La elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como nuevo jefe de la Iglesia representa un acontecimiento cuya importancia trasciende por mucho el ámbito católico. Es, sin duda, la mayor distinción que un nacido en estas tierras ha recibido en toda la bicentenaria historia nacional.
Está claro que los cardenales electores se inclinaron por una personalidad ajena a la vida interna de la Curia romana, con la que el nuevo Papa ha tenido más de una diferencia como arzobispo de Buenos Aires. Habrá que ver de qué manera maneja esa situación ahora, y también si aquellas disensiones generarán cambios de fondo en áreas estratégicas para la vida de la Iglesia.
Difícilmente podría decirse que Bergoglio, ahora Francisco, viajó esta vez a Roma con el ‘perfil de candidato’ que se le adjudicó ocho años atrás. Una vez más se cumplió el viejo dicho según el cual en los cónclaves “el que entra Papa sale cardenal”. En el camino quedaron otra vez algunos vaticinios que en rigor son apenas expresiones de deseos, filias o fobias de las que la Iglesia por cierto no está libre.
Inesperadamente, entonces, de la Iglesia argentina sale el primer Papa americano. Los cardenales han tenido probablemente en cuenta que de este lado del Atlántico, tanto en el norte como en el sur, la experiencia de la fe se vive actualmente con una fuerza que no se aprecia en Europa, de cuya secularización tantas veces se quejaron Juan Pablo II y -sobre todo- Benedicto XVI.
Bergoglio, de 76 años, es un atento observador de la piedad popular, un fenómeno que hoy por hoy es casi exclusivo de América latina y que en la Argentina tiene evidencias extraordinarias: Luján, San Nicolás e Itatí son sólo unos pocos ejemplos. Ha sido también, durante los quince años que condujo al catolicismo de la ciudad de Buenos Aires, un firme propulsor de que ‘la Iglesia salga a la calle‘ para ir en busca de quienes no conocen la fe o la conocieron y por distintos motivos se apartaron de ella, y para que cada bautizado sepa ver en su prójimo, en especial en el más necesitado, una razón tangible para su vida como cristiano.
Francisco I es también el primer jesuita que llega a sucesor de San Pedro. La característica distintiva de los jesuitas, la orden masculina más numerosa de la Iglesia Católica con algo más de 17.600 miembros, es la obediencia incondicional al Papa (el famoso ‘cuarto voto‘, agregado a los de pobreza, castidad y obediencia a los superiores). Intelectualmente considerados siempre una élite dentro del cuadro eclesiástico, a partir del Concilio Vaticano II los jesuitas alternaron buenas y malas relaciones con Roma, lo que les produjo desencuentros internos de los que Bergoglio sin duda guarda buena memoria.
Fiel a la ortodoxia en materia doctrinal, no cabe esperar de Francisco I cambios como los que suelen soñar algunos analistas que observan a la Iglesia romana sin saber realmente en qué consiste. No fue casual que el primer párrafo de su mensaje inaugural a la multitud reunida en la Plaza de San Pedro haya estado dirigido a reconocer, agradecer y rezar por Benedicto XVI, su predecesor, con quien muchos quisieron insistentemente enfrentarlo.
En lo personal podría definírselo como un hombre que escucha, pero luego toma las decisiones por sí, y seguramente así seguirá ocurriendo en su nueva responsabilidad.
Llamó la atención que el nuevo Papa eligiera el nombre de Francisco, nunca usado hasta ahora. El Santo de Asís, un joven adinerado convertido por propia voluntad en fraile mendicante, ha sido durante siglos una de las figuras más populares para los católicos, además de un arquetipo de desprendimiento de los bienes terrenos. Quizá sea éste el mensaje que Bergoglio quiso dar al escogerlo.
Un conservador moderado que nunca le sacó el cuerpo a la discusión política
Clarín. Por Alberto Amato
La cristiandad tiene desde ayer un Papa peronista, vecino de Flores, cuya basílica es monumento histórico, e hincha de San Lorenzo, un club fundado por el cura Lorenzo Massa. Seguramente, esas cualidades terrenales, opacadas todas por la penetrante espiritualidad y por la solidez teológica de Jorge Bergoglio, flamante papa Francisco, se perderán en el polvo de la gran historia que el cardenal argentino empezó a protagonizar ayer como vicario de Cristo en la Tierra.
Es difícil saber cuándo sintió Bergoglio el llamado de su pasión política. Es más claro cuándo fue que Dios le despertó la vocación: tenía 21 años cuando decidió ser sacerdote e ingresó en el tradicional y porteño seminario de Devoto. Para entonces, y como adolescente, ya había recibido de la ENET 27 un título totalmente alejado a la política y a la religión: técnico químico. Salvo que la alquimia obre milagros en ambas. Miembro de la Compañía de Jesús, fundada por dos Santos: Ignacio de Loyola y Francisco Javier, pertenece a una congregación religiosa a la que otro papa, Pablo VI, describió de forma contundente: "Donde quiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles o de primera línea, ha habido o hay confrontaciones; en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y el mensaje cristiano allí han estado y están los jesuitas".
De trincheras Bergoglio conoce algo. Tomó los votos sacerdotales (a los tres tradicionales pobreza, obediencia y castidad los jesuitas agregan un cuarto: obediencia al Papa) el 13 de diciembre de 1969, cuatro días antes de cumplir 33 años, cuando ya había perdido un pulmón por una enfermedad respiratoria, y en medio de un país que emergía de la rebelión popular del Cordobazo y se disponía a entrar de lleno en los violentos años 70. Poco después, como sacerdote novato, Bergoglio se interesó en la agrupación peronista de derecha Guardia de Hierro, con la que mantuvo siempre vínculos al menos espirituales. Guardia de Hierro, que tomó su nombre de su similar fascista, ultranacionalista y antisemita rumana, se opuso en aquellos años, o al menos se presentó, como alternativa a la guerrilla peronista Montoneros.
La discreción de Bergoglio, que es otra de sus virtudes teologales, impidió siempre ratificar estos vínculos; pero hace algunos años, cuando Néstor Kirchner aún vivía y era ex presidente, dos periodistas de este diario escucharon a un funcionario y legislador, muy cercano al matrimonio presidencial, exclamar: "¡A mí no me va a dar órdenes un Guardia de Hierro!". El exabrupto era la síntesis de la áspera relación del matrimonio Kirchner con el cardenal argentino. Desde 2005, la pareja presidencial no pisaba la Catedral, e incluso cambió el escenario de los tradicionales Te Deum, para no enfrentar al religio- so. Tal vez esos fuegos se aplaquen ahora. Y tal vez esa sensatez no sea obra de la alquimia.
El cardenal debió declarar en 2010 ante el Tribunal Oral 5 porque estuvo denunciado por participar de alguna forma, en el peor de los casos por omisión, en el secuestro y tortura que en mayo de 1976, con la dictadura recién instalada, sufrieron a manos del Grupo de Tareas 3.3.2 de la Armada los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Yalics.
Lo que Bergoglio declaró fue que se reunió con los dictadores Jorge Videla y Emilio Massera para lograr la libertad de los secuestrados. También fue señalado por entregarle un doctorado honoris causa de la Universidad de El Salvador a Massera, acusaciones lanzadas cuando ya la pelea con los Kirchner había perdido la sordina.
En su barrio natal recuerdan a Bergoglio llevar en persona la ima- gen de la Virgen a los hogares católicos más destacados por su fe, para dejarla en custodia. La sencillez, la austeridad, cierto candor engañoso tras sus indudables habilidades políticas, le han dado el cariño de la gente, el de los curas jóvenes, algo poco usual, y el de los más humildes: Bergoglio trabajó intensamente junto a los sacerdotes de las villas.
Esa humildad y el haber descubierto a edad temprana, y al decir de García Márquez, el dulce encanto de la modestia, no le impidieron en los años de plomo, entre 1973 y 1979 en concreto, encaminar como máxima autoridad de los jesuitas, y con brazo de hierro, la misión pastoral de la orden, conmovida por el tercermundismo religioso.
En sólo 20 años, su carrera social y política dentro de ese océano tur- bulento que es la Iglesia Católica, pegó un salto excepcional: en 1992 fue nombrado obispo titular de Auca y como uno de los cuatro obispos auxiliares de Buenos Aires. En febrero de 2001 Juan Pablo II lo hizo cardenal. Ayer fue elegido Papa. Como buen jesuita, da a la educación el rol principal en el desarrollo, y no sólo espiritual, de un país. Lo dejó claro en su documento "Queremos ser Nación", dado en plena crisis de 2001, en el que señalaba como enfermedades sociales la evasión de impuestos y el despilfarro de los caudales del Estado, "que son dineros sudados por el pueblo". Como buen jesuita mantiene diálogo con el peronismo, aunque no con el kirchnerismo, y con la oposición, que parece necesitar un pastor que la guíe. Es un conservador moderado, si eso es posible, lo que no le impidió condenar con dureza el matrimonio igualitario, consagrado por Ley en 2010, y el aborto. Los términos con los que fustigó la unión civil, hicieron que la Presidenta lo considerara poco menos que como miembro de la Inquisición.
Sin embargo, Bergoglio acercó la Iglesia a los más humildes y desam- parados; no negó los sacramentos, bautismo y comunión, a los hijos de madres solteras; ha celebrado misas para prostitutas y marginales y su austeridad, sus noches de descanso en un lecho humilde, lo identifican con el héroe de los jesuitas, San Francisco de Asís. Tal vez Bergoglio haya tomado su nombre de Papa nuevo de aquel joven santo que hablaba con los animales y que admitía con sencillez: "Yo necesito pocas cosas. Y lo poco que necesito, lo necesito muy poco". Dice la leyenda que Francisco, el santo, oyó una vez la voz de Dios que le pedía: "Repara mi Iglesia que está en peligro de desplomarse y caer a tierra. Francisco, restaura mi casa".
Francisco, el Papa flamante, se ha lanzado ayer a su tarea de restaurador. Quiera Dios bendecirlo.
Jorge Bergoglio mantuvo coherencia en su pensamiento: sus discursos siempre se caracterizaron por resultar incómodos para los gobiernos de turno.
Algunas de sus preocupaciones son la pobreza, el trabajo esclavo, la persecución a la Iglesia, la corrupción y la falta de Justicia, entre otras. Bergoglio, por otro lado, mantuvo diálogo con miembros de la oposición, sindicalistas y empresarios.
En otro orden, la noticia tuvo un fuerte impacto en el Gobierno. De hecho, la presidenta Cristina Kirchner, que suele usar con frecuencia su cuenta de Twitter, se tomó dos horas y media en postear un mensaje al respecto.
La tensa relación con los Kirchner
ÁMBITO FINANCIERO. Por: Sebastián D. Penelli
El nuevo Papa Francisco Jorge Bergoglio transitó durante sus años al frente de la Iglesia argentina una relación tensa con los gobiernos de los Kirchner, que por momentos se acercaba y por otros sacaba chispas. Desplantes, críticas cruzadas, mutaciones, contiendas electorales, férreas oposiciones, encuentros cara a cara, homilías y derechos humanos reinaron en las idas y vueltas de un vínculo entre dos poderes que desde hoy volverá a cambiar.
Luego de asumir en 2003, el expresidente Néstor Kirchner recibió dos veces en la Casa Rosada a la cúpula de la Iglesia, que por entonces dirigía el monseñor Eduardo Mirás. Con el arribo de Bergoglio a la jefatura de la Conferencia Episcopal, los vínculos se templaron por una desafortunada declaración pública del exobispo castrense Antonio Baseotto, quien utilizó en 2005 una cita evangélica para recomendar "colgar un piedra al cuello y tirarlo al mar" al exministro de Salud de Kirchner, Ginés González García. Baseotto se despachó de tal manera porque el actual embajador en Chile se había pronunciado a favor de despenalizar el aborto y de la política estatal sobre el uso de preservativos en la lucha contra el sida. Para Kirchner esa expresión rememoraba las prácticas más espantosas y deplorables de la dictara militar, que hoy la Iglesia reconoce y pide perdón por su participación en esa etapa sombría de la Argentina, y ordenó por decreto revocar el mandato del exobispo en la vicaría castrense. La Iglesia no ofreció resistencia, pero entendió que esa maniobra era el inicio de una larga disputa que años más tarde tendría revancha.
Desde el conflicto con Baseotto la relación entre la Iglesia y los Kirchner cambió para peor. En abril de 2006, Kirchner y Bergoglio se encontraron cara a cara sorpresivamente. El expresidente decidió sin previo aviso participar de una ceremonia en homenaje a los cinco sacerdotes palotinos asesinados en 1976, donde se encontraba el arzobispo porteño. "Vine a compartir un oficio religioso. Nunca tuve una mala relación con la Iglesia", afirmó Kirchner poco antes de compartir el atrio con Bergoglio. En ese momento se creyó que el gesto era un acercamiento entre el Ejecutivo y la Iglesia que podría desembocar en un encuentro a solas, pero no lo fue.
• Santa votación
En octubre de 2006 el enfrentamiento pasó al terreno electoral. En ese año Kirchner auspiciaba en Misiones la re-reelección del gobernador Carlos Rovira y para lograrlo promovía una reforma constitucional. El candidato opositor fue el obispo emérito de Iguazú, Joaquín Piña. "Que yo sepa Dios no tiene partido", ironizó el exmandatario durante un acto en Misiones al apoyar la reelección indefinida de Rovira, mientras del otro lado, en el Episcopado, se llamaron a silencio, confiados en la victoria en las urnas.
El arrollador triunfo de Piña -auspiciado por Bergoglio- significó el camino a una posible reconciliación con la curia, a la vez que despertó dudas sobre el papel político de la Iglesia y su rol opositor. "No tengo ningún problema en particular contra de Bergoglio, pero hay algunas cosas en las que disiento", le dijo Kirchner a Piña cuando lo recibió en su despacho de la Casa Rosada en mayo siguiente, a pocos días de celebrar sus cuatro años como Jefe de Estado. "El Presidente me dijo que no tiene nada contra el cardenal Bergoglio. Tiene algunas diferencias, pero las podemos superar mediante el diálogo, al que él está abierto en todo momento", dijo Piña al salir de ese encuentro. Tampoco fue así.
Se especuló en mayo de 2007, meses antes de la consagración de Cristina de Kirchner como primera mandataria en la historia del país, que el jefe del Episcopado no quería solicitar una audiencia con Kirchner sin antes ser recibido por el Congreso, pero que a su vez el santacruceño intuía que el cardenal intentaba excluirlo de su ronda de diálogo y que le exigía que se lo visite a él antes que al Legislativo.
&; Lesa humanidad
La puja continuó palo y palo hasta los comicios de octubre. Kirchner ratificó la decisión de rotar los Tedeum por el 25 de mayo por las catedrales del país y excluyó para ese festejo al templo porteño, donde Bergoglio era patrón y dueño, donde el eclesiástico alguna vez le recriminó en el rostro a Kirchner que "el poder nace de la confianza y no de la prepotencia".
Kirchner retrucó la "gentileza" en octubre de 2006 al poner en tele de juicio el rol de la Iglesia durante la dictadura militar. "El diablo llega a todos", tanto a los que visten "pantalones" como "a los que usan sotanas", le endilgó en un discurso. Las diferencias y cruces por la política oficial de derechos humanos -que para la Iglesia constituyen una revisión "parcial" del pasado- tuvo un hecho especial con la condena al excapellán Christian Von Wernich por delitos de lesa humanidad.
Pero otro caso tocó de cerca a la curia. Bergoglio declaró por escrito como testigo en la causa por la desaparición de dos sacerdotes jesuitas llevados a la ESMA y luego desaparecidos. El testimonio de María Elena Funes, una catequista que estuvo desaparecida en ese centro clandestino de detención, vincula a Bergoglio con la dictadura. Según la testigo, en el operativo en que ambos religiosos fueron secuestrados intervino personal uniformado. De vista gorda, Bergoglio en esa situación se habría limitado a enviar a un cura de reemplazo que oficiaba misa en el momento en que llegaron los militares y ni siquiera fue interrogado. En su defensa presentada por escrito -no asistió a los tribunales amparado en la inmunidad religiosa-, dijo que "intercedió" sin éxito por los jesuitas.
En los meses siguientes, el Episcopado replicó al Estado con la difusión de durísimos documentos sobre la realidad social y política del país que alertaban por la pobreza, las drogas y la desigualdad, mientras el cardenal se ocupó de emitir filosas críticas al Gobierno en sus habituales homilías. Una de ellas, la del 8 de octubre de 2007 en la Basílica de Luján, marcó el profundo distanciamiento de la época.
Ante una multitud y en la recta final de la campaña presidencial, Bergoglio atacó al INDEC y defenestró la defensa de los índices oficiales, calificados por Néstor Kirchner de "perfectos". Sin nombrarlo, dijo: "Todos sabemos que hay alguien que no quiere la verdad. El mentiroso por esencia que nos muestra vidrios de colores y nos quiere hacer creer que son joyas preciosas". No imaginaron los Kirchner que la furia del cardenal lo llevaría a ensayar semejante embestida, en sintonía con el resto de la oposición.
• Mezclar y dar de nuevo
La asunción de Cristina en diciembre de 2007 suponía tácitamente un cambio en la relación de confrontación que caracterizó al primer gobierno de los Kirchner con la Iglesia católica. Días antes de dejar la Presidencia, Néstor Kirchner dijo en una entrevista que las puertas de la Casa de Gobierno "están abiertas" para el cardenal.
En esa línea, y aunque se interpretaba que Cristina era Néstor y Néstor era Cristina se esperaba un bálsamo en los vínculos. Similar situación se creen hoy en los más altos despachos gubernamentales luego de la fumata blanca, y tras la confirmación de que la Presidente viajará al Vaticano en breve para besar la mano del que fue un de sus más duros enemigos internos.
A poco más de una semana de haber asumido la Presidencia Cristina recibió a Bergoglio en el despacho principal de la Casa Rosada. La reunión fue un gesto que apuntaba a generar un nuevo escenario de diálogo. En una amable, pero breve reunión los obispos felicitaron a la Presidenta por la asunción de su cargo y le entregaron copia de una exhortación que había sido profusamente difundida en abril y agosto pasados. En ese texto, los obispos señalaron como "prioridades" cuestiones referidas a la vida, la familia, el bien común, la inclusión, el federalismo y las políticas de Estado.
Esas críticas no opacaban una baja de tensión en la relación por la conocida postura de Cristina de rechazar la despenalización del aborto, la carta de felicitaciones que Bergoglio le envió tras las elecciones, y la visita a la Argentina del secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone. Sin embargo, los pronósticos de la paz social volvieron a fallar y la primera decisión de la Presidente respecto de la Iglesia fue mantener los Tedéum rotativos y no volver a la Catedral Metropolitana. En 2007 Nëstor lo hizo en Mendoza y en 2008 Cristina eligió Salta.
Durante la pelea de los Kirchner con el campo en marzo de 2008 por la Resolución 125 que incrementaba los derechos de exportación de los productos agrícolas la Iglesia apoyó abiertamente a los productores rurales. En otra filosa homilía Bergoglio le exigió a mandataria un "gesto de grandeza" para pacificar la guerra con el campo y el Gobierno volvió a cruzarlo. Para peor, tras el voto "no positivo" de Julio Cobos, el arzobispo se sentó mano a mano con el exvicepresidente y lo felicitó por su "resistencia" ante la furia kirchnerista.
No fue hasta fines de ese año que Cristina volvió a recibir a la cúpula eclesiástica. El 27 de noviembre de 2008 Bergoglio ingresó otra vez a la Casa Rosada. "Fue una reunión cordial", en la que también se habló de la situación internacional que, por su magnitud, afectaba a la economía argentina. Además de los saludos de cortesía, los obispos que acompañaron al cardenal le entregaron el documento "Camino al Bicentenario", en la que los sacerdotes reclamaban "un proyecto de país sin pobreza", destacaban el diálogo como la herramienta política por excelencia para llegar a celebrar el Bicentenario "sin excluidos" y la necesidad de "buscar acuerdos básicos y duraderos" con opositores. Para el nuevo Sumo Pontífice "importa cicatrizar las heridas y no alentar nuevas exasperaciones y polarizaciones", como sostuvo ese documento.
El 25 de mayo de 2009 el Gobierno incursionó en otro desplante a la Iglesia y celebró el Tedeum a Puerto Iguazú. También decidió que los festejos religiosos por el Bicentenario se realizaran en la Basílica de Luján. La tensión volvía a extremarse. La mala relación se evidenció en noviembre de 2009, cuando el arzobispo debía acompañar a Cristina y a su par chilena Michelle Bachelet a la audiencia en el Vaticano con el exPapa Benedicto XVI en la que se conmemoraron los 25 años del acuerdo de paz entre ambos países, por el conflicto del canal del Beagle. El lugar debió haber sido ocupado por Bergoglio pero luego de diálogos informales mediante con funcionarios del Ejecutivo, el Episcopado salvó la incómoda situación enviando al vicepresidente.
• La madre de las batallas
Con Kirchner sentado en la banca de diputados, la Iglesia protagonizó la más duras de las batallas contra el Gobierno K: el matrimonio igualitario. El propio Bergoglio encabezó la lucha sin cuarteles, con marchas y contramarchas, y envió una carta a todos los sacerdotes para pedir que se hablara en todas las misas sobre "el bien inalterable del matrimonio y la familia". Pero fue en vano. El Congreso sancionó esa ley -la única que votó Kirchner- y la Iglesia parecía abatida.
Al referirse a la dilación judicial para poner en marcha la Ley de Medios que impulsaron los Kirchner, el líder católico advirtió que "el peor riesgo, la peor enfermedad es homogeneizar el pensamiento" y advirtió que "sin diálogo" los argentinos "corremos el riesgo de tirar la Patria a la marchanta".
• La despedida
En febrero de 2010, ni bien supo que Néstor Kirchner fue internado para somterse a una angioplastía, el primado de la Argentina envió un sacerdote al sanatorio de Los Arcos para que imparta el sacramento de la unión de los enfermos. El emisario fue el presbítero Juan Torrella, quien antes de ingresar al centro de salud se encontró con una sorpresa: los familiares y allegados a Kirchner que estaban en el sanatorio le dijeron que su intervención "no era necesaria".
En marzo de 2010 Bergoglio pisó la Casa Rosada por última vez. Acompañado por la mesa ejecutiva de la CEA, le entregó en las manos a Cristina un documento de los obispos en el que expresaron su preocupación por un estado de "confrontación permanente", argumento que la oposición enarbola constantemente.
Meses más tarde, a diez horas del fallecimiento de Néstor Kirchner, el cardenal celebró un misa de despedida en la Catedral. "Este hombre cargó sobre su corazón, sobre sus hombros y sobre su conciencia la unción de un pueblo. Un pueblo que le pidió que lo condujera. Sería una ingratitud muy grande que ese pueblo, esté de acuerdo o no con él, olvidara que éste hombre fue ungido por la voluntad popular", lanzó ante la tristeza de militantes políticos y sindicalistas que ya no reportaban al kirchnerismo y fueron acogidas por Bergoglio en su templo.
• El concilio
Con 75 años y luego de renunciar al Episcopado en 2011, en sus últimos discursos religiosos aprovechó para mantener la coherencia de sus filosos cuestionamientos al tercer Gobierno K. Entre los más rimbombantes, criticó el proyecto oficialista para despenalizar el consumo de drogas, reprendió a quienes se imponen con "nervios o autoridad" y se quejó de la "destrucción del trabajo digno y la falta de futuro" que se observa en una "sociedad contemporánea", donde "la miseria material y moral son moneda corriente".
Este miércoles, desde un acto en Tecnópolis y luego que Bergoglio fue unigido la máxima autoridad de la Iglesia, la Presidente celebró que "por primera vez en 2.000 años de historia va a haber un Papa de América Latina" y aseguró que desde Argentina "le deseamos que puede lograr el mayor grado de confraternidad entre los pueblos".
"Es fundamental poder volver a encontrarnos todos los seres humanos en igualdad de condiciones, porque eso es lo que deseamos siempre, porque este Gobierno siempre ha optado por estar cerca de lo que menos tienen, y eso nunca nos lo han perdonado", dijo la mandataria en tono conciliador.