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(OPINIÓN) RICARDO ALONSO: “COMISIONES DE CAMELLOS Y CABALLOS”
22/10/2008

Comisiones de camellos y caballos

El bicentenario de 1810-2010
Ricardo N. Alonso
En 1910 se cumplió el primer centenario de esta nuestra sufrida nación. Estábamos en el apogeo. Ahora en el 2010 se cumple el segundo centenario desde aquél histórico 1810. Lo único cierto es que el primer centenario fue un hecho trascendente. Éramos una potencia universal. Los inmigrantes soñaban con llegar a nuestras tierras, presentadas en Europa como un verdadero Edén. El centenario de 1810 mostraba al mundo una Argentina que parecía un prodigio de progreso y prosperidad: dedicada al agro y al comercio, iniciando el camino de la industria, albergando a inmigrantes europeos. Nos habíamos convertido en la séptima potencia mundial, el granero del mundo, y ocupábamos un primer plano respecto a la política internacional.

En un curioso y raro librito titulado “La Argentina Mundial en los Centenarios de su Independencia: 1810-1910/1816-1916”, publicado en Buenos Aires en 1915, José Ingenieros se atrevía a hablar de una “nueva raza”, la Raza Argentina, creada en la “convergencia de esfuerzos y unidad de ideales”. “El Trabajo y la Cultura son los sillares de nuestra nacionalidad” decía. Hablaba además que “los valores morales son indispensables para la grandeza colectiva”. Remarcaba que en América, el “más robusto núcleo cultural es la Argentina”. Finalizaba su vibrante escrito diciendo: “De la vida argentina saldrán ideas e ideales que constituirán una fórmula nueva dentro de la filosofía humana”. Así nos veíamos en el primer centenario, sólidos, fuertes, con raíces, pujantes, avasalladores.

El país tenía científicos que brillaban en el mundo. La República Argentina era conocida como el “País de Ameghino” por tener en su seno a uno de los más grandes paleontólogos de la historia mundial: Florentino Ameghino. Estábamos pletóricos de sabios, científicos, intelectuales, materia gris abundante, tan abundante como las vacas y el trigo que daban la riqueza a la Nación. Recibíamos a los mejores intelectuales del mundo. Nos lucíamos. Éramos un país en serio. Gigantescas cabezas, locales y extranjeras, daban brillo a una verdadera Argentina.

Hoy, 100 años después, nos encontramos con un próximo festejo de los 200 años de vida del país en las peores condiciones. Ni uno solo de los responsables actuales, representa una sola migaja de aquellos grandes prohombres del primer centenario. A cambio tenemos discurso, puro discurso, palabras huecas, homenajes falaces. Una dura metamorfosis de grandes figuras por pequeños parlanchines. Una degradación de aquella gran Argentina presentada como máscara ficticia de falsa prosperidad. El país inmerso en una deuda interna y externa, económica, social e intelectual de magnitud sideral. Ventilando al mundo la gran mentira del ser nacional. Haciendo propaganda con ídolos de cartón.

Hoy, en el país, se arman comisiones a doquier que solo buscan repartirse un escuálido botín representado por el “presupuesto” que quiere comprar lo que no se puede crear (ni creer). Comisiones de funcionarios pagos para llevar adelante tareas que deberían ser elemental, esencial y absolutamente honoríficas. Puestos de trabajo creados con los presupuestos nacionales y provinciales para que algunos traten de hacernos creer que seguimos siendo potencia. Otros, para rescatar oscuros antepasados y ponerlos en la vidriera como héroes del presente. En fin, “intelectuales” creados y designados por decreto para formar una comisión. Y ya lo dijo Perón: “Si usted quiere que algo se haga, déselo a una persona; si no quiere que se haga entonces déselo a una comisión”. Lo que vino a ser mejorado con aquello de ¿Qué es un camello?, y dando por respuesta: Un caballo diseñado por una comisión.

Queremos demostrar que somos un país pujante justo cuando hemos descendido decenas de puestos hacia abajo en el concierto de las naciones. Cuando hemos estafado al mundo sin respetar leyes ni compromisos asumidos de ningún tipo. Cuando seguimos mintiendo hacia afuera y nos seguimos mintiendo hacia adentro. Cuando da vergüenza en el mundo decir que se es argentino. No hace falta más que cruzar los continentes para ver cuál es el concepto que se tiene de nosotros afuera. Es muy difícil hacerse a la idea cuando de lo exterior solo se conoce el viejo Miami del “deme dos”.

Así nos encuentra este centenario que se pretende plantear como luminoso, rimbombante. Un centenario que debería servir para pensarnos hacia adentro, para avergonzarnos hacia adentro. Para ver humildemente como nos fuimos cayendo del mapa. Para reflexionar sobre como defraudamos a aquellas generaciones decimonónicas que pusieron todo su esfuerzo para construir una Argentina potencia, una Argentina de la producción y el trabajo, una Argentina capaz y responsable, en fin una Argentina modelo y no la fachada vergonzosa que hoy presentamos al mundo, donde prima la falta de esfuerzo, la anomia, la inseguridad jurídica, la viveza criolla, el “borocotismo” (por Borocotó), la política falaz y traicionera, lo superficial, lo mundano, el verso, lo trucho, la “tinelización” (por Tinelli) de los valores, en fin, la quintaescencia mejorada del tango Cambalache.

La Argentina no se merece festejar el próximo centenario si no realiza antes una profunda autocrítica. Parafraseando al Martín Fierro diríamos: Y es bueno que lo recuerden/ si la vergüenza se pierde/ jamás se vuelve a encontrar.

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