en el interior y en la calle. Los agoreros macanearon, una vez más. La movilización y las barras armonizaron bullicio y respeto. La diputada Lidia Elsa “Pinky” Satragno no acertaba con el reglamento, equivocándose mayormente a favor del sector que expresa. Se la trató con aquiescencia, salvo en el cierre de la sesión, cuando se quedó un ratito de más con la presidencia y aprobaba cada moción de Aguad sin conceder réplicas a la contraparte.
A diferencia de lo que pasaba cuando las barras “del campo” dominaban el Parlamento, no hubo agresiones, ni pechazos, ni pressing a los diputados. El frentista Agustín Rossi y el radical Oscar Aguad disputaron el primer round de un combate que será prolongado.
El juramento se organizó con el cuidado de no “cruzar” rivales enconados. Los diputados pasaron en grupos de cada provincia, en función de los juramentos alternativos posibles y en conjuntos que no echaban chispas. Casi todos se ciñeron al ritual. Graciela Iturraspe añadió un juramento por los 30.000 desaparecidos. La siguieron otras legisladoras. También hubo quien se encomendó al “Movimiento obrero organizado”.
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El sistema electoral proporcional permite que lleguen a Diputados fuerzas con un porcentaje relativamente bajo de votos, con piso en el 3,5 por ciento del padrón. Un régimen bien distinto al que rige en otras democracias, como la chilena, la inglesa o la norteamericana, entre muchas donde los partidos mayoritarios se quedan con casi todas las bancas. Los reglamentos y la costumbre parlamentaria profundizan el fenómeno con mucha permisividad (y hasta incentivos) para la formación de bloques alternativos, en general divisiones respecto de las propuestas electorales. Pululan los bipersonales y los unipersonales. La cuenta nueva debe hacerse cuando los representantes del pueblo decanten sus posiciones, pero Fellner seguramente no exageró mucho cuando habló de 40 bloques. Una negociación con ese panorama es de por sí trabajosa, le sacará canas verdes a quienes busquen respaldo para cada proyecto de ley.
La consigna de la mayoría opositora de ayer era desbancar al oficialismo, un mínimo común denominador sencillo. Llegar a acuerdos sobre temas concretos, que afecten intereses y ronden ideologías será más arduo. El FpV, a su vez, sudará la gota gorda para conseguir los números necesarios. Tal el escenario futuro, que refleja la votación del 28 de junio. Un oficialismo en disminución, una oposición atomizada, sin liderazgos, ni conducción aceptada.
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El oficialismo quedó en minoría circunstancial, pero la oposición fue moderando sus ambiciones originales. Aguad autoelogió la vocación de no ir por la presidencia del cuerpo; hace un par de semanas fatigaba redacciones y canales de cable propugnando lo contrario. La proporción de las comisiones, el liderazgo del FpV en las más sensibles significan retoques a la ofensiva inicial. “El grupo A”, como llamó Patricia Bullrich al conglomerado que hizo quórum e impuso el sesgo general del acuerdo (ver nota central), afinó el lápiz y cedió en su codicia inicial.
El oficialismo depuso el afán de mantener la presidencia primera, que quedó en las respetables manos del radical Ricardo Alfonsín. Pero en el tira y afloja obtuvo la vice segunda, en la que Agustín Rossi colocó a una de sus más fieles colaboradoras, Patricia Fadel. La tercera quedó en una bruma que alude a divergencias entre opositores y dará que hablar en los próximos días.
El “Chivo” Rossi y Fellner se arremangaron para mejorar el equilibrio y consiguieron persuadir al ahora diputado Néstor Kirchner de bajarse de la vicepresidencia primera.
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Graciela Camaño armó de arrebato un bloque de seis diputados y tuvo un rol determinante en las tratativas. También tomó el timón para arrancar la sesión, conduciendo a la atónita “Pinky” y dándole a la oposición una foto que la alegró: el quórum propio. Camaño es un cuadro político de experiencia y competencias muy superiores a la media. El cronista supone que su influencia no tocó techo ni finalizó ayer.
Eduardo Macaluse, unido a Proyecto Sur, tuvo palabras razonables cuando sugirió esperar el ingreso del FpV y no actuar de “prepo” como (acusó) hacían sus adversarios. Macaluse fue quizás el único legislador que, alineado contra las retenciones móviles, exigió decoro y les paró el carro a las patoteadas de los ruralistas en las comisiones.
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Fernando “Pino” Solanas y sus aliados se sumaron en la contingencia al grupo “A” que condujo el radicalismo. Martín Sabbatella mantuvo en una breve intervención su prédica de los últimos días, “terciar” en la confrontación entre las fuerzas alternativas más votadas (UCR, Peronismo Federal, PRO, Coalición Cívica). Su reclamo para que el centroizquierda unificara posiciones no primó en el sector. El contrafactual acerca de cuánto podría haber obtenido “bisagreando” dará mucha miga en adelante y prefigura un debate que hace al modo de construcción y a la caracterización del oficialismo. En alguna medida se irá saldando con el discurrir de la nueva Cámara y las posiciones ante iniciativas concretas que pueden alimentar nuevas confluencias o enfrentamientos mayores.
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La competencia entre varios presidenciables signará al nuevo Parlamento, todos bregarán por expresar el mayor antikirchnerismo posible. Compatibilizar eso con un accionar conjunto, sin embretar la gobernabilidad, no será sencillo y constituirá todo un desafío.
El kirchnerismo, que en 2003 distaba mucho de tener quórum propio y que, en sentido estricto, no lo tenía hasta ahora, deberá acomodarse a su rol de primera minoría, disciplinada y orgánica. Eso y tener un liderazgo asumido son sus ventajas relativas. Claro que el liderazgo ha mostrado fallas desde el conflicto de las retenciones hasta acá y que Kirchner fue batido en las urnas. Un sarcástico operador parlamentario K metaforiza sobre el tema: “En términos futboleros, nosotros tenemos un nueve de área y ellos no. Claro que nuestro nueve se ha perdido algunos goles, pero es mejor tener uno que jugar sin alguien de punta”. El cronista, hincha de River (que padeció todo un torneo sin disponer de un nueve), comprende la imagen.
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Como casi todo en los tiempos que corren (o vuelan), el cuadro de ayer será narrado en versiones tan disímiles que costará creer que se habla del mismo hecho. Lo central fue: la cordura, la primacía de la regla del número en el diseño grueso del acuerdo, la existencia de concesiones mutuas, el consenso básico. Y la foto del variopinto conglomerado opositor, que festejó el cambio del peso relativo en la Cámara pero no unificó personería ni saldó sus divergencias internas, que también son un dato de la nueva etapa que se abre.