UN CAMBIO EN BOLIVIA (PARA DISTRIBUIR RIQUEZA, NO PARA CREARLA)
(Editorial Diario Río Negro)
Si bien el triunfo del cocalero aymara Evo Morales en las elecciones bolivianos sorprendió por su magnitud, no fue inesperado porque desde hacía varios meses lideraba en las encuestas de opinión. Además de representar una alternativa nítida a un statu quo apenas tolerable, Morales contaba con la ventaja clave de ser el único candidato presidencial que parecía estar en condiciones de asegurar un período de gobernabilidad por tratarse del responsable principal de las revueltas y bloqueos de carreteras que durante tanto tiempo han contribuido a hacer de su país un aquelarre.
Así y todo, no es demasiado probable que la gestión de Morales se vea caracterizada por la paz social.
Durante la campaña proselitista, distintas organizaciones campesinas y mineras anunciaron que lo apoyarían con tal que cumplieran con sus promesas electorales, lo que no le será fácil en absoluto, de suerte que una vez concluida la luna de miel podría verse convertido en víctima de las tácticas que usó para destruir a varios gobiernos anteriores.
Asimismo, Morales tendrá que lidiar contra el secesionismo en Santa Cruz, el departamento más próspero del país, y en Tarija, donde está la mayor parte del gas natural.
Como suele suceder en América Latina después de una elección presidencial, el ganador celebró su victoria con palabras épicas.
Según Morales, el próximo año “empieza la nueva historia de Bolivia con igualdad, justicia social, paz y equidad ... será el tercer milenio de los pueblos y no del imperio, en el que se resolverán los problemas de la gente cambiando el modelo económico que bloquea el desarrollo de Bolivia y acabando con el Estado colonial”.
Por desgracia, como tantos mandatarios latinoamericanos han descubierto, no es nada sencillo modificar por completo estructuras profundamente enraizadas para que desaparezca la injusticia social.
Incluso en un país como Venezuela, que merced al precio alto del petróleo recibe todos los años el equivalente de un Plan Marshall, los esfuerzos en tal sentido del populista Hugo Chávez han resultado contraproducentes.
Puesto que Bolivia es el país más pobre de América del Sur, uno que en el terreno económico no ha crecido del todo desde hace más de medio siglo, la llegada al poder de un político más interesado en la distribución de la riqueza que en su creación no puede sino significar más estancamiento y tal vez más regresión.
Morales comulga con Chávez y con Fidel Castro, dos caudillos que entienden que la mejor manera de hacer soportables las consecuencias de sus propios desatinos económicos es atribuirlas a la maldad de sus enemigos, en especial de Estados Unidos. Tal actitud es escapista.
La única forma eficaz de luchar contra la pobreza consiste en fomentar un clima jurídico y social que sea propicio para las inversiones, además, es innecesario decirlo, de privilegiar la educación. A juzgar por sus declaraciones y sus amistades, Morales no tiene ninguna intención de concentrarse en las asignaturas pendientes así supuestas.
Aunque hace poco sí afirmó que el Movimiento al Socialismo (MAS) que encabeza “jamás se extorsionará a los empresarios que quieran invertir en Bolivia”, en el caso de que optara por convivir con lo que como tantos otros llama “el modelo neoliberal” correría el riesgo de perder el respaldo de sus simpatizantes que creen que la pobreza se atenuaría saqueando a quienes aún tienen.
Por ser Bolivia una nación fragmentada que ha sido dominada durante siglos por una élite de procedencia europea miope e inoperante, el que Morales sea el primer presidente electo de origen indígena podría estimular el revanchismo de connotaciones racistas de los muchos que se han visto marginados por razones étnicas.
Tal ingrediente, combinado con la defensa por parte de Morales del cultivo de coca que ha llevado a algunos, sobre todo en Estados Unidos cuyo gobierno está mirando la evolución de Bolivia con alarma indisimulada, a hablar del posible nacimiento de un “narco-Estado” en el corazón de América del Sur, más el secesionismo, el peligro de conflictos con Chile, la extrema pobreza en la que está hundido el grueso de la población y la idea muy difundida de que sea antipatriótico exportar productos naturales como el gas, hace pensar que a Bolivia le aguarda una nueva etapa convulsiva.