El homenaje al ídolo del ciclismo argentino
DANIEL BOSQUE
“El hombre que volvió de la muerte”. Fue es el título que le dedicó El Gráfico a su nota de tapa al gladiador de las rutas. La foto blanquinegra de 1972 lo decía todo: un joven de melena rubia, llevado en andas por el delirio de sus fanáticos.
La historia de aquella crónica es la que hoy todos cuentan acerca de la muerte y resurrección deportiva, calvario mediante, de este ciclista inigualable, que destellaba entre una generación de monstruos del pedal.
Muchos años después visité a Antonio Matesevach, el "Payo" en su destartalada bicicletería. Fui a pedirle que me hiciera dos media-carrera a medida, una para mí, otra para mi hijo. Que me terminaron costando 1.500, pero me llevé de premio unas 15 horas de mates con el ídolo de la infancia.
Deliciosas horas en las que el sanjuanino cálido y conversador, repasó para mí una vez más los novelescos avatares de su vida. La familia gringa y la niñez bicicletera, su exitosa aparición en el ciclismo argentino, el accidente terrible en Winipeg cuando entrenaba con el team argentino para unos Panamericanos, la crueldad de quienes lo olvidaron en la cama de hospital canadiense, el agradecimiento eterno al médico sanjuanino que vivía en Buenos Aires y le salvó la pierna al impedir los planes de su colegas que, apenas llegado de Ezeiza lo querían amputar. En ese rosario de operaciones e internaciones conoció a Silvia, la “porteñita” que hasta su muerte habría de bendecir cada una de sus palabras.
Y el choreo, como le llamaba el Payo, de los seguros médicos contratados por la Federación Ciclista Argentina y del Comité Olímpico Argentino, un dinero voluminoso que miserables dirigentes e interventores militares le escamotearon en su convalecencia. “Si seguís hablando del tema sos boleta”, le advirtieron cuando reveló el tema al diario Crónica, durante el gobierno de Lanusse.
Y la increíble vuelta a las carreras y a los podios de la Argentina y otros países. Para volver a ganar, tras 13 operaciones y años de hospitales, como si nada hubiera pasado.
Ya bastante desmejorado, no guardaba rencores por su intemperie ni reclamaba nada. Sólo se preguntaba por qué, además de los esporádicos homenajes que le prodigaban en su provincia, ningún gobernante le había acercado soluciones económicas para aliviar su problema de salud. La pierna, maltrecha de tantas batallas, operaciones e injertos, necesitaba de una batería de drogas importadas imposibles de costear.
“Mi pasión hoy son los caballos”, me explicó, mostrando las fotos de los bichos que le devoraban todo el placer posible a esta altura de la vida.
Cuando llegó ayer la noticia, salimos con mi hijo a pedalear en las petisas made in San Juan, forjadas entre los mates dulces y las semitas nada diet en el viejo galpón de la Avenida España. A la misma hora en que, seguramente, el rubio veloz ascendía por las cuestas celestiales.
De a ratos jineteando su yegua preferida. Y por momentos en la máquina, firme el manillar, parado en los pedales. Dándole cátedra al pelotón que, como siempre, pugna por alcanzarlo.
VIDEO: El Payo en acción. Un ciclista sin par y una vida de novela
La noticia cayó como un mazazo. Como todas, cuesta creerla primero y aceptarla después. “Falleció El Payo Matesevach”, fue el comunicado del Pedal Club Olimpia. Apenas pasadas las 17, se sabía que en Capital Federal, había dejado de existir el último ídolo de la época de gloria del ciclismo sanjuanino. Un cruel infarto masivo sufrido mientras esperaba para almorzar con su esposa Silvia en un restaurante del barrio porteño de Almagro, provocó el deceso de un hombre que, como deportista y como persona, fue un luchador.
Su hija, Natalia Lorena, dijo que “mis padres se habían trasladado hace una semana a Buenos Aires para que le realizaran uno estudios por un adenoma que lo tenía a maltraer”
Matesevach tenía 67 años.
