ENERGÍA MÁS COSTOSA

Energía más costosa

Aunque a juicio de muchos analistas las alzas recientes del precio del petróleo, que últimamente está oscilando en torno a los 60 dólares el barril, un nivel no tan lejos del alcanzado a raíz de los maniobras de la OPEP en los años setenta, se deben más a la especulación que al estado objetivo del mercado, existen buenos motivos para suponer que la era del crudo relativamente barato ya pertenece al pasado. Por un lado, la industrialización rapidísima de China y el crecimiento de la India significan que la demanda no puede sino seguir aumentando. Por el otro, la mayoría de los países petroleros son estructuralmente inestables por depender casi por completo sus ingresos de un producto fácilmente manejable por el gobierno. No se da un solo caso de un país privilegiado, por nada más que grandes reservas de petróleo,que haya conseguido aprovechar la riqueza para crear una sociedad equitativa. Antes bien, a menos que un país ya esté desarrollado y sea dueño de una economía diversificada, el descubrimiento del petróleo significará el enriquecimiento para una pequeña minoría, la consolidación de un régimen corrupto y la miseria para la mayoría que en adelante dependerá de su relación clientelar con los dirigentes políticos locales. Así las cosas, es perfectamente lógico que tantos exportadores importantes, entre ellos Irak, Irán y Venezuela, podrían interrumpir su producción por razones políticas, y que el mayor de todos, Arabia Saudita, pudiera verse convulsionado en cualquier momento por una crisis mayúscula.

Para la Argentina que, como gobiernos sucesivos se han encargado de recordarnos, tiene petróleo pero no por eso es un país petrolero, las consecuencias inmediatas del alza del precio del barril de crudo parecen positivas porque merced a las retenciones el gobierno podrá recaudar más dinero, amortiguando así los efectos del aumento del gasto público que está registrándose en lo que es, al fin y al cabo, un año electoral. Sin embargo, no nos convendría que se frenara el crecimiento de la economía mundial, como prevén muchos, porque entre las razones de la fuerte recuperación que siguió al colapso del 2001 y 2002 está precisamente el clima internacional benigno.

Asimismo, si la mayoría de los demás países tiene que habituarse a un precio del petróleo que sea llamativamente más elevado que el de los años últimos, tendremos que adaptarnos a la situación resultante, sobre todo si a causa del crecimiento dejamos de ser un exportador neto.


Demás está decir que un aumento permanente del precio del petróleo supondría muchos problemas, tanto para Europa como para Estados Unidos. Con la excepción de Noruega, que por ser un país pequeño está en condiciones de exportar, y el Reino Unido, que como la Argentina, tiene petróleo sin ser un país petrolero, los europeos dependen de las importaciones que provienen en buena medida del Medio Oriente, Africa del Norte y Rusia, motivo por el que suelen anteponer la estabilidad al presunto deseo de ver remplazados a regímenes despóticos por democracias. En cuanto a la dependencia norteamericana del petróleo mediooriental, podría reducirse drásticamente si las autoridades eligieran forzar, a través de impuestos, a los automovilistas a pagar mucho más y promover el uso de vehículos de consumo mucho más bajo. Sin embargo, su voluntad de hacerlo parece ser nula, no sólo por los vínculos del presidente George W. Bush y los miembros principales de su gobierno con la industria petrolera, sino también porque en Estados Unidos se da por descontado que sería políticamente suicida privar a los automovilistas norteamericanos de su derecho a gastar mucho menos en nafta que los europeos o japoneses. Además de incidir de forma muy negativa en la política exterior de Estados Unidos que, como acaba de subrayar la actual secretaria de Estado, Condoleezza Rice, cometió un error muy grave al apoyar durante más de medio siglo a regímenes tiránicos en el mundo musulmán por temor a la inestabilidad que generaría un intento de impulsar la democracia, la voracidad petrolera de la superpotencia, combinada con la de China, asegurará que para casi todos los países los costos de la energía sigan siendo muy altos y que el virtual agotamiento de lo que es un recurso no renovable se produzca en un lapso innecesariamente breve.