Ámbito Financiero
Para muchos,
Guillermo Moreno ya era pretérito, un desaparecido o -más precisamente- un retirado del primer plano de la política gubernamental. Sea por la fracasada acción para contener los precios (hoy nadie renueva acuerdos, se extinguen calladamente ante la inercia oficial) o, lo más grave, por la fabricada simulación del índice que puso en juego, finalmente, la propia confiabilidad del Presidente. Cumplió entonces un ciclo el secretario de Comercio, obediente como un marine a las instrucciones superiores, aguardando quizás una nueva ocupación en diciembre, cuando culmine el primer mandato
Kirchner. Se lo observaba con más tiempo libre en los últimos 60 días, tal vez inseguro de que figurara entre las preferencias de la señora
Cristina de Kirchner.
En silencio, sin embargo, Moreno recuperó su rol de atizador de voluntades empresarias y, ordenado por un superior (
Julio De Vido, su jefe, aunque debería responder a
Felisa Miceli, que lo desprecia), desde hace 15 días abruma a las compañías del sector energético con la excusa de obtener el gas «escondido» u «oculto» por empresarios rapaces y acercárselo al domicilio de los friolentos ciudadanos. Así, de nuevo, se ha ganado la renovación de un apodo, «Superman», aunque por tratarse de la actividad que ahora vigila el que corresponde es «Supergas».
Naturalmente, Moreno ha vuelto a sus modales y formas ásperas -nunca se vivieron esos diálogos en el sector-, impone condiciones diferentes de las del secretario de Energía,
Daniel Cameron, con quien existe una abierta antipatía (por orden de De Vido, claro, en este ejercicio de internas). Por supuesto, como se disfrazó el
INDEC en su momento, ahora la energía salvadora conseguida por «Supergas» también responde a un juego de simulación: en rigor, lo que ha hecho Moreno es redireccionar las prestaciones del fluido para privilegiar el servicio a industrias reduciendo la atención a las centrales eléctricas (basta ver cómo, desde la tarde, en el microcentro las grandes empresas funcionan sólo con sus propios generadores). Una políticade corto plazo, exitosa hasta la semana próxima si continúa el buen tiempo y que podría prolongarse si llegara a llover en las represas. Hay un autoengaño colectivo (por ejemplo, el día que se firmó que
Bolivia entregaría más gas fue, justamente, la jornada que menos fluido cedió), una crisis estructural que difícilmente se pueda resolver siquiera con un incremento de tarifas y que, con el mejor de los optimismos, si hubiera un plan se podría solucionar en dos o tres años.
Una realidad que inquieta, pasma a cualquiera y que, por supuesto, el todoterreno «Supergas» -quien, naturalmente, nunca supo nada del tema energético- podrá emparchar pero nunca arreglar. País complicado.