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ANÁLISIS POLÍTICO Y ECONÓMICO. ESCRIBEN: ARRIAZU, VAN DER KOOY, NAISHTAT, MORENO
09/03/2009

Acechan la xenofobia y el proteccionismo

Clarín, Buenos Aires (www.clarin.com)
Ricardo Arriazu
Fuente: ECONOMISTA

Las tendencias xenófobas y proteccionistas tienden a fortalecerse en momentos de crisis económica. Con el argumento de "aislar y proteger" a las economías nacionales de los vaivenes de la economía internacional, se proponen medidas que, en caso de no ser controladas, tienden a desatar serios conflictos económicos que sólo contribuyen a agravar la crisis internacional (perjudicando especialmente a aquellos países que impulsan estas medidas para "protegerse") pudiendo hasta concluir en conflictos armados.

Muchos de los conflictos bélicos entre Alemania y Francia en el pasado se desataron frente a diferencias económicas. Los graves perjuicios ocasionados por la política de "embromar al vecino" que muchos países aplicaron durante la Gran Depresión son un claro ejemplo de los daños que las mismas pueden ocasionar. Afortunadamente, los gobiernos parecen haber aprendido estas lecciones, y lo demuestra tanto la prudencia con que están actuando como el énfasis en contra del proteccionismo en el más reciente comunicado del G-7.

Sin embargo, esta prudencia oculta el crecimiento de sentimientos xenófobos y proteccionistas en muchos países, en los que se acusa a los inmigrantes de "robar" el poco empleo disponible y se reclaman acciones del gobierno para impedirlo y para "proteger" las fuentes de empleo en el país.

Las marchas en el Reino Unido contra la contratación de trabajadores de otros países de la Unión Europea en la construcción de proyectos energéticos, la repatriación de los trabajadores extranjeros despedidos en España, Italia y la República Checa, la propuesta de un senador estadounidense de que las empresas despidan primero a trabajadores extranjeros cuando enfrenten dificultades y los crecientes actos de violencia contra los extranjeros en varios países europeos son simples ejemplos de una creciente tendencia xenófoba que se intensifica en momentos de crisis económica. Del mismo modo que el pánico está contribuyendo al desplome de los mercados financieros, el temor a la pérdida del empleo exacerba los sentimientos xenófobos.

De un modo similar, las tendencias proteccionistas crecientes también surgieron con claridad en la cláusula de "compre nacional" incluida en el reciente paquete de estímulo fiscal de EE.UU. para el caso de algunos productos, en la acusación por parte de EE.UU. de que China "manipula" el valor de su moneda, en el conflicto entre Francia y Alemania por sus programas de ayuda a sus respectivas industrias automotrices, en el reciente conflicto comercial entre la Argentina y Brasil, y en la aplicación de restricciones no cuantitativas a las importaciones en varios países en desarrollo.

El atractivo superficial e intuitivo de las propuestas proteccionistas es bastante claro. Muchos lectores se preguntarán qué tiene de malo proteger mi fuente de trabajo e impedir el acceso de mercancías de otros países que pueden ponerla en riesgo. Parece una propuesta sencilla en la que los beneficios son obvios y sin que se perjudique a nadie dentro del país. Sin embargo, la respuesta no es tan sencilla y es falso que no se perjudique a nadie en el país.

Dejando de lado los aspectos técnicos que muestran que la protección a un sector de un país siempre la paga otro sector dentro del mismo país, la pregunta obvia es cuál será la reacción de los otros países ante mi medida y como me afectará esa reacción. No hace falta mucho análisis para concluir que el resto del mundo aplicará medidas similares (o peores) restringiendo el ingreso de nuestros productos de exportación a sus respectivos países, y desatando guerras comerciales y de devaluaciones competitivas.

Los efectos conjuntos de estas medidas son bastante claros: las importaciones disminuirán por el impacto de las medidas proteccionistas, pero también lo harán las exportaciones por las medidas de los demás países. La caída de las exportaciones reducirá el empleo y el ingreso en esos sectores, por lo que disminuirá el poder de compra interno, la recaudación fiscal y la demanda de los productos que se desea "proteger".

Al final de este ciclo, el empleo disminuirá no sólo en los sectores exportadores sino también en el sector que se deseaba proteger, y lo mismo sucederá en el resto del mundo.

La triste experiencia de la Gran Depresión dejó una clara enseñanza: la solución de toda crisis global debe basarse en la cooperación internacional y en la aplicación coordinada de políticas anticíclicas. Esto es válido tanto en momentos de gran expansión económica como en momentos de recesión. La falta de coordinación de las políticas monetarias de EE.UU. y Europa en 2007 derivó en la devaluación del dólar, en el agravamiento de la crisis financiera y en la formación de una "burbuja" en los precios de las materias primas.

Esta suba de precios llenó inicialmente de optimismo a muchos países emergentes que creyeron que los nuevos niveles se mantendrían en el tiempo, por lo que tanto el sector público como el sector privado incrementaron sus gastos a niveles que no son sustentables en el mediano plazo. La explosión de la burbuja de las materias primas afectó no sólo a los productores de esos productos sino a los ingresos fiscales de la mayoría de los gobiernos. El doloroso proceso de ajustarse a la nueva realidad está en sus inicios.

Todos deseamos que la actual crisis económica y financiera termine pronto; sin embargo, nadie puede pronosticar con certeza cuándo terminará. La globalización de los medios de comunicación nos permite observar las enormes diferencias de opiniones de los supuestos "expertos" y no contribuyen a calmar el pánico. Sin embargo, las opiniones públicas de los funcionarios de los principales países muestran un elevado nivel de coincidencia sobre las políticas a implementar, lo que permite ser más optimista sobre una posible solución gradual de la crisis.

La pequeña guerra fría de Kirchner
Clarín, Buenos Aires (www.clarin.com)
Por Eduardo van der Kooy
Néstor Kirchner está siempre a un tris de dinamitar las negociaciones con el campo. Se tentó el miércoles pasado. Maquinaría ahora una modificación para la futura comercialización de granos. Nunca pareció, en verdad, demasiado convencido con reanudar esas negociaciones. Pero a veces escucha a Cristina, sabe de la incomodidad de ministros involucrados directamente en el conflicto y presta atención a nuevos síntomas de la adversidad.

¿Por qué razón se tentó con la ruptura? El ex presidente no toleró ver a los dirigentes del campo en el mismo escenario que la oposición. Se juntaron en el Congreso y amontonaron palos contra el Gobierno. "¿Ven lo que consiguieron?", reprochó a varios de los hombres que dialogaron con él y que aconsejaron buscarle una salida armónica al pleito. "Estamos como el año pasado", rezongó.

El episodio, de todas formas, podría estar marcando la posibilidad de un matiz en los hábitos tradicionales de los Kirchner. ¿Es así? Sería temerario asegurarlo. Existe en todo caso una zona incierta, de tonos grises, que estaría atravesando el matrimonio en este tiempo preelectoral.

Esa duda los hace todavía navegar entre ciertos gestos de conciliación para acercarse a una sociedad tensa y desconfiada o la dureza para intentar blindar la tropa que todavía responde en el peronismo. La alusión que ambos hicieron la semana pasada a los supuestos traidores del partido completaría la conducta ambivalente.

Quizás haya pasado para Kirchner la hora del látigo. Ese látigo asoma desflecado. La invocación a los traidores que antes podía provocar miedo genera ahora reacciones impensadas. Cuando habló de traidores y de aquellos que ganaron "colgados de las faldas de Cristina" apuntó a Felipe Solá. El diputado prefirió guardar silencio pero irrumpió Carlos Reutemann. El senador no participó en la batalla electoral del 2007, porque arribó a su banca en el 2003 con un mandato de seis años que recién expira en diciembre. Pero no parece existir mejor negocio político, en especial en Santa Fe, que confrontar hoy con Kirchner.

Aquel látigo surte efecto en los peronistas que todavía lo frecuentan, en los que tienen por él un respeto reverencial, en los que no pueden evitar aún la cercanía geográfica y política o en los que lo necesitan para seguir administrando. En el resto del enorme tronco peronista se va registrando un desgajamiento irremediable.

Los que lo necesitan son, en especial, gobernadores e intendentes. Daniel Scioli tiembla cuando escucha las cifras de aumentos salariales que se discuten para los docentes porque ese aumento, antes o después, se trasladará al grueso de la administración pública bonaerense.

Los intendentes del conurbano necesitan los dineros oficiales más que nadie. Pero algunos de esos dirigentes, incluso en el segundo cordón --la hipotética fortaleza kirchnerista-- se enfrentan a un dilema. Los pone allí aquel soporte económico indispensable y, a la vez, el desencanto que impera con los Kirchner en vastos sectores de esas comunidades.

Los mismos intendentes observan octubre con mucha prevención. Ignoran qué candidato en Buenos Aires podría asegurarles la victoria. Aunque dentro de esa incertidumbre logran siempre una constatación: no hay nadie en el PJ del distrito que todavía supere la declinante ponderación que tiene Kirchner. Por ese motivo se explica el deseo de varios de ellos: "Que sea Néstor. Si gana se acabarán las discusiones. Si pierde podremos pensar en otro liderazgo y en el 2011", confiesan con una dosis de crueldad y fatalismo.

Kirchner está por primera vez pensando con seriedad la chance de ser al final el candidato. Es el jefe intratable que, como en el conflicto con el campo, creería ser protagonista de alguna gesta épica. Una gesta quizás en tiempo equivocado.

Pese a todo no avanza en penumbras. Revisa los números de las encuestas que, casi siempre, se circunscriben a Buenos Aires. En ese campo se dirimirá la elección de octubre y el futuro. Los números que más interesan son los del conurbano porque en el interior bonaerense el destino habría sido marcado por el pleito con el campo. El ex presidente supone que allí perdería alrededor de 500 mil votos que obtuvo Cristina cuando se consagró Presidenta.

La novedad con que se habría topado el ex presidente es la potencial captación de votos que estaría en aptitud de hacer la oferta electoral todavía desarticulada de Solá, Francisco de Narváez y Mauricio Macri.

El mayor peligro para Kirchner lo encerraría esa rápida diseminación de votos más que aquel espacio donde participa el peronismo disidente. Esa diseminación significaría que los votantes estarían a la espera de alternativas distintas a la oficial. Significaría además un descontento con los Kirchner. El armado electoral de la nueva trilogía, en cambio, está aún lejos de consolidarse por los recelos crecientes que circulan entre Solá y De Narváez. También por las debilidades de manejo de Macri. El PRO bonaerense se le acaba de quebrar.

Esa precariedad no se ha convertido en dique de las cotidianas deserciones que padece el oficialismo. Ocurrió en Diputados y el Senado. Pero está sucediendo en otras partes. El jefe del bloque de diputados bonaerense del PJ, Raúl Pérez, resistió en su banca pero diez colegas se pasaron a las filas de Solá. En el Senado de la provincia Carlos Mosse, que fue secretario de Hacienda en épocas de Kirchner, se tomó licencia. La sangría no terminó.

También siete diputados provinciales abandonaron en Santa Fe al kirchnerismo para seguir las huellas de Reutemann en el plano nacional. La fragmentación se da más arriba o más abajo: en la localidad de 9 de Julio, en Buenos Aires, cuatro de los seis concejales kirchneristas se alejaron dejando al intendente a tiro de la oposición.

Cristina y Néstor Kirchner siguen sin advertir que ese desparramo responde, sobre todo, a la errática política en el pleito con el campo. Hace un año que ese pleito tiene empantanada a la Argentina y en ese lapso el matrimonio ha exhibido poca imaginación para cambiar.

Apenas mutaron alguna forma. La pelea con el campo ya no se hace en la calle, con movilizaciones ni con gritos destemplados. El matrimonio prefiere el acoso, la amenaza constante, al estilo de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS --con respeto por la historia-- que caracterizó la segunda mitad del siglo XX hasta que cayó el Muro de Berlín.

La idea de volver a una Junta de Granos para comercializar los granos tendría que ver con aquella estrategia pero respondería, sobre todo, a una urgencia: el Gobierno necesita que los productores vendan los granos acumulados (los volúmenes, según las partes en pugna, oscilan entre los 4 y los 9 millones de toneladas) para ingresar divisas y, a través de las retenciones, engrosar las arcas fiscales que vienen decayendo por efecto de la crisis doméstica e internacional.

Hace mucho tiempo --desde que el año pasado promediaba el conflicto-- que la cuestión merodea la cabeza de los Kirchner. Incluso hay dos proyectos, en ese sentido, originados en el bloque oficial de senadores. Pero mas allá de lo que la hipotética novedad pueda implicar en términos económicos para el Gobierno y el campo, lo que siempre cae mal del matrimonio es el estilo y la oportunidad.

El Gobierno abrió una débil instancia de diálogo la semana pasada que debería continuar el martes próximo. Los dirigentes del campo se fueron de ese encuentro inicial sin conocer algunas de las medidas luego anunciadas. Ahora se aprestan a otra ronda e ignoran los pensamientos oficiales sobre la posible nueva comercialización de granos en el país. Así desarrollado, ese diálogo se parece demasiado a una ficción.

El artificio estaría provocando algunas finas grietas en el Gabinete. Débora Giorgi y Florencio Randazzo no entraron a la cocina de la nueva decisión que menean los Kirchner. La ministra de la Producción y el de Interior son ahora los funcionarios políticos que tienen contacto con la Mesa de Enlace. Sergio Massa evaluaba con consultas cómo podría ser tomada la resolución por el campo y la opinión pública. El jefe de Gabinete cree en la utilidad de modificar las reglas del mercado de granos siempre y cuando hallen un sostén político y social. Sus consultas no habrían caído bien.

En la antesala del poder estuvieron sólo Ricardo Echegaray, el titular de la ONCCA, y Guillermo Moreno. El secretario de Comercio está en todas las decisiones importantes del matrimonio y se comporta como un ministro de Economía. Carlos Fernández viaja hoy a Portugal a una reunión de ministros de Iberoamérica para tratar la crisis internacional. La esperó el jueves a Cristina para conversar sobre el tema pero la Presidenta regresó tarde de Tres Arroyos y se fue a Olivos. A la tarde del mismo día había estado a solas con Echegaray.

A la vuelta de cada esquina el matrimonio presidencial vuelve a ser el de toda la vida, con sus rasgos casi incombustibles: muy solos y desconfiados. Pelear y morir con lo nuestro, podría ser el apotegma de ellos en este tiempo bien inclemente del mundo y del país.

Embarques, en busca del tiempo perdido
Por Silvia Naishtat
En el amplio piso con vista al puerto se transpira adrenalina. Del techo cuelgan pantallas con la cotización del mercado de Chicago y de Rosario. De pronto, un operador da el grito. La soja acaba de bajar 50 centavos, en medio de rumores sobre el comercio de granos. Las versiones nacieron en la Bolsa, crecen entre los ruralistas y el Gobierno no desmiente.

Allí, los escritorios tienen varios teléfonos y líneas punto a punto con Chicago, Rotterdam y Moscú. Es el centro de operaciones de una de las principales exportadoras, que puso como condición no ser mencionada. Un trader -como se los llama en la particular jerga del negocio- cierra ventas de aceite a granel a la India. Lo informa al sector logística y al de finanzas. Hay que conseguir la mercadería, el buque y la carta de crédito. Hace unos años podía llevar semanas. Ahora es cuestión de días.

En febrero de 2008 en la misma sala proyectaban hacia 2010 una cosecha de 120 millones de toneladas de granos y se agarraban la cabeza porque imaginaban cuellos de botella en rutas y puertos, pese a que Argentina titila en ese renglón como uno de los países más eficientes del mundo. La taba se dio vuelta. Ahora creen que en 2010 la cosecha arañaría 90 millones de toneladas. ¿Y los precios? "El mundo seguirá comprando alimentos pero pagará menos. La pérdida se siente: 30% en promedio, el último año", dice el CEO.

El comercio de granos se concentra en compañías de tamaño superlativo. Entre Cargill, ADM y Bunge facturan tanto como el PBI de la Argentina. La discreción es regla y los operadores tienen un afán detectivesco para averiguar desde los datos más extravagantes hasta qué mercado deja sin atender el competidor y anticipar el clima y su impacto en la cosecha.

Argentina lidera en el planeta en exportación de soja y girasol. Claro que el conflicto con el campo cambió las cosas y los importadores dudan si se puede cumplir con los embarques. Eso se traduce en un castigo en los precios. Afuera oscurece y llega telefónicamente la noticia del informante chino. Allá la sequía también hace estragos. La buena noticia es que Beijing demandará más de lo previsto.

Encima de la crisis, nos castiga el flagelo del discurso optimista
Clarí, Buenos Aires

Por Marcelo A. Moreno
A los argentinos -gimnastas consumados en hacer cintura frente a derrumbes variopintos- esta última crisis, terrible y global, tiende a hartarnos al tiempo que nos alcanza, corroe y amenaza con devastarnos.

Pero si aceptamos con mufada resignación criolla que otra vez nos toca bailar con la más fea, a muchos nos cabrea por demás que nos repitan como una letanía que toda crisis significa, en realidad, una gran oportunidad.

Porque una cosa es que nos vaya como la mona -situación que en este caso al menos nos permite el célebre consuelo de muchos- y otra muy distinta, más áspera y más indecorosa, pretender vendernos que estas penurias -sino catástrofes- abren una puerta inesperada a futuros gloriosos e inmaculados, prósperos hasta la desmesura y plenos de felicidad envasada.

Puede irnos todo lo mal que, avizoramos, nos irá, pero que nos tomen encima a la chacota se pasa de la raya.

Así parece suceder con los incesantes llamados gubernamentales, desde variados atriles, a que consumamos a lo loco. A que nos endeudemos. A que compremos autos, lavarropas, heladeras, refrigeradores, termotanques, bicicletas incluso.

Se entiende que el Gobierno quiera incentivar el consumo interno para, entre otras cosas, preservar los empleos. Pero suena vecino a la tomadura de pelo que se nos inste a gastar en medio de la música patética del desplome de casi todos los números de la economía, aún los esmerilados pacientemente por el INDEC: caída a pique de las importaciones, de las exportaciones, del superávit, más los pronósticos con matices que van del oscuro al negro profundo de consultoras y especialistas y hasta de la propia CIA sobre nuestras perspectivas.

"Nadie puede en su vida escapar a una deplorable crisis de entusiasmo", escribió Stendhal. Entre tanto ditirambo optimista, algunas palabras se destacan hasta resultar conmovedoras, como las pronunciadas por la ministra de Defensa, que diagnosticó hace poco: "Entre la caída del Muro de Berlín, hace menos de 20 años, y ahora la caída del otro muro, el de la codicia y la desregulación irresponsable de Wall Street, se abre un horizonte de posibilidades reales para los ideales de independencia, desarrollo y justicia".

¿Un mundo ideal? En realidad, sabemos que no. Que lo que se viene puede tener muchos rostros pero que está tan lejos de esos ideales como la Argentina de la Argentina Potencia, que predicara sin idea ni suerte la primera Presidenta que tuvimos, Isabel Martínez de Perón.

Porque hasta el mismo jefe partidario de Garré, Néstor Kirchner, acaba de advertir que este será "el peor año en cien".

¿Y entonces? ¿En qué quedamos? ¿Le creemos a ella o al jefe?

Ante semejante panorama de tiempos de cólera en los que, además, brotan las contradicciones como hongos indigeribles, el ejercicio casi zen de la sana prudencia suele ser lo más recomendable.

Y en eso andamos la mayoría, tratando de cuidarnos, "desensillando hasta que aclare" -como recomendó cierto general de fama- y esperando que pase el ventarrón, con la esperanza atada de que no devenga en Diluvio Universal.

Son tiempos de vacas flacas y no sólo por la impiadosa sequía que azota la hasta ahora Pampa Húmeda. Entonces que no nos gasten, que de bobos completos aún no nos recibimos.

El magnífico Voltaire, que con tanto fulgor iluminó un siglo lleno de luces, confió que "soy un convencido de que los infortunios, cualquiera sea su especie, sólo son buenos para olvidarlos". Que así sea.

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