DANIEL BOSQUE*
(A mis amigos del Club 21)
Por imperio del tiempo, cada vez hay menos sobrevivientes de la prensa forjada desde las Remington y Olivetti. Con más pasado que futuro, los últimos mohicanos suelen sorprender a auditorios jóvenes con el relato sobre lo arduo que resultaba construir crónicas partiendo de archivos (perdón, files) que hoy nos parecerían precarios y desorganizados, frente a los cuales muchas veces se preferìa el auxilio de la memoria. O lisa y llanamente, de la imaginación.
Tecnológicamente más cerca de Gutemberg y las linotipos decimonónicas que de los terabytes que hoy soporta la pantalla de cualquier aprendiz, los periodistas pre web remendábamos nuestros errores a puros tachones, seguros de que aguas abajo, editores y correctores evitarían el escarnio. Sin correctores Word ni estos auxilios, cada línea era un salto al vacío, del que a menudo nos salvaba la fortuna, un jefe experimentado o la misma dificultad de los lectores, en aquel mundo artesanal, para discernir lo correcto de la chapuza.
Ruidosas redacciones, regadas de ácidos cafés y montañas de carbohidratos, ambientes hiper entabacados hoy inimaginables, antros de jaranas y regodeos: a falta de googles y wikipedias, la memoria colectiva era el recurso a mano para no pifiarla. ¿Cómo se llama Jaroslavsky? César respondía la tribuna. ¿En qué año mataron a John Kennedy? A falta de acuerdos, era elegir entre soslayar el dato o hundirse en el archivo. Carpetas repletas de recortes amarillentos teñían las manos de los más sabuesos. Pero encontrar y reescribir el dato precioso, era desvirgarse de tanta ignorancia junta.
Muertos de calor, mientras cubríamos la caída de Alfredo Stroessner, un corresponsal mejicano me decía entre cervezas que lo nuestro no era serio: escribir con autoridad desde países que hasta el día anterior apenas ubicábamos en los mapas. Tres décadas más acá, la querida periodista y legisladora Norma Morandini, me decía cuanto disfruta hoy del fácil acceso a la información global más sofisticada: cualquiera puede bucear en internet, pero son pocos los que saben buscar y encontrar verdaderos tesoros.
En el pecado está la penitencia, porque tanta oferta ha depreciado a las noticias. Los smartphones, que ya fulminaron a la prensa de papel, han vuelto horizontal y mutidireccional a la cultura y sus redes. Y han terminado jodiendo el valor de las primicias. "Antes éramos como espermatozoides, era llegar primeros o no servir para nada", revive con emoción un legendario editor que supo pasar por todas las agencias noticiosas.
¿Está muriendo el periodismo o se está reseteando hacia otra invención? Entre tantos dilemas, los románticos supérstites de aquellas cuevas aguardentosas, todavía vibran con una alerta. Con la chispa de lo nuevo, capaz de erotizar a esos adictos incurables del arte de informar, del oficio más antiguo del mundo.