La Nación, Buenos Aires
El lunes, en París, Nicolas Sarkozy le pidió a Cristina Kirchner una gestión personal para moderar a Hugo Chávez. Más módico, Tom Shannon le requirió a la Presidenta el jueves, en Buenos Aires, que mediara para construir un puente entre Washington y Caracas. Sin embargo, el problema de Cristina Kirchner consiste, con creciente necesidad, en demostrar que el kirchnerismo argentino no es una copia, más tenue por ahora, del chavismo venezolano.
Algunos rasgos de la experiencia de Chávez son fácilmente perceptibles en la Argentina: la fragmentación de la sociedad promovida por el Gobierno; la intervención del Estado en la economía, y el esfuerzo del oficialismo para convertir a la prensa en un actor político opositor. La Argentina no ha tocado aún ninguno de los extremos de Venezuela. No obstante, los síntomas se han ido agravando en la Argentina en las últimas semanas, contra las expectativas de un gobierno más racional que había creado la administración de Cristina Kirchner.
Chávez se radicalizó desde que perdió el referéndum constitucional. Ejércitos de voluntarios chavistas han ocupado y agredido a medios de comunicación privados. Antes, Chávez le quitó la concesión al canal de televisión más popular de Venezuela, sin pasar por ninguna de las instancias jurídicas previstas por la ley. El propio presidente venezolano se escudó detrás de los pobres para proclamar un gobierno obrerista, enfrentado, por lo tanto, con los dueños del capital.
El mandamás de Caracas ha manoteado empresas extranjeras por simples conflictos laborales, como sucedió hace pocos días con la reestatización de Sidor, controlada por la argentina Techint. Cristina Kirchner quedó estupefacta. La delegación norteamericana que acompañó a Shannon percibió ese estupor argentino. Otro accionista importante de Sidor es una empresa brasileña. A Venezuela ya ni siquiera le importa estar o no estar en el Mercosur. No lo estará. El Senado de Brasil le cerrará las puertas.
¿Y cómo andamos por casa? Salvo la caducidad de las concesiones a la antigua Aguas Argentinas y al Correo, los Kirchner se han metido poco con la propiedad de las empresas privadas. Pero hubo presiones sobre empresas de servicios públicos. El caso que siempre plantea preguntas sin respuestas es el de la reargentinización parcial de YPF en manos de la petrolera española Repsol. Aún cuando los propietarios españoles han ratificado que se trató de una decisión puramente empresarial, es probable que el gobierno argentino haya creado las condiciones para que esos capitales huyeran del país. Digan lo que digan, Repsol decidió "bajar la exposición en el país", que significa que le resulta mejor estar fuera que dentro de la Argentina.
Las empresas de servicios públicos no tienen contratos desde la gran crisis de principios de siglo. Néstor Kirchner prometió reescribirlos, pero nunca lo hizo. El Gobierno usa y abusa de esa herramienta. Sin contratos, las empresas deben servir a la necesidad política de los gobernantes y no a la satisfacción de los usuarios.
La intervención estatal en la economía se dio aquí también por otras vías. El caso más patético es el de Guillermo Moreno. El secretario de Comercio ha hecho despedir a más de un alto ejecutivo de empresas privadas, porque no habían cumplido con sus órdenes de bajar los precios. Resulta difícil imaginar que en este mundo la economía de un país pueda manejarse según los pareceres de dos personas: Néstor Kirchner, que ordena, y Moreno, que cumple.
Economistas privados están alertando que la inflación de este año estará por encima del 22 por ciento, pero en público sólo hacen referencias al 9 por ciento previsto por Moreno. El problema de los economistas no es la duda entre sus pronósticos y los de Moreno, sino el temor a perder el trabajo en importantes empresas si chocaran con la furia del secretario de Comercio.
El conflicto con el campo, que está aún lejos de resolverse, tiene sus raíces en la intervención estatal en economías privadas cuando se aumentaron las retenciones a la soja. El Gobierno tiene serios problemas con sus futuros compromisos de pagos, la inflación se está comiendo hasta el superávit y la administración se niega a moderar el elevado gasto público. Si necesitan plata, entonces hablemos de plata. Saquemos la parafernalia de palabras justicieras , ha dicho uno de los principales dirigentes rurales. No se trata sólo de la soja. Moreno ya había hurgado en la economía de los ganaderos, de los lecheros, del trigo y del maíz.
Empresarios norteamericanos con inversiones en la Argentina le dijeron a Shannon que ellos carecen de un diálogo racional y serio con el Gobierno. No pedimos reglas del juego buenas o malas, sino reglas del juego , le precisaron al alto funcionario de Washington. Esos mismos empresarios le transmitieron a Shannon la intención de invertir en la Argentina si se dieran tales condiciones.
No hay mejor espacio para un líder con vocación hegemónica que la falta de reglas del juego. En tales casos, es él mismo quien crea las reglas del juego, las modifica o las destruye. Chávez le aseguró mil veces a los Kirchner que cuidaría los intereses de la argentina Techint en Venezuela. Cambiaron las condiciones y cambió Chávez. La multinacional argentina perdió una empresa entre tantos cambios.
Cambió también la situación argentina y el Gobierno se quedó sin crédito social. La primera reacción de los gobernantes locales fue parecida a la de Chávez: se encerraron en el peronismo y en las facciones más rencorosas y violentas de la sociedad. Atizó las diferencias entre "pobres" y "ricos", entre "trabajadores" y "oligarcas", entre amigos y enemigos. Desde 1983, nunca la democracia argentina había recurrido a esa clase de nocivas fragmentaciones sociales.
En tal contexto, el Gobierno le declaró la guerra a la prensa. Los Kirchner nunca se llevaron bien con el periodismo independiente. Néstor Kirchner le pone pasión a sus broncas y Cristina Kirchner las adereza con conceptos. El problema no alude, en última instancia, a pasiones o a conceptos, sino a objetivos práctico. Moreno rompió el termómetro cuando intervino el Indec. Es probable que ahora la administración se haya propuesto romper el espejo que le devuelve la imagen de la primera crisis política, económica y social importante del kirchnerismo. Observatorios académicos para analizar la prensa son meras palabras; el proyecto consiste en silenciar.
La prensa en general ha sido descalificada en los últimos días. Pero varía el objeto del odio puntual. Las diatribas recientes estuvieron dirigidas al diario Clarín como antes le tocaron a LA NACION con demasiada frecuencia. Cambia el objeto. Pero, ¿cambian los objetivos? ¿Los atropellos aspiran sólo a romper el espejo? Una versión confiable señala que el proyecto final del kirchnerismo consiste en hacerse con parte de la propiedad de algunos medios de comunicación. No sería nueva la estrategia de acorralar hasta conseguir ventas parciales de acciones de empresas.
El tiempo político se agotó para eso, como se agotaron casi todos los recursos políticos y dialécticos que la administración insiste en reiterar. El viejo método kirchnerista carece ya de contexto y de posibilidades. Estamos, entonces, frente a la muerte de los recursos. El Gobierno no se ha notificado aún de ese deceso ni de la necesidad de darle vida a otra cosa.
Editorial Diario La Nación: "Otra cachetada de Chávez"
Es probable que los únicos sorprendidos por la decisión del presidente venezolano, Hugo Chávez, de nacionalizar la empresa siderúrgica Ternium Sidor, controlada por el grupo argentino Techint, hayan sido funcionarios del gobierno argentino.
Quienes conocen y siguen los pasos del régimen chavista pueden dar fe de que este manotazo sobre la propiedad privada no fue súbito ni se debió a un conflicto salarial, que distaba de ser insoluble. Por el contrario, se trata de una medida propia de un proyecto estratégico del gobierno de Venezuela, cuyo principal objetivo no es otro que seguir concentrando el poder político y económico, con la intención de hacerle creer a la ciudadanía de ese país que hay un Estado benefactor ilimitado.
Cabe consignar que el Estado venezolano no sólo se ha hecho fuerte a partir del petróleo y de sus elevados precios internacionales. En los últimos tiempos, también ha avanzado sobre otros sectores estratégicos de la economía, como las comunicaciones, la industria cementera y, ahora, el acero, al adueñarse de la principal empresa de esa actividad en el país caribeño.
Se trata de una decisión que toca intereses argentinos, por cuanto el grupo Techint, a través de su empresa Ternium, y la compañía brasileña Usiminas controlan el 60 por ciento de la compañía venezolana.
No fue casual que distintas entidades empresariales de nuestro país elevaran su voz en contra de la decisión del gobierno de Caracas. Tanto la Asociación de Industriales Metalúrgicos (Adimra) como la Unión Industrial Argentina (UIA) y la Asociación Empresaria Argentina (AEA) expresaron, en distintos comunicados, su honda preocupación por la medida estatista. También el gremio metalúrgico de la Argentina, a través de su secretario administrativo, Naldo Brunelli, se hizo presente, enviándole a Chávez una carta en la cual le pide que preserve "la unidad de Ternium" como un ejemplo de "integración latinoamericana".
La estatización de Ternium Sidor, además de un desaire del presidente venezolano a sus pares de la Argentina y de Brasil, plantea un contrasentido con las ansias del gobierno venezolano de incorporarse como miembro pleno al Mercosur. Esta incorporación fue apoyada por las autoridades argentinas, aunque aún no ha sido aprobada por el Poder Legislativo brasileño.
El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el Congreso argentino deberían meditar seriamente sobre la conveniencia de incorporar al bloque económico regional a un país como Venezuela, cuyo gobierno, además de ser muy poco respetuoso de los principios republicanos, ahora amenaza con lesionar severamente los intereses económicos de la Argentina y de Brasil, con su cachetada a Ternium Sidor.
Para nuestro país, en fin, sería una buena oportunidad para diferenciarse ante el mundo de un régimen, como el de Chávez, al que lamentablemente ha estado siempre asociado el actual gobierno nacional. Tal vez, sería una magnífica ocasión para dirigir la mirada hacia otros países de la región, como Perú, que acaba de obtener la calificación de investment grade, representativa de un muy bajo riesgo país, de la mano de un presidente como Alan García, que ha evolucionado tan grata como sorprendentemente de los viejos discursos izquierdistas que potenciaron el fracaso de su anterior gestión, dos décadas atrás.