El profesor de la Universidad de San Andrés señaló que la situación del ’29 afectó a los bancos comerciales y que la que vivimos en la actualidad, toca a los bancos de inversión. Cree que el país no sufrirá demasiado la crisis por su aislamiento relativo. Pero que ya se han ido los tiempos en que todo era fácil para el país.
Por Hernan Dobry
En los últimos días, cada vez son más las voces que comparan la crisis que se originó en los Estados Unidos con el crack de 1929. A pesar de los efectos devastadores que provocaron ambas crisis en los mercados y la economía global, existen algunas diferencias en el accionar del gobierno y la Reserva Federal norteamericanas para solucionar el problema. Tampoco sería idéntico el impacto sobre la Argentina.
Roberto Cortés Conde, profesor emérito del Departamento de Economía de la Universidad de San Andrés, historiador de la economía, marcó las similitudes y diferencias en un diálogo telefónico con PERFIL, desde Nueva York, donde permanece, más cerca de la crisis, aunque con la perspectiva teórica suficiente como para hablar con propiedad de ella.
—¿En qué se parecen ambas crisis?
—Hay algo central: ambas fueron parte de una burbuja especulativa; la del ’29 con las acciones y la actual, con los valores hipotecarios. En la primera, hubo una corrida de depositantes y ahora el problema son los bancos de inversión.
—¿En qué difiere el accionar del gobierno de los EE.UU.?
—Hasta el domingo pasado, la Fed, el gobierno y el Tesoro de los EE.UU. tenían una política muy distinta a los ’30. Con el caso Lehman, pareciera que trazaron una raya y no se pasaba de allí. Esta era una política más ortodoxa de “no se puede salvar a todo el mundo”. Como los mercados reaccionaron tan mal, hubo un cambio y se dio algo inédito: se ayudó a una aseguradora.
—¿Y en la década del 30?
—Allí, la Fed decidió no crear más dinero para ayudar y salvar a los bancos y esperar a que el problema se resolviera solo. Eso significó la bancarrota de muchas instituciones financieras y una contracción enorme de la economía. Y llevó a la Gran Depresión, a una caída de precios, de la demanda, de la inversión, a tasas de interés reales altas y desempleo. Pero no advirtieron, ni siquiera después del crack de la Bolsa, las consecuencias deflacionarias y recesivas sobre el conjunto de la economía real. Ahí, aparece (John Maynard) Keynes con la idea de que si nadie invierte tiene que ser el gobierno el que aumente el gasto.
—¿Cómo impactó eso en la Argentina de la época?
—La situación internacional era distinta porque teníamos un sistema de cambio donde todas las economías estaban atadas por las reservas de oro que tenían sus monedas y la transmisión del impacto de unas a otras era mayor. Además, la Argentina estaba mucho más vinculada al mundo y en esa medida sufrió más. La enorme caída de los precios y el efecto en los ingresos por exportaciones impactó con fuerza en el sector agropecuario. Por consiguiente, también el sector bancario y el Gobierno lo sufrieron porque el principal ingreso eran los derechos de importación y, evidentemente, en la medida en que se vendía al exterior con precios mucho más bajos, también se redujeron los valores de importación.
—¿Qué diferencia hay entre aquel país y éste?
—Hay situaciones que son distintas. En el ’30, los precios agrícolas estaban cayendo. Esto afectó a la economía y al comercio internacional, y muy fuertemente a la Argentina. Ahora, el mundo está al revés con un flujo y una evolución de los precios que han estado para arriba. Además, tenemos otros actores en los mercados mundiales como China o la India. Por otro lado, la Argentina está aislada desde antes, no tiene acceso a los mercados financieros por lo que ocurrió en el país y no por lo que está pasando en el mundo. Es decir, aún antes de esta crisis tenía problemas serios. El aumento del riesgo país es por factores internos y no por la crisis en los EE.UU.
—¿Cómo queda parado el país frente a esta crisis?
—Lo que uno puede prever es que la idea de que en la Argentina todo era fácil porque los precios de las commodities se iban para arriba, me parece que no va a seguir. Creo que el problema de la economía desde hace unos años es mucho más interno que una consecuencia de lo que pasa afuera. Esto no quiere decir que no sea para nada afectada por lo que esté pasando en el mundo.
Lorenzino: “Sí, creceremos menos, pero no habrá catástrofe”
Perfil, Buenos Aires
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El secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino, admitió ayer que la crisis financiera mundial golpeará a la economía argentina y, como resultado, se crecerá menos este año. En declaraciones radiales el funcionario confirmó también que a pesar del crack financiero, la Argentina pagará la deuda al Club de París en menos de un año.
Lorenzino evaluó que la crisis financiera “está claro que daños va a dejar” pero celebró que “el mercado tomó como que una etapa pasó, viene otra nueva, y a la nueva etapa se la ve con optimismo”.
En el mismo tono optimista, el secretario estimó que el impacto de los vaivenes económicos en el país serán menores. “Uno puede ver para adelante, producto de esta crisis, una desaceleración del crecimiento, lo que no implica que la Argentina vaya a entrar en una catástrofe”, señaló.
Durante la misma entrevista, Lorenzino también se animó a dar precisiones respecto al pago de la deuda al Club de París. Consultado respecto de si ese pago podría demorar un año, en vista del contexto financiero internacional, contestó: “Yo no creo que sea tanto tiempo, pero si tal vez uno o dos meses”. Con más precisión, el pago se realizará en cuotas: “La idea de un único pago no contempla la complejidad del Club”. “Es la fortaleza de este modelo la que habilita una decisión de neto corte político. El pago se pudo concretar porque existen las reservas necesarias para hacerlo, y sin ponerlas en riesgo”, dijo Lorenzino.
Joaquín Morales Solá: "Argentina contra el mundo"
La Nación, Buenos Aires
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Washington está comenzando a mostrar su desagrado por las ofensas argentinas. A España le molesta aún más el trato local a sus empresarios y las referencias xenófobas del poder contra los españoles. Brasil es el único país grande que ha hecho de la paciencia estratégica una política con la Argentina. Cuando el resto del mundo ve a la Argentina, y ciertamente la ve poco, se asombra ante un gobierno que no disimula cierta satisfacción por los estragos financieros mundiales para valorar las supuestas bondades de un modelo local sin atributos.
La intensa crisis política de los Kirchner, que se advierte en la independencia con que ahora hablan y deciden legisladores, jueces, gremialistas y empresarios, parece haber encontrado su solución en una retórica nacionalista. Es una estrategia de aislacionismo frente a problemas internacionales cuyas consecuencias mojarán, más pronto que tarde, las economías de todo el mundo, incluida la argentina.
Ricardo Lorenzetti, presidente de la Corte Suprema de Justicia, ha hecho algo parecido a Hugo Moyano: disparó contra el corazón de políticas kirchneristas. Lorenzetti se quejó públicamente por los jueces permanentemente denunciados ante el Consejo de la Magistratura, sobre todo cuando aquéllos hurgan en causas que molestan a los gobernantes. En efecto, ésa es la estrategia del oficialismo para frenar a los jueces. Moyano envió un mensaje político de una enorme severidad cuando pidió que el asesinato de José Rucci fuera considerado un crimen de lesa humanidad. El reclamo de Moyano colocaría en la puerta de los juzgados a muchos ex dirigentes montoneros. Es lo que los Kirchner no quisieron hacer nunca.
La muerte de Rucci fue un mensaje de los montoneros a Perón, como la declaración de Moyano sobre Rucci es un claro mensaje a los Kirchner , dedujo un político sagaz. Otro dirigente gremial histórico, José Rodríguez, de Smata, pidió aumentos salariales del orden del 50 por ciento. Si lograra la mitad de esa cifra, ya sería suficiente como para tumbar la economía por obra de la consecuente inflación.
Los dirigentes empresarios, callados y prudentes hasta ahora, se dieron el lujo de reclamarle en la cara a Cristina Kirchner un dólar más competitivo y un sistema más eficiente de protección a la industria. La Presidenta les negó, también en público, ambos pedidos. Los legisladores están analizando el presupuesto del derecho y del revés. Dos cosas podrían cambiar: los superpoderes y el impuesto al cheque, cuya vigencia vence este año.
Ese impuesto es una herramienta importante de la recaudación fiscal. Una mayoría parlamentaria se está armando para hacerlo coparticipable con las provincias. El gobierno federal debería resignar, en tal caso, alrededor del 20 por ciento de esos fondos. No es una buena noticia cuando todo se encoge.
Los jueces han derrumbado del mando del Ejército al militar más cercano al kirchnerismo, el teniente general Roberto Bendini, cuya amistad con Néstor Kirchner se remonta a los años en que los dos eran ignotos caciques en Santa Cruz. Kirchner está pagando la arbitrariedad de haber designado al frente del Ejército a un general sometido a una investigación penal por el manejo de recursos públicos.
Otro juez, Oscar Petrone, se acordó, después de un año desde que estalló el valijagate, que le es posible reclamarle al gobierno norteamericano la indagatoria de Guido Antonini Wilson en los Estados Unidos. La causa por la valija venezolana se activa en la Argentina sólo cuando avanza en Miami. Lo único que ha sobrado aquí han sido las palabras oficiales para culpar al Estado norteamericano de una supuesta conspiración contra Cristina Kirchner. La advertencia sobre esa polución de palabras llegó de la propia boca de Shannon.
En ese contexto de incesantes indisciplinas internas, los Kirchner están tratando de hacer, sin suerte, un escudo defensivo con sus declaraciones y con sus actos sobre cuestiones internacionales. Los dos funcionarios de Washington más cercanos a los Kirchner, Tom Shannon y Earl Anthony Wayne, le han advertido al gobierno argentino en los últimos días de que existe tensión y de que las palabras también tienen un límite. Washington hizo algo más: fue el país más reacio en el Club de París para aceptar la extravagante decisión argentina de pagar su deuda en default de acuerdo con sus propios y confusos cálculos.
Ese anuncio careció de un plan serio para levantar toda la deuda en default. En medio del sismo financiero internacional, el gobierno argentino podría arreglar ahora con el Club de París y con los holdouts (los bonistas que no entraron en el canje) con la misma cantidad de dinero que anunció que le pagaría al primero. Sería necesaria, sí, una negociación por el resto de la deuda con ambos acreedores en default. ¿Por qué el gobierno argentino no quiere negociar cuando hay condiciones tan buenas? , se preguntó un importante dirigente europeo. No hay respuesta, porque nunca hubo un plan, ni bueno ni malo.
La decisión de pagarle sólo al Club de París colmó la paciencia del juez neoyorquino Thomas Griesa, que trata el caso de los bonistas que denunciaron al Estado argentino. El magistrado tuvo sus dosis de comprensión con la Argentina y luego otra porción de paciencia. Ambas cosas se han terminado. Griesa estaría dispuesto a comenzar un período de embargo de todo lo que sea embargable del Estado argentino.
Miguel Pichetto, jefe del bloque oficialista del Senado, acusó de colonialismo a los empresarios españoles en pleno recinto de la Cámara alta. El embajador español, Rafael Estrella, no lo nombró, pero lo aludió cuando en días recientes denunció una campaña xenófoba contra los españoles. Palabras xenófobas había tenido también Hugo Moyano, pero el Gobierno se escudó en el pretexto de que el líder cegetista no es funcionario. Pichetto es un hombre de confianza de los Kirchner.
En fin, los norteamericanos son desestabilizadores y los españoles practican el colonialismo. ¿La Argentina es sólo una víctima inocente del exterior, esa idea que tan bien le cabe aquí al imaginario colectivo?
En rigor, el viaje de Cristina Kirchner a Madrid se postergó más que nada porque le advirtieron que el clima que la recibiría no sería bueno. El gobierno de Rodríguez Zapatero está convencido de que Aerolíneas Argentinas cayó víctima de una operación de pinzas: el kirchnerismo nunca le dio condiciones para funcionar como empresa, mientras protegió a los pilotos en frecuentes huelgas que desprestigiaron a la compañía.
La actual puntualidad de Aerolíneas Argentinas (llega antes de lo previsto en casi todos sus vuelos) es también una muestra de fuerza de los pilotos. La empresa funciona sólo cuando ellos quieren. Hasta el rey Juan Carlos conoce lo que pasó con la aerolínea, que todavía es propiedad privada de influyentes empresarios españoles.
La Presidenta usó palabras petulantes para hablar de la crisis financiera internacional, confrontándola con el modelo argentino . Es probable que Cristina insista en esas superficiales referencias en su discurso ante las Naciones Unidas. El modelo argentino es el modelo Moreno , según el cual todo lo que parece ser resulta que no es. La Argentina sigue en este mundo: el precio de la soja se ha depreciado un 25 por ciento en los últimos tres meses. Las alarmas comenzarán a sonar aquí cuando el valor de la tonelada baje de los 400 dólares; no falta mucho. La economía de China podría desacelerarse. El 50 por ciento de sus exportaciones van a los Estados Unidos, Europa y Japón, todos en virtual estado de recesión. ¿Cómo evitaráel país esos remezones?
Un modelo internacional, el de la globalización de descontroladas finanzas carentes de conducción política, parece haber llegado a su fin. También concluye una era de engreídos maestros de finanzas que desmadraron sus propias finanzas. Todo eso no significa, sin embargo, que el modelo argentino sea mejor ni más recomendable que el sistema que colapsó en un mundo desconcertado.
Mariano Grondona: "Admirar, temer o detestar al capitalismo"
La Nación, Buenos Aires
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Esta semana, cuando anunció la destrucción de la "burbuja" capitalista de Wall Street, comparando su fragilidad con la supuesta fortaleza de la economía argentina, la presidenta Kirchner se aventuró por un territorio que le es desconocido. De haber tenido que defender su tesis ante una mesa examinadora en lugar de la claque de funcionarios que invariablemente la aplauden, quizá Cristina habría conocido el sinsabor de un severo interrogatorio porque ni el capitalismo es lo que ella sostiene ni la economía argentina está en la situación que ella proclama.
Ha habido y habrá burbujas, por cierto, en el capitalismo, pero éste no consiste en sus burbujas, sino que es, al contrario, el único movimiento económico revolucionario de la historia. Eso no quiere decir que el capitalismo sea, por definición, benévolo o solidario. Como toda obra humana, tiene su lado sombrío. Por eso me atrevería a recomendar a todos aquellos que lo demonizan alegremente, como acaba de hacerlo Cristina, la definición que propuso el economista austríaco Joseph Schumpeter cuando sostuvo que el capitalismo es, en el fondo, un despiadado proceso de destrucción creativa.
Esta noción se acerca a la ley de la evolución de las especies que formuló Charles Darwin. En su lucha por la supervivencia, unas especies progresan y otras sucumben, de modo tal que sólo algunas de ellas, las más aptas, prevalecen finalmente. Es cruel, pero es real. En forma comparable, cuando las empresas son sometidas a la dura ley de la competencia, sólo algunas de ellas crecen y se multiplican mientras otras quiebran. Que algunas empresas quiebren es, sin duda, doloroso. Pero si quisiéramos salvarlas a todas de la ley de selección de la competencia, todavía viviríamos en la Edad Media. Nadie quebraría. Nadie, tampoco, progresaría. Lo ideal sería, por supuesto, que ninguna empresa quebrara y que todas progresaran, pero esta visión es sólo una rosada utopía. Una Argentina que insistiera en subsidiar a casi todas las empresas como hoy lo hace el Estado kirchnerista quizá salvaría su alma, pero condenaría al mismo tiempo a la economía, dejándola al margen del único movimiento revolucionario que ha traído consigo la Edad Moderna: precisamente, el capitalismo.
Audacia y cautela
Para refinar este argumento, podríamos traer a la memoria lo que acaba de escribir quien fue hasta hace poco el presidente de la Reserva Federal norteamericana, Alan Greenspan, en su libro Una edad de turbulencia . Siendo como es un schumpeteriano, Greenspan sostiene que sólo la ley de la competencia capitalista trae consigo el progreso, pero reconoce que ella genera al mismo tiempo un estrés a veces insoportable. ¿Qué ha de hacer entonces el verdadero estadista? Combinar sabiamente los rigores del progreso económico con su atenuación en situaciones límite, de modo tal que el precio que los empresarios, los profesionales y los obreros pagan por progresar no los hunda en una ansiedad insoportable.
Lo estén haciendo bien o torpemente, este difícil equilibrio es el que buscan ahora las autoridades que hoy monitorean la crisis de los mercados capitalistas. Pero hay matices que debemos tener en cuenta. Los norteamericanos son, hoy por hoy, la nación más capitalista del planeta, la que más acepta la lógica de la competencia. Por eso es de lejos la que más ha progresado. Puestos sin embargo ante una de las previsibles crisis que atraviesa necesariamente el capitalismo por su propia naturaleza, sus autoridades dejan caer a veces gigantes como Lehman Brothers porque no desean que, por complacencia con las empresas que están peor, las autoridades de los Estados Unidos les prometan que, de algún modo, finalmente las van a salvar a todas.
Desde el punto de vista de la cultura económica norteamericana, si se difundiera una actitud benevolente hacia todos los que arriesgan, hacia todos los que han apostado al llamado moral hazard , esto es, a la esperanza de que alguien, finalmente, los salvará, las empresas terminarían por caer en la idea irracional de un subsidio universal que anularía no sólo los riesgos, sino también los beneficios creativos , "schumpeterianos", de la competencia.
Hasta donde pueden, pues, los norteamericanos apuestan a la competencia. En otras culturas capitalistas como Europa y Japón, en cambio, la apuesta a la competencia se morigera por temor a sus posibles excesos. Por eso Europa y Japón, siendo más cautelosos que los Estados Unidos, no se han puesto como ellos a la cabeza de la revolución capitalista.
Entre el amor y el odio
El pensador más original en esta materia fue Carlos Marx porque si bien odiaba el capitalismo, al que deseaba destruir en nombre del socialismo, reconoció al mismo tiempo su papel revolucionario. Desde el momento en que ha revolucionado las fuerzas y las relaciones de producción, según Marx el capitalismo es una etapa necesaria para el progreso de los pueblos. Una vez que el capitalismo difundiera su enérgica visión de la economía, sin embargo, sólo entonces llegaría la hora del socialismo, su necesario sucesor. La relación de Marx con el capitalismo es, pues, una de amor-odio . Amor por el cambio necesario que va a traer. Odio porque, una vez que termine de traer lo que va a traer, será prioritario destruirlo.
Tanto el capitalismo como el socialismo son para Marx, entonces, etapas necesarias del progreso moderno. Pero la mentalidad del populismo que enarbola nuestra Presidenta no apunta a superar en algún momento esta lógica revolucionaria de la modernidad, sino a esquivarla, negándose a ella.
Por eso el verbo que más emplea el populismo, hoy, es desacoplar . No hay que incorporarse a la revolución de la modernidad para, eventualmente, superarla, como piensan, cada uno a su manera, Schumpeter y Marx. Hay que refugiarse, en cambio, lejos de su energía revolucionaria, para salvarse de ella.
El autor chileno Claudio Véliz sostiene que hay dos mentalidades económicas predominantes en el mundo actual. Según la primera, a la que llama la cultura del zorro, los empresarios compiten abiertamente entre ellos porque aman como el zorro los espacios abiertos en los cuales viven y compiten a sabiendas de que pueden sobrevenir el éxito o la quiebra.
Temerosa de los espacios abiertos, otra cultura, a la que Véliz denomina del puercoespín , protege a los empresarios desde el Estado contra todo riesgo, invitándolos a envolverse como en una bolita. De este modo, ellos quedan a salvo de los riesgos de la competencia, pero al precio de no aprovechar tampoco sus enormes posibilidades. Los zorros ganan o pierden pero, cuando ganan, no hay quien los alcance. Por evitar perder, los puercoespines nunca ganan.
En América latina, algunos países como Brasil, Chile, Perú, Uruguay y México están adoptando la cultura del zorro. Cuando el andar se les haga difícil, atravesarán momentos de zozobra. Cuando el andar se vuelva llano y expedito, en cambio, terminarán por alcanzar el nivel de los países capitalistas de avanzada. Aquellos otros países que se están acogiendo a la cultura del puercoespín, como la Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia, los criticarán entonces, sin darse cuenta de que, en estos tiempos de acelerado cambio, la vanguardia se les va alejando.
Eduardo van der Kooy: "Imprudencias en un tembladeral"
Clarín, Buenos Aires
Cristina y Néstor Kirchner no parecen atender los efectos de la crisis internacional. El escenario externo cambió para la Presidenta. La necesidad de un discurso político desplaza a la realidad. La realidad es menos benigna de lo que cree el matrimonio.
Puede volver Alberto Fernández al Gobierno del cual se fue? La pregunta circuló con la forma de un rumor intenso en selectos refugios kirchneristas la misma semana en que el mundo asistió a una debacle económica y financiera que se asemejó a un cataclismo. Cristina y Néstor Kirchner siguen pensando que aquella debacle es ajena a la Argentina aunque la economía local emita señales de inconfundible sufrimiento. No todos los ministros piensan igual que el matrimonio. Pero callan para no fastidiar.
El rumor afloró incluso antes del encuentro del jueves en Olivos entre Kirchner y su ex jefe de Gabinete. No pareció aflorar sólo como un entretenimiento político. Cobró fuerza a propósito del nuevo escenario internacional que se va bocetando para los tres años de mandato que le restan a la Presidenta. El nuevo escenario demandaría alquimias políticas y esfuerzos económicos para asegurar la subsistencia y no para fantasear con ningún proyecto fa
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