El Cronista
Daniel Gustavo Montamat Economista
La propiedad colectiva y la asignación planificada de los recursos económicos mostraron sus pies de barro con el colapso de la Unión Soviética. El viraje hacia alternativas de mercado de algunos países que preservan la estructura del partido único ha calado la ideología de muchos “progresistas” que antes despotricaban contra la propiedad y el capital privado. Como resultado, surgieron versiones aggiornadas del capitalismo corporativo con toques posmodernos de retórica populista y negocio para los amigos. Estas variantes de capitalismo “trucho” están condenadas al fracaso.
En el libro “Good Capitalism, Bad Capitalism, and the Economics of Growth and Prosperity”, Baumol, Litau y Schramm analizan las distintas formas de organización capitalista que adoptaron las sociedades que alcanzaron un desarrollo económico y social. El “capitalismo empresarial”, con mucha participación de empresas privadas innovadoras y un Estado más concentrado en sus roles de garantizar la competencia y regular las fallas del mercado es más característico de las sociedades anglosajonas. El “capitalismo de grandes corporaciones” (estatales o privadas) con proyección a los mercados mundiales es más característico de la Europa Continental y Japón. El “capitalismo guiado por el Estado”, donde las políticas públicas escogen los sectores industriales a desarrollar, la banca pública orienta el crédito y un entramado de empresas públicas y privadas llevan adelante el proyecto productivo fue escogido en las etapas iniciales del desarrollo capitalista del sudeste asiático. Por último, el capitalismo, que denominan “oligárquico”, ha proliferado a partir de la implosión de la planificación centralizada del estilo soviético y que, a diferencia de los otros tipos, no puede exhibir un solo ejemplo de desarrollo exitoso.
Algunos confunden este capitalismo con la variante del “capitalismo guiado por el Estado”, pero se diferencia porque sus objetivos no están puestos en el desarrollo, sino en la preservación de un poder concentrado y un estrecho núcleo de intereses dominantes. Los autores lo estigmatizan como “capitalismo malo”, lo confrontan con el “capitalismo bueno” y lo acusan del fracaso de muchas sociedades sumidas en la frustración económica y social. Este capitalismo que no conduce al crecimiento ni a la prosperidad, es característico de las experiencias fallidas de muchos países de América Latina, de repúblicas de la ex Unión Soviética y de países del Medio Oriente y África. Allí rige la propiedad privada y hay empresas, pero son funcionales al poder de turno o son empresas de los amigos del poder. La cultura productiva es sustituida por una cultura rentista que concentra el ingreso y acrecienta las desigualdades. Como consecuencia, cunde la informalidad, la burocracia parasitaria y la corrupción. Los que logran excedentes lo acumulan afuera, lejos del oportunismo que pudo haberlos beneficiado. Este tipo de capitalismo es conocido como “crony capitalism” (capitalismo de amigos).
Se tiende a asociar el capitalismo oligárquico con las experiencias traumáticas de dictaduras del pasado latinoamericano, donde las “repúblicas bananeras” representaban el grotesco. Pero la novedad es que hoy está presente con envase “progre” disimulando su vocación autoritaria con proclamas del populismo demagógico, como en la Argentina actual. El capitalismo oligárquico no sirve ni para acumular, ni distribuir, sólo retroalimenta la cultura rentista y desigualitaria. Brasil, Chile y Uruguay se organizaron en variantes de “capitalismo bueno”. En la región ellos son los que atraen las decisiones de inversión.