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LA VIOLACIÓN DEL ÁTOMO
21/09/2005

LA VIOLACIÓN DEL ÁTOMO

Diario La Nación, Buenos Aires
Sebastián Dozo Moreno
LA VIOLACIÓN DEL ÁTOMO

En 2008, la central nuclear de Chernobyl será cubierta con un "sarcófago" de 20.000 toneladas para aislar las 200 toneladas de uranio que aún tendrán radiación durante centenares de años. El sarcófago, de 100 metros de alto y 12 de espesor, será trasladado hasta la central mediante raíles y se convertirá en la mayor estructura portátil jamás construida. En su interior, bien podría reproducirse el texto de la tablilla que encontró Howard Carter al atravesar la puerta sellada de la tumba de Tutankamón: "La muerte batirá sus alas sobre aquel que interrumpa el sueño del faraón". Y, en este caso, al tratarse de una "momia" radiactiva, la advertencia concerniría a todos los hombres, y no sólo a un puñado de profanadores.

El anuncio del sarcófago de Chernobyl, coincidente con el 60° aniversario de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki por el poder de la bomba atómica, mueve a la reflexión. Sobre todo en un momento en el que la amenaza atómica vuelve a inquietar a la humanidad, tanto por el incremento del terrorismo en el mundo, los proyectos nucleares de Irán y Corea del Norte y la cantidad de países que ya poseen la bomba, como por el reciente documento del Pentágono conocido como Doctrina para Operaciones Nucleares Conjuntas, en el que el Estado Mayor Conjunto norteamericano propone el uso de armas nucleares en sus futuros ataques preventivos.

¿Adónde conducirán estos delirios de poder?, se pregunta la humanidad pacífica y sensata. ¿Quién será el primero en abrir la caja de Pandora nuclear, que causará en el mundo la peor destrucción jamás conocida por el hombre? ¿Quedará alguien para cerrarla, luego de que se desate semejante caos? Nadie puede responder con certeza a estos interrogantes, pero sí a una pregunta simple y esencial, cuya respuesta puede contribuir a evitar la gran catástrofe: ¿cómo llegó el hombre al peligro de la autoaniquilación?

Se dirá que todo comenzó con el Proyecto Manhattan, cuando un grupo de científicos liderado por Robert Oppenheimer logró la fisión (rotura) del átomo de plutonio, en 1945. A las 5.29 de la mañana, el 16 de julio de ese año fatídico se detonó la primera bomba nuclear en un punto del desierto de Nuevo México, cuyo nombre no quisiéramos recordar (Alamo Gordo). Los que presenciaron el fenómeno desde un búnker pudieron ver cómo la explosión era precedida por una luz cegadora que iluminaba el desierto y luego se hinchaba en el cielo un hongo gigantesco de color naranja coronado por una esfera de fuego. Oppenheimer, con el rostro iluminado por el fenómeno, repitió como un autómata un verso del "Bhagavad-Gita", antiguo libro hindú: "Soy la muerte que todo lo consume. El verdadero destructor de mundos". Palabras que muchos interpretaron como una toma de conciencia del científico en ese instante crucial, pero que -a juzgar por su adhesión al uso de la bomba, incluso después de esa prueba en el desierto- no pudieron brotarle más que de un macabro regocijo de poder.

¿Pero comenzó realmente la Era Atómica ese día de 1945? Científicamente hablando, sí, pero desde un punto de vista más amplio y filosófico, la respuesta es no. Y no por recordar a los atomistas griegos de la antigüedad, sino por lo que implica la expresión Era Atómica; a saber: la utilización abusiva de las fuerzas de la naturaleza por parte del hombre en contra del hombre.

"Es una bomba atómica. Es la utilización del poder básico del universo. La fuerza con la cual el sol toma su poder", explicó con orgullo el presidente Harry Truman al pueblo norteamericano en un mensaje radial luego de haber sido destruidas las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, con un saldo de 250.000 muertos. Ahora bien, ¿en qué momento el hombre le perdió el respeto a la naturaleza y vio en ella un medio para acrecentar su poder destructivo? En otras palabras, ¿cuándo el científico pasó de sabio a déspota, de mago a manipulador, de benefactor de la humanidad a verdugo? Que es igual que decir, ¿desde cuándo el hombre acecha al átomo con intención ruin, acaso sin saberlo?

Muchas son las respuestas posibles, ya sea que se considere la desacralización de la naturaleza en el Renacimiento, el racionalismo ilustrado de los siglos XVII y XVIII o el surgimiento en Occidente de una tecnocracia feroz que no admite otro parámetro de acción que el que dicta la humana (demasiado humana) voluntad de poder: "Si se puede ir más allá, ¿por qué habríamos de detenernos?", arguyen los científicos y técnicos modernos, sin advertir que su argumento es el mismo que el del tirano, el progenitor despótico, el ciudadano corrupto y el de cualquier persona que haga uso abusivo del poder que ejerza, cuando en realidad "poder hacer" no significa "derecho a hacer", sino "deber de hacer uso prudente del poder recibido" (entre manipular genes o personas hay una diferencia de grado, pero la actitud puede ser la misma).

Sea donde fuere que se ubiquen las causas de la moderna relación contranatural del hombre con la naturaleza, un hecho es cierto: en algún momento de la historia de Occidente hubo una crisis en la conciencia del hombre que alteró el modo en que éste había concebido a la naturaleza durante milenios, y fue esa crisis la que culminó en la fisión del átomo en el siglo XX, que hoy pone a la humanidad en riesgo de extinción.

De ser considerada como algo admirable, fruto de una creación divina, es decir, dotada de una dignidad propia, la naturaleza pasó a convertirse en un instrumento del progreso y la satisfacción humanos. De ser algo vital pasó a ser algo meramente material. De ser madre del hombre pasó a ser su concubina y esclava.

Fue así que el científico, otrora sabio, buscador de la piedra filosofal o "verdad", guardián celoso de los secretos de la naturaleza que no debían ser ultrajados, se convirtió en violador y conspirador. De alquimista, es decir, prestidigitador de los cuatro elementos, pero respetuoso de las fuerzas esenciales que animan la materia, se convirtió en arribista y manipulador. De amigo de los hombres en asesino de niños y palomas. De sanador en clonador. De filósofo en profanador. De artista en el "destructor de mundos". Y así como en Tebas -según el mito- se desató una peste cuando Edipo tuvo relaciones ilícitas con su propia madre, en el mundo se desató la "lepra atómica" cuando el científico ultrajó el seno de su madre naturaleza y la preñó de muerte y devastación, vergüenza e iniquidad. Pero Oppenheimer, a diferencia de Edipo, no se arrancó los ojos después del acto aberrante, sino que él y sus cómplices se felicitaron, borrachos de sangre y de gloria mundana. Mientras que el mundo, atónito, sí los condenó, pero no llegó a ver que la bomba atómica era el resultado lógico de un largo proceso de degradación de la cultura occidental durante el cual el hombre dejó de concebir al universo como "creación", y de verse a sí mismo como creatura, es decir, como partícipe y guardián de la vida y no como dueño de ella; como portador del conocimiento adquirido, y no como propietario y explotador del mismo según su parecer y antojo.

Y henos aquí, ahora, en un punto decisivo de la historia, con el deber de afrontar y resolver el gran dilema de nuestra cultura, que es emparejar el progreso científico-técnico y el espiritual, sometiendo la ciencia a los dictámenes de la conciencia y reelaborando las nociones de poder, naturaleza y conocimiento a la luz de una nueva concepción del hombre y del mundo, que en el caso de Occidente significa: recuperar la espiritualidad perdida durante el necesario proceso de secularización que emancipó al hombre del poder temporal de la religión y, así, inaugurar un período de madurez sin precedente, en el que las personas puedan volver a concebir al universo religiosamente, libres ya de las intolerancias y moralismos propios del "viejo orden".

Entonces, quizás, en la conquista de esa madurez, el científico vuelva a estar a la altura de su misión civilizadora, Occidente suplante la energía atómica por una energía más limpia (que no genere residuos radiactivos ni pueda ser convertida en arma de destrucción masiva) y en el interior del sarcófago de Chernobyl, y en todo lugar en donde haya habido una central atómica, se reproduzca la advertencia de la tablilla egipcia antes citada, pero con una leve modificación: "La muerte batirá sus alas sobre la humanidad, si ésta osa profanar el seno del átomo".

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