Osvaldo Ferreres - La Nación
La Argentina es el octavo país del mundo por extensión territorial. Con una administración no muy destacada, tendríamos que tener un producto bruto interno entre los 10 principales países del mundo. Estamos muy lejos de esos resultados. Hemos podido hacerlo por más de 130 años, entre 1810 y 1940. Podemos hacerlo nuevamente, si miramos nuestra realidad y la comparamos con la realidad del mundo del siglo XXI. Así podremos sacar conclusiones de lo que anda bien y lo que anda mal en los distintos países y aplicar a nuestra realidad esas conclusiones.
Los países tratan de evitar el default de su deuda pública, como es el caso de Chile, Brasil y Uruguay -para tomar el ejemplo de nuestros vecinos más cercanos-, en tanto que nuestros políticos se la pasan proclamando que deberíamos negar la deuda ante la primera señal de dificultades. Aún peor, los calificadores de riesgo soberano han considerado en algunos momentos a la Argentina como "país sin voluntad de pago", dada su permanente intención de negar las deudas. Este accionar del Gobierno aumenta el riesgo país y hace que prácticamente el costo del capital en la Argentina -siempre algo más alto que el riesgo país- sea muchísimo más caro que en la mayoría de los países del mundo, lo que prácticamente saca a nuestras actividades económicas de la competencia internacional, o incluso de su desarrollo local.
Es más, todo este tipo de política que arranca de varios gobiernos atrás, y que lleva el riesgo país a más de 1000 puntos básicos por encima del de los otros países (tenemos que pagar 10-15 % más en dólares que nuestros competidores), ha obligado a las grandes empresas de clase mundial que tenían su casa matriz en la Argentina a trasladarse a otros países o vender las actividades, como es el caso de los sectores petroleros, cemento, frigoríficos, una de las exportadoras de cereales más grande del mundo, entre otras. Por lo tanto, es difícil conseguir así esas inversiones masivas como flujo permanente, que permitan financiar un crecimiento económico sostenido y robusto en el tiempo, mejorar el nivel educativo y económico de la población; y sabemos que las inversiones son una estrategia clave, una pieza fundamental para el desarrollo económico inclusivo de un país.
Organización eficiente o subsidiada. La mayoría de las grandes empresas argentinas se han vendido en las últimas décadas, y solo quedan honrosas excepciones, que se pueden contar con los dedos de una sola mano.
Hay empresas más chicas y eficientes, pero no tienen financiamiento a costo internacional, por lo que no pueden crecer. Tampoco tienen crédito local a mediano o largo plazo. El agro es un sector que aún conserva mucha eficiencia, pero el Gobierno le hace difícil la competitividad, sacándole -como es el caso de la soja- el 35% flat de sus precios de venta, para dárselo al Estado, que lo esteriliza en burocracia no reproductiva.
Si trasladamos recursos del sector dinámico y competitivo al sector burocrático y no reproductivo (el Estado), se nos va a ir parando el país. Lo lógico es lo opuesto, ir estabilizando el sector burocrático y dejar cada vez más recursos para los sectores que puedan ser dinámicos. De esa manera vamos a crecer más a largo plazo. Es lo que hizo Brasil en los últimos 100 años y ahora es cinco veces más grande que nosotros, cuando antes de la crisis del 30, nosotros éramos un 43% mayores que el país vecino.
También tenemos una buena cantidad de empresas de diferente tamaño que son lobbistas del subsidio permanente, política que, sin objetivos a cumplir, no conduce a nada bueno, especialmente si no tiene límites estrictos en el tiempo. Por otro lado, en los últimos tiempos, la gran mayoría de las empresas grandes se han transformado en sucursales de matrices con decisión en otros países, por lo que siempre deben consultar cualquier inversión o decisiones políticas de competencia fuerte con su propia matriz. Hemos destruido el crédito, hemos destruido las empresas grandes argentinas, estamos destruyendo el país y la ocupación eficiente de la población y hay cada vez más gente en trabajos precarios e informales. Esto debe parar, es necesario reivindicar al empresario argentino que lucha por sobrevivir en la jungla poblada de burócratas y lobbistas sin empresas. De lo contrario no tendremos país.