Por Tomás Bulat* Una de las principales virtudes del ser humano es su capacidad de adaptación a las más diversas circunstancias. Lo cual hace que ante el cambio en los contextos pueda sobrevivir sin mayores dificultades. Esa misma capacidad puede convertirse en defecto cuando las circunstancias extremas en lugar de ser tomadas como una excepcionalidad, se convierten en la norma, en la habitualidad.
El acostumbrarnos a que pasen ciertas cosas y que, por lo tanto, no nos sorprenda y nos adaptemos a vivir con ellas es bueno, pero aceptar como normales o inmodificables circunstancias adversas sin intentar cambiarlas, se torna en defecto.
Nada mejor para resumir esto que el cuento del sapo. Si uno tiene un sapo y lo intenta introducir en una olla de agua caliente, el sapo salta rápidamente y escapa. En cambio si uno lo ingresa en agua fría y la pone a fuego bajo, el sapo se queda adaptando su cuerpo a la nueva temperatura hasta que muere.
Casi como los habitantes de nuestra querida Argentina, y particularmente Buenos Aires, donde en verano los cortes de luz nos tratan cuales sapos, lo que tomamos con gran naturalidad. Así, cada verano nos quejamos un poco menos, soportamos un poco más de calor, de falta de agua, de incomodidad y deterioro de nuestra calidad de vida. Nos adaptamos.
Que pare el subte sin avisar, aunque sea por una causa razonable, ya no nos sorprende. Nos adaptamos a llegar a nuestras casas por otros medios y más tarde de lo normal.
Que no se pueda terminar una conversación por celular sin que se corte o que no tengan plata los cajeros automáticos un domingo son situaciones que vivimos con naturalidad.
Las mujeres ahora deben adaptarse a una nueva circunstancia: la falta de tampones. Esa no estaba en el listado de situaciones probables, pero la sorpresa no impide que más temprano que tarde ellas también se adapten. Y todos poco a poco iremos adaptándonos a la falta de distintas cosas que vivíamos como normal tener y pasarán a ser un extraño lujo.
Es decir que aceptamos todos estos pequeños incordios de la vida cotidiana y nos vamos adaptando a ellos silenciosamente.
Uno de los problemas de la adaptación es la resignación. Eso normalmente sucede cuando una sociedad sufre una fuerte crisis y, por lo tanto, teme mucho volver a vivirla. Ante esto está dispuesta a relegar reclamos o adaptarse a vivir con restricciones e inconvenientes nuevos, en tanto no se trate de una crisis como la del recuerdo.
Es increíble que luego de una década que se supone ganada, las comparaciones sigan realizándose contra la peor crisis económica de la historia Argentina. Así, toda carencia es resignada. No estamos tan mal y adaptarse es sencillo. Recordemos que podemos estar peor. Mucho peor.
El balance 2014
No se tienen todos los números definitivos de cómo término económicamente el año 2014. Lo cierto es que el PBI cayó cerca del 2%, la inflación anual estuvo en alrededor del 38% y el desempleo subió. Las exportaciones cayeron un 12% y el saldo comercial cayó en 1.500 millones de dólares. El comercio con Brasil, nuestro principal socio comercial, se encuentra en los niveles más bajos de los últimos 4 años.
Lo más interesante es si lo comparamos con el resto de América Latina. En el 2014 Paraguay creció casi un 6%, Colombia un 5%, Perú un 5%. Bolivia también lo hizo por encima del 5%. Y Chile, que tuvo un mal año, creció un 2%. Aún Brasil, con un pésimo año, creció un 0,2%. Poco, muy poco, pero no tuvo recesión.
Es cierto que las reservas del BCRA mantuvieron al mismo nivel que el año pasado (ayudadas por el swap de China, el no pagar la deuda de los que aceptaron el canje y las deudas de las importaciones), y que el dólar oficial y el blue no se movieron en los últimos meses, sí a lo largo del año (23 y 30%) respectivamente.
Es decir, que la economía no terminó tan mal porque el dólar está artificialmente fijo. Nos adaptamos a lo vivido con alivio porque pudo ser peor. En cualquier país normal, lo ocurrido en materia económica en Argentina durante el 2014 hubiera sido visto como muy malo. Acá no. Desde el 2011 que la economía Argentina no crece. Pero no hay crisis y eso nos conforma. Nos resignamos y hasta lo celebramos.
El 2015 será un año volátil. Con momentos de tranquilidad y con momentos de incertidumbres. Será un año con todos los mismos problemas que en el 2014 pero vivido más intensamente junto con la política. Será otro año de conformismo.
Si la inflación llega tan sólo al 30% anual, o el PBI baja sólo un 1%, o si el desempleo bordea el 10%, aliviados pensaremos que después de todo no estamos tan mal. Y mejoraún si se logra que el dólar (oficial o blue) no suba demasiado. Lo tomaremos como un éxito total.
Son datos que nos conforman, adaptamos nuestras expectativas a ellos porque son parte de los ciclos económicos de nuestro país. Ahora bien, resignarnos a convertirnos en el sapo hervido no parece ser la mejor manera de vivir.
No acostumbrarnos a nuestra mediocridad debería ser el principal desafío del 2015. Veremos si lo logramos.
*Economista y periodista