iEco Clarin - Por Jeffrey Sachs
El clima es una cuestión sumamente compleja. Si la cumbre de diciembre en Copenhage logra despejar el camino para algunos pasos prácticos, no importa que no se llegue a un acuerdo total de inmediato.
A diez semanas para las negociaciones, el tiempo para llegar a un acuerdo internacional detallado se agotó. Eso no necesariamente es un cataclismo, si los Estados Unidos, Europa, China, India y otros dan algunos pasos prácticos importantes mientras se sigue negociando un nuevo protocolo.
La cumbre de la ONU sobre cambio climático hace dos semanas, seguida de la reunión del G-20 en Pittsburgh, dejaron en claro el amplio consenso mundial sobre la gravedad del cambio climático y la necesidad de actuar. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, habilidosamente logró que el conjunto de las partes reconocieran responsabilidades compartidas. Hubo suficiente conversación política como para que se plasme en Copenhage un acuerdo parcial significativo, con contenido sustantivo que permita seguir avanzando.
La cuestión del clima es demasiado complicada como para pasarla en un solo trago, como se trató de hacer en Kyoto en 1997. Eso conduce a acuerdos sin sustancia que podrían ser más pose que avance. Debemos pensar en cuáles serían los ingredientes de un avance real, y luego insistir en políticas prácticas de todos los grandes actores, aun cuando el marco legal se siga elaborando para una firma posterior. Todavía queda tiempo para un paquete de tres partes: un marco político, un paquete de financiamiento y una serie de pasos práticos de las regiones con peso.
El marco político debería establecer lo básico: que todos los países tienen “responsabilidades comunes pero diferenciadas”; que el mundo necesita reducir abruptamente las emisiones para mantenerse por debajo de un aumento de 2C; que los países ricos tendrán que pagar a los pobres para afrontar los gastos de “limpiar” sus tecnologías; y que los ricos deben ayudar a los pobres a adaptarse, especialmente dado que la mayoría de las poblaciones pobres residen en regiones tropicales vulnerables a los efectos del cambio climático.
A esos puntos hay que agregarles algo básico relacionado con el desarrollo. La cuestión del cambio climático no debería de ninguna manera detener a los paises en desarrollo en la elevación de sus niveles de vida lo sufciente como para acortar la brecha con los paises más ricos. Deben establecerse metas de emisiones y de financiamiento para proteger los derechos de los pobres al desarrollo económico, con un desarrollo basado en tecnologías más limpias y sustentables para la generación de energía, el transporte, la construcción y la industria. Los ricos se beneficiarán si el mundo pobre se pone más verde, y tendrán que pagar gran parte del costo que esa “verdificación” ocasionará.
El componente final del acuerdo político supone compartir tecnologías limpias entre países ricos y pobres. Hay tres maneras de hacerlo: La primera es que los países ricos incluyen a los pobres en los proyectos de investigación y desarrollo con financiación pública, tales como captura y secuestro de de carbono o vehículos eléctricos. Segundo, permiten a los menos desarrollados licenciar libremente tecnologías propietarias para uso local, como hacen con las drogas para el sida y otros medicamentos esenciales. Tercero, establecen un fondo para pagar los royalties sobre propiedad intelectual (PI) privada de modo que los países en desarrollo que no sean los de peor situación puedan usar PI con costos subsidiados pero sin eliminarle al sector privado los incentivos para la innovación de la ley de patentes.
Esto nos lleva al financiamiento. Los ricos deberían dejar en claro que sus compromisos financieros para el desarrollo económico –hechos en la cumbre de la ONU del 2002 en Monterrey, México, y en la cumbre del G-8 del 2005 en Gleneagles, Escocia– se cumplirán, y que los costos extra de la mitigación del cambio climático, la adaptación y transferencia de tecnología se sumarán a la ayuda para el desarrollo ya comprometida. El primer ministro británico, Gordon Brown, hace poco sugirió la suma de US$ 100.000 millones por año para financiación del cambio climático para el 2020. Las necesidades reales seguramente van a ser mucho mayores y van a presentarse antes. Sin duda esa cifra fue un gambito de apertura.
Esos acuerdos son alcanzables, al menos como marco general sin números específicos. A diferencia de las negociaciones mundiales de comercio, en las que “nada se acuerda hasta que no se acordó todo”, las negociacioens sobre el clima deberían apuntar a objetivos provisorios en principios generales, financiación y transferencia de tecnología aun antes de que el acuerdo final se haya firmado y sellado.