DANIEL BOSQUE*
En la otra punta del túnel del tiempo están Lula y Dilma bañados de popularidad, repletos de recursos públicos, aclamados por los mercados y preparando la casa para el Mundial 2014 y Rio 2016.
El líder del PT y su delfina, como locomotora del BRICS, en una fiesta de commodities que ponía a las petroleras y mineradoras del Brasil en lo más alto. Más movilidad social gestaba la “nueva clase media”, con más educación, salud casas, bienes suntuarios, viajes. Así, el gran capital del partido de la estrella roja, terminó siendo, cuando se resquebrajó la economía, una red asistencial que llegaba a 86 millones de ciudadanos, lo que le sirvió a Rousseff para ganar, aunque raspando, hacia finales de 2014.
El anciano líder oteaba ayer el acoso de ex socios y rivales desde las gradas del Senado. Dilma ya está en su casa, como él. Y el gran arco político por afuera del PT mueve sus pinzas para evitar cualquier retorno. “El blanco no es Dilma sino Lula, porque si queda en pie gana en 2018”, decía recientemente José Eduardo Cardozo, ex ministro de Justicia y hoy abogado de la destituida.
El juicio parlamentario que concluyó ayer, en contraste con el que soportó hace un cuarto de siglo Fernando Collor de Melho, tuvo mucho más suspenso que aquel. Y bastante más de farsa, según la opinión generalizada que arrojan las encuestas. La ex guerrillera ha sido apartada del poder por sus manejos presupuestarios y no por los supuestos delitos perpetrados en el Petrolao y el Mensalao. Una omisión menester para la clase política del gigante sudamericano no airear más los oscuros manejos de varios ceros que salpican a todos, comenzando por otro imputado, el ahora ungido Michel Temer.
En términos de la ciencia política, la coyuntura del Brasil bien puede definirse como una restauración conservadora. El establishment, del cual el todopoderoso empresariado paulista, con la Federação das Indústrias do Estado de São Paulo (FIESP) como buque insignia, está remando contra reloj para desarmar la dialéctica del Estado del Bienestar que entronizó el Partido dos Trabalhadores (PT) durante 13 años que al arco más recalcitrante se les hicieron larguísimos.
Temer y aliados corren mucho más rápido para imprimir a la política económica brasilera otro rumbo, que incluye el desguace de la super endeudada Petrobras, la desinversión en Vale y desregulaciones en la banca, como herramientas de la recuperación de la perdida competitividad.
“La crisis de Brasil no es económica sino política y la confirmación de Temer tendrá un afecto psicológico”, decía el liberal José Serra, con pasado de izquierdas, en medio de la debacle petetista. El pertinaz derrotado de las presidenciales en la última década es hoy una pieza clave para que los empresarios cumplan su compromiso de activar inversiones. Y bancar así, con más consumo y humor social, la tensión que ocasionará tocar jubilaciones, salarios, convenios colectivos por sectores. Además de la reducción de los planes sociales como Mi casa, mi vida o Bolsa de familia, que fidelizaron muchos votos a la maquinaria electoral de Lula y los suyos.
La idea rectora de la nueva coalición gobernante es que el PBI, en los últimos dos años cayó severamente, crezca un 1 o 2% en 2017. Mientras procura neutralizar los mega juicios que han mandado a prisión, dejado al borde o defenestrado a prominentes empresarios y políticos.
Del poder populista latinoamericano que marcaba el paso de la historia en la primera mitad del siglo hoy sólo quedan hilachas. La más flaca y dramática, por estas horas, en Caracas. El péndulo muestra una nueva galería de fotos, con Temer, Mauricio Macri y Pedro Pablo Kuczynski a estribor. Y a los sobrevivientes Nicolás Maduro, Rafael Correa y Evo Morales a babor. Ya son una imagen amarillenta de lo que se fue los Kirchner, Hugo Chavez y José Mujica.
Se van los zurdos, vuelve la diestra. Con diversos balances, algunos desastrosos, según cada país. En el caso brasilero, la nueva coalición gobernante promete volver, con menos peso del Estado a la senda de crecimiento perdida. Con los nuevos actores, muchos negocios públicos, no sin conflictos, cambiarán de mano. En un nuevo movimiento pendular de la política sudamericana que sigue en deuda con sus ciudadanos sufragantes. Porque “la pobreza es la misma, los mismos hombres esperan”, como decía una canción de protesta de los años ’70.
*Director EnerNews y MiningPress