DANIEL BOSQUE*
¿Por quién acabamos de votar? habrán pensado millones de sufragantes tras escuchar el breve y light discurso del festejo. Mauricio Macri decidió no decir gran cosa, excepto algo fundamental que explica su avalancha de votos: Orden, progreso, desarrollo, consenso, diálogo, el puñado de tips con los que horadó al kirchnerismo en decadencia. Y nada de revanchas con los que se van, que sacaron casi la mitad de los votos de los argentinos.
Después hubo globos, papeles, bailes, como si se tratara de una gran fiesta gran en la sociedad de fomento. Más concreta fue Gabriela Michetti, con su mensaje a los votantes ká más vulnerables de que las protecciones sociales no serán desmanteladas.
Momentos antes, un demacrado Daniel Scioli se aferró por última vez a su inventario de logros políticos, económicos y sociales del kirchnerismo, como si todavía continuara la carrera, pero tras reconocer que había sido derrotado. Miles de simpatizantes de La Cámpora lo escuchaban silentes con esa sensación única de que la vida, tal como está, no tiene sentido.
Ganó Macri y perdió Scioli, como todo permitía suponer. Y se acabó, como tantas cosas, este ciclo del Frente para la Victoria, la versión Siglo XXI del justicialismo, después de haber pasado, por imperio de errores no forzados, de la apoteosis a la agonía. La entente liberal-radical recibirá un país, pero sobre todo un Estado y un fisco, inquieto y maquillado, tras un último tramo en el que sus administradores perdieron las formas – especialmente desde las elecciones PASO en adelante - y cometieron todo tipo de irregularidades reñidas con el buen gusto y la responsabilidad. Cada acción de gobierno de los días póstumos era echar votos a la hucha de Cambiemos.
El que gane perderá, piensan muchos ciudadanos presintiendo que la famosa bomba de tiempo K, en combinación con las generosas promesas de campaña de los dos contendores, tendrá ahora que ser detonada o desactivada sin que las esquirlas destruyan el capital político del flamante gobierno.
Para Daniel Scioli, quien se travistió sin complejos e incineró su currículum, este fin del proselitismo es un alivio, porque no tendrá que ajustar los bolsillos de nadie ni defraudar a sus seguidores a los que prometió su versión última hora de Revolución Productiva y Salariazo, un paraíso en las antípodas del recetario de su mentora, Cristina K. Y porque, precisamente, se libera del más terrible de los cepos: el intelectual, que lo maniató hasta desfigurarlo en el último semestre.
La presidente saliente es la gran perdedora de estas fechas. Porque si es cierto que tramó maquiavélicamente que ganaran el PRO y Cambiemos para después hacer la gran Bachelet en cuatro años, cuesta creer que su ingreso en la llanura donde reina la intemperie le resulte un dato tranquilizador. Muchos depredadores y carroñeros en la política y en la vilipendiada Justicia la esperan para hacerle sentir que el desprecio público y su vamos por todo se puede haber convertido en un costoso viaje de ida y vuelta.
Cuando el peronismo da alaridos es porque se está reproduciendo, decía su fundador. Será por eso que por estas horas campean silencio, cautela, desensillar hasta que aclare. Según sea la suerte presidencial de Macri, no es de descartar que de aquí a un tiempo los supervivientes de esta debacle tengan problemas para recordar que CFK y antes Nestor, fueron jefes implacables que los tuvieron al trote a fuerza de poder, aprietes y billetera.
Y que Carlos Zannini, cuya fotografía no apareció en el voto para evitar más piantes, haya sido el ejecutor por excelencia de humillaciones varias. La versión sodomizada de la principal fuerza política del país, explicada como la sujeción a una conducción monolítica será un álbum de fotos de esos que antes se quemaban y ahora persisten molestos en google.
Argentina no está precisamente bien y por eso perdió las elecciones el gobierno. No sólo por el estilo de conducción, como dicen analistas con liviandad, que no hizo más que agravar las cosas. Los pilotos de tormenta que eligió Cristina para la economía, enamorada de su visión futurista, propia del voluntarismo de los ’70, han resultado un fiasco.
Los números rojos y la falta de competitividad del país se pudieron camuflar hasta un punto, vía emisión, transferencias de rentas, asfixia impositiva, todo lo que se conoce. El cambio de gobierno, a otro signo, permitirá saber mucho más y posiblemente determinar responsabilidades de quienes han jugado a la ruleta los dineros públicos y privados.
Un capítulo aparte ha sido el fragor electoral, en el que la militancia peronista de lanzó a la calle before balotaje con una versión terrorista de lo que le espera a la población con un gobierno ajeno. Mientras, los funcionarios en virtual retirada se entregaban a un festival de erogaciones y desmanejos.
Muchos jóvenes, y ese es un daño a reparar, han sido convencidos de que la alternancia es veneno y que hay que resistir desde del 11 de diciembre para que el justicialismo vuelva al poder, en lo posible antes de 2019. Para sus adoctrinadores, una suerte de derecho natural ha establecido para esta parte del mundo que será peronista o no será nada.
Hay ocasiones en la Historia en las que la suerte no acompaña. Lisandro de la Torre, el mítico fiscal de la Nación, supo decir que una mala cosecha puede arrasar con años de buenos gobiernos. La Argentina moderna, pese al sesgo industrial que tanto proclamaron el kirchnerismo y Débora Giorgi cada vez que pudieron, no está exenta del impacto de la crisis de las commodities en el mundo.
Por eso, y porque sostuvo un pulso irracional con el sector que le dio prosperidad y divisas, hoy pena por la soja a US$ 300 y pico.
Por eso, y porque fue artífice de una política energética errática que castigó a los petroleros en los años buenos y los premia en los malos, hoy sufre el barril a US$ 40 y pico.
Por eso, y porque la gestionó pésimamente hasta perder valiosos proyectos, hoy ve frustrada la minería con el oro a US$ 1.100 y pico y el cobre a US$ 2 y pico la libra.
Vaca Muerta, la última ilusión de la era K, que podía invitar a US$ 20.000 de inversión anual vía ventajas como las que inauguró Chevron y que luego pasaron a la Ley de Hidrocarburos, quedó para más adelante, cuando se desenrede el conflicto de OPEP, Irán, saudíes y el shale de USA.
Enamorada de su chavismo, aún tras la muerte del referente venezolano, Cristina Kirchner y su elenco construyeron una nueva relación con el mundo, bastante narcisista pero poco sensata si se tiene en cuenta el peso específico de la Argentina. Lo que le ha valido las sanciones de la OMC, el encarecimiento del crédito internacional y la desconfianza y zancadillas de los socios del Mercosur, entre otros múltiples daños colaterales.
Otra vez sopa. Carlos Menem, quien fue ídolo de multitudes que no le reprochaban privatizaciones a precio de ganga, cierre de trenes, corrupción y el engaño del uno a uno, le dejó la trampa mortal a la ineficacia de poca monta de la Alianza.
Axel Kicillof y Alejandro Vanoli le dejan servido un menú altamente tóxico para que Macri, quien se propone como un reparador de sueños rotos, desayune, almuerce y cene. Comenzando por un Estado del bienestar repleto de planes sociales, subsidios y gasto descontrolado, junto a un billete de un dólar y un mensajito afectuoso abajo del plato de ñoquis: “todo tuyo Mauricio, a ver cómo te las arreglas”.
La mayoría de los argentinos ha desoído los relatos de terror del hasta hoy oficialismo y prefiere correr el riesgo de tener otros pilotos con tal de disfrutar de un cambio de caras. Se viene otra época, previsiblemente dura pero con otras prácticas políticas. Como decía Perón, al país lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie.
*Director de Mining Press y EnerNews