Después de haber empeñado mucho tiempo en buscar eufemismos más amables para caracterizarla, la crisis energética apareció públicamente en el momento menos esperado por el gobierno de Néstor Kirchner. Fue la gota que rebalsó el vaso al final de un mes olvidable y en vísperas de una elección clave como la que tendrá lugar hoy en el distrito porteño.
Si finalmente no tuvieron impacto en las encuestas políticas los problemas simultáneos en el abastecimiento de electricidad, gas natural y envasado, GNC, gasoil y combustibles pesados, fue porque el Gobierno se ocupó de realizar un fenomenal despliegue de ingeniería para administrar la escasez energética y evitar que la vuelta de los cortes programados y las colas en los surtidores afectaran demasiado a los hogares de los votantes porteños. Al fin y al cabo, se logró que casi todos tuvieran electricidad para distraerse de estos problemas y permitir que el discutible "baile del caño" batiera récords de audiencia televisiva.
Pero las medidas de apuro no alcanzan a ocultar que el Gobierno sigue ofreciendo un diagnóstico coyunturalmente equivocado para un problema estructural. Cuesta creer que el ministro Julio De Vido considere que el problema energético obedezca sólo a un par de días de bajas temperaturas. En invierno siempre suele hacer frío, aunque en las dos últimas temporadas se hayan registrado marcas inusualmente benignas que camuflaron la brecha creciente entre la demanda y la oferta de electricidad y de gas. También es discutible que destaque que el sistema respondió bien ante la mayor demanda, cuando en una misma semana hubo que restringir el consumo eléctrico de las industrias; reducir el voltaje de suministro de luz y de presión de gas a los hogares; aplicar cortes rotativos; cortar exportaciones de gas a Chile; aumentar importaciones de electricidad de Brasil y Uruguay; fraccionar la venta de GNC en las estaciones de servicio, y presionar a las petroleras para que refuercen con importaciones el abastecimiento de gasoil, ya que la capacidad de refinación está al límite. Tampoco es cierto (o, al menos, constituye una media verdad) que la escasez de oferta responda a problemas heredados. Ni construir centrales nucleares era rentable cuando el petróleo costaba hace cuatro años 25 dólares el barril (contra 65 en la actualidad) ni elevar la cota de Yacyretá era posible en medio de una crisis fiscal y de balance de pagos, ya que el problema sigue consistiendo en indemnizar a Paraguay por las inundaciones de su territorio.
Aunque la autocrítica no forma parte del discurso oficialista, hubiera sido mejor admitir que situaciones extremas como las vividas la semana pasada se repetirán cada vez que haya picos de consumo, ya sea por mucho frío o por mucho calor. La explicación es sencilla: en la Argentina la producción de gas y de electricidad está al límite, sin reservas técnicas ni incentivos para invertir; mientras que la demanda no para de subir debido al crecimiento económico y también a la prolongada existencia de tarifas políticas y subsidios que estimulan un mayor consumo. La estrategia de abaratar lo que es escaso nunca es recomendable y menos en materia energética.
Los números corroboran esta realidad. En el período 2001/2006, la demanda de electricidad creció 28,3% y la generación, 7,6 %. En gas natural, subió la demanda 26,2% y la oferta, apenas 0,7%. En otras palabras, el fuerte crecimiento económico desde 2003 no fue acompañado por una expansión equivalente de la infraestructura energética. Se consumió el "colchón" de los 90.
Como ahora todas las usinas que pueden producir electricidad están operando al máximo, independientemente de su eficiencia o antigüedad, los funcionarios saben de memoria cuánto aporta cada una al sistema. Y cada vez que alguna máquina sale de servicio por problemas técnicos o de mantenimiento, eso se convierte en una fuente de presiones oficiales, donde no faltan las teorías conspirativas. "Es como pretender que un Falcon 67 circule permanentemente a 150 kilómetros por hora sin cambiarle el aceite ni revisarle el motor", grafican en el sector privado. En otros casos se producen situaciones insólitas. Ocurrió días atrás con una central térmica que debió utilizar equipos obsoletos y no disponía del gas necesario para ponerlos en marcha, aunque debía operar luego con fueloil importado de Venezuela y subsidiado en el país. Pero tampoco para almacenar este combustible hay suficientes depósitos en varias usinas, diseñadas para funcionar con gas natural, como ocurre también con las centrales de ciclo combinado que Siemens construye en la zona del Litoral.
De eso no se habla
Si de estos problemas se habla poco y nada, menos rating tienen las consecuencias del baile que provoca la ausencia de otro caño y, también, de su contenido. Aunque nadie se refiera al tema, en materia energética la Argentina perdió más de tres años que serán muy difíciles de recuperar a raíz de las convulsiones políticas en Bolivia, que han impedido hasta ahora mayores importaciones de gas natural para cubrir la brecha creciente entre la oferta y la demanda.
A fines de 2003 el presidente Kirchner anunció con bombos y platillos la construcción del Gasoducto Noreste, que debía transportar 27 millones de metros cúbicos de gas boliviano, casi cuatro veces más que el volumen actual. En aquel momento esa obra (impulsada inicialmente por el grupo Techint y luego traspasada a las estatales Enarsa e YPFB) constituía una apuesta oportuna y adecuada a la escasez que ya se preveía en el mercado local a causa de la falta de incentivos y precios para aumentar la inversión interna. Pero aunque en 2006 se firmaron los contratos y se acordó un precio de importación que más que duplica al que se reconoce a los productores locales, el gas sigue sin extraerse del subsuelo boliviano.
La nacionalización de hidrocarburos dispuesta por Evo Morales demoró todo el proceso. Y si bien las compañías extranjeras que operan en ese país ya renegociaron sus contratos prácticamente sin perder ingresos (porque el gobierno boliviano subió el precio sobre el cual se calculan las mayores regalías e YPFB obtiene más ganancias por las actuales exportaciones), todavía no se sabe quién invertirá los mil millones de dólares necesarios para desarrollar los yacimientos gasíferos sin explotar y aumentar las ventas a la Argentina. En medio de este tironeo entre Evo y los privados no tiene mucho sentido apurar la licitación del gasoducto en la Argentina si aún se desconoce cómo y cuándo se va a llenar. Algunos especialistas estiman ahora que ello difícilmente ocurra antes de 2010.
Si para Tinelli los caños son sinónimo de rating, no ocurre lo mismo si se trata de gasoductos regionales. Cada vez que sube demasiado el consumo de gas en la Argentina, se transforman en una pérdida de puntos para Kirchner y, de rebote, también para Michelle Bachelet.