DANIEL BOSQUE*
Hace pocos días Perú recordó el 25° aniversario del apresamiento de Abimael Guzmán, hecho que marcó el principio del fin de la violencia de Sendero Luminoso. Doce años antes de la sonada captura, el 26 de diciembre de 1980, decenas de perros habían aparecido colgados del alumbrado del centro de Lima, con un cartel en cada can: “Ten Hsiao-ping, hijo de perra”.
La carnicería maoísta despertó el sarcasmo en los círculos políticos y en la prensa de la capital peruana, que por esos días disfrutaba de la flamante remake de Fernando Belaúnde. Eran los días de la vuelta a la democracia, que siguió al ensayo nacionalista de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez.
Como bien narra Gustavo Gorriti en Sendero, libro imprescindible para entender la masacre que destrozó al Perú durante una década larga, la matanza de mascotas fue impactante, pero un hecho menor porque “el país ya estaba en guerra, pero uno de los dos bandos todavía no se enteraba”.
Unos meses antes de aquel impacto, en Ayacucho, el politburó del Partido Comunista Peruano (PCP-SL) había presenciado el despliegue intelectual de su líder, el profesor Abimael Guzmán, quien tras citar a MacBeth, Irving, Stalin y Mao había desmoronado la resistencia de enemigos internos a la opción de la lucha armada. Lo que vino después es conocido, o googleable. Sendero Luminoso y su represión le costó al Perú 70.000 muertos, cientos de miles de desplazados, notables daños económicos y la cruenta solución de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos.
A años luz de aquel recuerdo, la prensa argentina ha popularizado las proclamas de Facundo Jones Huala, el líder mapuche del Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), un foquismo en expansión que no brilla por su densidad ideológica sino por el rosario de eslóganes de fácil combustión. Su confesa opción por la acción violenta ha sido tan criticada como admirada. Politólogos y periodistas le han caído encima al joven líder por su precariedad conceptual, como si ese signo fuera por sí solo el rótulo de un fracaso anunciado. Enfrente, en el Sur y en la enorme Buenos Aires, un buen número de jóvenes y más mayores se muestran encantados por este vengador solitario de la Campaña del Desierto.
Muchos de sus críticos y admiradores habitan la franja etaria que soportó los violentos ’70 de la Argentina, Entre dialécticas profusas, hace 40 años, había en los reductos de la militancia armada una devoción literaria por Louis Althusser, Antonio Gramsci, Marta Harnecker y por supuesto por Fidel, el Che, Marx, Trotsky, Lenín o Perón, Evita y el inefable John Williams Cooke, sucesor de Arturo Jauretche en aquello de vincular movimientos populares, antiimperialismos y conflictos de clase. La tragedia argentina, blanca y no interétnica, no tuvo las magnitudes alfanuméricas de lo que poco después sucedería en Perú, pero llevó a la muerte a por lo menos a unos 10.000 ciudadanos, según la CONADEP, en la espiral de terror de fuerzas irregulares y del propio Estado cuyo cruel colofón fue la dictadura de Jorge Videla.
Huala y sus encapuchados dicen que han declarado la guerra a un Estado invasor que desconocen y han traído el know how pirómano de la Araucanía chilena. Como ocurrió en Chile, el establishment patagónico y nacional ha intentado en un primer momento disimular el conflicto mapuche/RAM, pero su inercia lo está tornando incontrolable. El próximo verano será la prueba de fuego porque la violencia podría hacer target en el turismo “winca”, un acabose para la región. La destrucción de la estación de La Trochita y de los refugios Jakob y Neumeyer no son buenos augurios.
El surgimiento de cualquier grupo subversivo suele ser una buena noticia para los servicios de inteligencia. La ocasión para sumar protagonismo y engordar presupuestos. La primera pregunta que le hacen los políticos a los espías es ¿cuántos son los terroristas? Hoy el RAM, aunque ya hizo daños palpables, parece una fuerza escuálida mucho menor que en Chile, donde su espejo ha perpetrado más de 500 atentados. Pero la simpatía que generan sus banderas históricas, acrecentada por la desaparición de Santiago Maldonado pésimamente afrontada por el gobierno de Mauricio Macri, es lo que atormenta a los funcionarios de la Nación y a las provincias. En la peor de las hipótesis, hay miles de jóvenes militantes y en las márgenes de las ciudades (Bariloche, sin ir tan lejos, donde la desocupación es del 25% y se ha disparado la drogadicción) que pueden ser atraídos por la épica aborigen.
Abimael Guzmán, el “Presidente Gonzalo” que morirá en la cárcel desafiaba a sus acólitos con que “el rumor de la masa crecerá más, habrá la gran ruptura y seremos hacedores del amanecer definitivo”. Con menos grandilocuencia, unos cuantos sesentones o más de hoy se habían sentido iluminados en Argentina y otros países, dispuestos a crear, con un pesado dogma y por la fuerza de las armas, el llamado Hombre Nuevo. Pero todo cambia y el discurso elemental de Huala es, sin embargo, su fortaleza. Ya no hay libros, reina el smartphone y la publicidad partidaria se adaptó al soporte. La página de La Cámpora hace poco incorporó noticias, pero en el apogeo kirchnerista sólo mostraba fotos, cánticos y el consabido cupón que invita a militar. Una excepción en este universo alternativo es Podemos, que propone algunos documentos doctrinarios a sus simpatizantes españoles.
Con los grupos armados no es muy diferente. Todo depende de inventiva, aliados y recursos. Como lo desnudó el seductor invite del Estado Islámico a miles de jóvenes globales, propio de un club de amigos "El éxito de la comunicación del ISIS es que ha conseguido embellecer el terror y hacerlo popular utilizando nuestro lenguaje y códigos culturales", dice Alex Romero, de Alto Data Analytics, que estudió millones de mensajes yihadistas en 125 países.
La advertencia formulada por Miguel Pichetto, además de obedecer a la lucha interna peronista, merece ser tenida en cuenta. En la Argentina de la eterna confrontación, la crispación política coadyuga a extrapolar la violencia marginal. Ya pasó con los piquetes de Cutral Có, Plaza Huincul y Tartagal, hijos de los despidos de YPF e Hipasam, fenómenos que aterrizaron en Buenos Aires y hoy dominan la escena nacional. Pero esto es más grave todavía: si la causa mapuche logra hacer pie y engarzar en movimientos antisistemas que los partidos tradicionales no acierten a contener, la Argentina podría soportar otra fiebre fratricida. Una vieja y pésima costumbre.
*El autor es periodista y cubrió los sucesos de Perú en los ’80 y ’90.