DANIEL BOSQUE*
El tarifazo era previsible para cualquiera que sabe de números en el sector de energía, pero ya ha sacado de madre al humor popular. El primer recálculo de la semana pasada, que prometía un tope del 400% y el prorrateo en las boletas del año para pymes y otros sectores no ha sido suficiente.
“¿Qué se necesita para hacer una empanada?”, dice el spot del gobierno queriendo sembrar su desarrollismo popular. Tarifas, tarifas y tarifas, es una buena respuesta. Porque el shock en los servicios públicos ha traído plantas paradas, hornos apagados, eléctricos y de gas, y una cautela generalizada.
Apagando fuegos: Frigerio, Aranguren, gobernadores
Los mentados clubes de barrio y las marquesinas de Avenida Corrientes son los suertudos que tienen prensa. El problema inmenso para miles de pymes y millones de hogares es haberles cambiado la ecuación de su calor justo en uno de los otoños más fríos de la estadística reciente. Las tarifas irrisorias en algunas regiones del país, como el AMBA y el Sur, eran “ficticias”, pero la trampa fue inevitable para cientos de miles que en largos años de subsidios se volcaron a splits, caloventores, calderas que entonces gastaban mucho y facturaban poco.
Se veía venir, dicen en las distribuidoras de kw y m3. Rogando que el fastidio colectivo siga dirigido a un gobierno que parece haber soslayado los daños del tarifazo. Apenas asumido Cambiemos, el lobby empresario fue intenso para que se acabara “la mentira kirchnerista”. Tarifas, queremos tarifas, decían empresas, cámaras y embajadas, algunos abiertamente como el canciller español José Manuel García Margallo, quien cruzó el charco hacia el tórrido noviembre porteño, antes de que asumiera el Mauricio Macri, para decirle que si quería inversiones, mejor las pusiera al día.
¿Qué es una distribuidora de servicios públicos en la Argentina? Básicamente una máquina de recalcular. Lo único que podemos hacer es atender las quejas y si el cliente tiene razón, refacturamos, dice el responsable comercial de una gran gasífera a EnerNews. “El que no llora no mama”, como decía Enrique Santos Discépolo. Si el ciudadano tiene horas, paciencia, saliva y un buen gamulán para hacer la cola, se podrá llevar su premio. Como en AYSA, otro ajuste polémico, que elevó el agua potable de $100 a $600 a un departamento de 100 m2 de Caballito, por ejemplo.
Sólo la implosión del kirchnerismo, hoy tapa de los diarios afines al gobierno por sus chanchullos, y la malaria aturdida pero de oportunos reflejos del peronismo, mitigan el desastre del shock de tarifas. Los acólitos 2016 de Perón y Evita antes de cortar las calles esperan una señal de sus dirigentes, mientras se negocian asistencias varias con operadores macristas.
El peine del ajuste no le resulta gratis al Presupuesto Nacional. La ley antidespidos, por ahora, ha pasado al item recuerdos, a sólo días del intenso artificio en el Congreso. El Parlamento está vivo, más que por la calidad de los debates, por lo que le cuesta cada voto al Poder Ejecutivo. Como se verá con la Ley Ómnibus que juntó a jubilados y blanqueo de capitales en un mismo texto.
Pareciera la Biblia junto al calefón, otra vez Discépolo, pero al lado del desquicio de la AFA, la política argentina es un jardín de infantes sueco recién pintadito y lleno de rubios que toman la leche. Ser argentino es estar triste, decía Julio Cortázar, y también es deber mucho, desde Bernardino Rivadavia y Victorino de la Plaza hasta José Alfredo Martínez de Hoz y Domingo Cavallo.
Buenos Aires está más In que nunca y centenares de brokers aterrizan con sus tasas al 7% ofreciendo cash para proyectos públicos y privados en provincias quebradas. Hay un pendiente tan grande en infraestructura, como el que había en el Este de Europa cuando cayó el muro, aunque el sospechado Julio De Vido diga lo contrario.
El problema es que hace frío y me falta un abrigo, como dice Charly García y para millones el dilema es calentarse, viajar al trabajo o comer. “Te sacaste un 7, mejoraste”, dice otro spot ingenioso de Mauricio Macri. Esa nota, para el MINEM de Aranguren es todavía una utopía.
El Estado no es una empresa, dicen los medios K que hablan de la CEOcracia. Es verdad, la burocracia y la política tienen otra agenda, otra lógica. En Chile miran este proceso recordando los avatares de Sebastián Piñera, que pobló de gerentes y papelones sus ministerios. Teléfono para Macri, de cara a las elecciones 2017.
Lloverán dólares. Ya faltan pocos días para el segundo semestre, diría la placa roja de Crónica. Mientras tanto, hay que arroparse bien y apagar las luces. La felicidad, según los periódicos, está a la vuelta de la esquina.
*Director Mining Press y Enernews