DANIEL BOSQUE*
Parafraseando a Borges, la presidencia de los Estados Unidos huye para adelante. Las embestidas contra Alemania y Europa quedaron pequeñas con el adiós de Donald Trump a los acuerdos COP, un timonazo aislacionista de incierto futuro qué pretende sepultar lo andado por las naciones del mundo desde Kyoto para adelante.
Con un efecto variado pero no falto de absurdos - cómo que China e India, depredadores de ecosistemas en las últimos décadas, aparezcan hoy como adalides de la protección ambiental - adentro y afuera de EE.UU. la reacción indignada ha sido el signo predominante. Aún con el silencio ominoso de Vladimir Putin y su país, hoy devaluados en el dealing de Trump, pero investigados por el FBI en el Rusiagate, que dará en las próximas semanas más dolores de cabeza el showman de la Casa Blanca.
Vender hoy a Trump no es nada fácil, por eso su vocero Mike Dubke un outsider de su tanque de ideas le acaba de dimitir. El aparato de comunicaciones de Mr. President es una silla eléctrica de cara a un país fracturado y una opinión pública mundial que va virando de inquieta a horrorizada.
El nuevo cowboy ha puesto proa a su jugada más audaz mientras crecen más rechazos que apologías. Los accionistas de ExxonMobil, hasta ayer timoneda por él hoy Secretario de Estado Rex Tillersor; dieron ayer un elocuente indicio cuando advirtieron por amplia mayoría (62%) a su holding que su negocio deberá proteger el medio ambiente. El año pasado esta posición era todavía minoritaria (38%) entre los shareholders.
Es la punta de un debate más que interesante al interior de las industrias extractivas, beneficiadas por el impulso al carbón y el shale y la derogación de garantías y protocolos ambientales. Otro coloquio se verá en el agro si prosperan cambios en el bioetanol, el commodity que voló en la Era Bush, y en el biodiesel sojero, de tanto interés para países como la Argentina.
Parece lejana la liberación del Dakota Pipeline, en los primeros días trumpeanos, excepto para los verdes del mundo a quienes el volantazo les ha regalado un leading case parangonable con Hidroaysén, Conga o Esquel por citar cuestiones ásperas y conocidas en el Sur de América. El portazo al COP divide por estas horas las aguas en los foros sectoriales de la minería y el petróleo. Por un lado, voces que han soportado el bloqueo de proyectos y la prédica ambiental palanqueada por políticas domésticas se han animado a aplaudir el salto al vacío estadounidense, resucitando lemas discutibles (como aquel de que "los países que están en rojo no pueden darse el lujo de ser verdes") y sus conocidas alusiones a los negocios multinacionales de las ONG verdes que combaten proyectos de inversión.
Pero también hay cierta mesura que toma nota del viento nuclear que comienza a sembrar el nuevo autismo americano. El mundo hoy cabe en un chip pero sigue vigente como nunca la ley del péndulo: la inteligencia petrolera y minera más sofisticada ya prevé la oscilación refractaria que tarde o temprano sobrevendrá a las Trumpnomics. Sobre todo cuándo no cierren los números y las promesas de la Great América.
Además de la tentación bélica y el acertijo sobre donde caerían las próximos bombas made in USA, no es descabellado prever el reflujo de una onda verde a escala planetaria que enfrentará a las inversiones con la decapitación de diálogos y consensos tras la entronización del pensamiento productivo a ultranza que hoy predica Washington. En esa instancia, la tan mentada licencia social para el desafío de proyectos será seguramente más difícil. Un dato no menor al Sur del Río Bravo, donde los proyectos de infraestructura, minería y energía impedidos orillan los 500.
Del fin de la historia a la posverdad. Trump proclama que no es el mismo sino el ariete de una nomenclatura que intenta frenar las manecillas del reloj. En el ocaso de la biodiversidad taladrada por la lógica productiva contemporánea, la nación más poderosa se entrega, con mucha conflictividad añ interior - cómo lo demuestra el fuerte pulso de California y otros estados a la ambientefobia republicana- a hostilidades comerciales y rupturas de consensos.
Toda acción tiene su reacción aunque se tenga por lejos las fuerzas armadas más poderosas. La alicaída Europa devaluada por el Brexit y otros retrocesos está agradecida por este desafío revitalizador. "Tengo que defender a Pittsburgh", lanza Trump, mientras opone a la prosperidad Industrial perdida con la preservación del medio ambiente ganado. Una doctrina de dudosa eficacia para torcer el patrón de acumulación de la economía mundial en cuyo top ranking hoy se puede encontrar bancos e imperios 2.0 que expulsaron del podio a las otrora reinas, las automotrices y petroleras.
Los más talibanes del mining y del oil&gas que hoy le aplauden, aunque sea desde el prudente silencio, priorizando sus balances de corto plazo por sobre experiencias propias y ajenas, podrán recordar en el futuro estas crónicas tensas. El poker se está armado para que tarde o temprano las bolsas, los mercados y los electorados castiguen en el mundo este Bye bye París qué hoy inunda los diarios.
*Director de Mining Press y EnerNews