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OPINIONES
Asís: La espera tensa de la piña. Caparrós: El día de San Perón
DIARIOS/MINING PRESS/ENERNEWS
19/10/2021

La espera tensa de la piña

JORGE ASÍS * / Infobae

El ladrillo contra el espejo

El inoportuno 17 de Octubre cayó como un ladrillo lanzado contra el espejo. Para expandir la multiplicidad de fragmentos contradictorios del peronismo. Arrancó La Doctora, de local, el sábado en la ESMA. Ante la fácil militancia de su Agencia de Colocaciones La Cámpora. Aquí La Doctora se permitió la licencia de pontificar sobre el peronismo. Presentarlo, incluso, como una superación. Señal ostensible del retroceso. La dama recurre al escudo de la identidad peronista que suele descartar durante los avances. 

Continuó el domingo con la marginalidad de Plaza de Mayo. Es donde salieron a relucir los “recortes para el gato” que contiene el concepto “todos”. Los marginales fueron centrales como antes, paulatinamente utilizados en su momento. Pero hoy se encuentran en desuso. Aprovecharon la circunstancia para exhibirse y creer que se dirigían a la militancia masiva. Bastaba que los enfocara la televisión. Concluyó el lunes con el desfile de los sindicalistas que mostraron su homogeneidad. Pero sin atreverse a avalar, siquiera, a un orador. Majestuosa parada sin palabras pero con la gastada dactilografía de un documento expresivo. Para ser desglosado por peronólogos de base.

El 17 de Octubre más inoportuno de la historia sorprende al peronismo que no sabe qué hacer con el poder. Mantiene un presidente debilitado en el país presidencialista. Carece de un real ministro de economía en terribles momentos de angustias económicas. Y ni siquiera tiene un discurso que al menos atenúe el rigor explicativo de la catástrofe. Y que se esmere en evitar la piña que inexorablemente se viene. Se anuncia y, en el fondo, acaso se espera. El cóctel es pesado e indigesto. Pero se completa con una sucesión inexplicable de logros adversos. Patologías que la sabiduría popular simplifica con la imagen del gol en contra. Después de la humillación transcurrida durante las “primarias simultáneas y obligatorias”, los multiplicados fragmentos del peronismo se preparan para el trago espeso de cicuta de la segunda ronda. Trasciende, a propósito, que La Doctora, la que debiera conducir, se encuentra resignada. Atormentada porque el escenario de la derrota es irreversible.

 

Los buscapinas de Wall Street

“No quieren ganar. Lo que estos b… quieren es tener razón. Van por un triunfo testimonial”. Lo confirma un peronista aniquilado por su pensamiento racional. Por los goles convertidos por el presidente y por un ministro. O por los producidos en la movilización del domingo, que derivó en un acto de campaña del adversario. Para volver a ganar, el adversario apenas debe quedarse quieto. Dejar solos a los peronistas para que continúen sus atrocidades. Las maldiciones hacia el Fondo Monetario Internacional contrastaron con el mensaje que el ministro Guzmán, El Chapito, junto al Premier Manzur, El Menemcito, transmitieron a los buscapinas de Wall Street. Durante tres horas, Manzur -el transitorio hombre fuerte del gobierno de La Doctora que preside Alberto, El Poeta Impopular- disertó ante los buscapinas en representación del Estado y del peronismo. En su perfecto español del Tucumán, Manzur aseguraba que Argentina iba a pagar sus deudas. Que el país se disponía a acordar con el FMI, con el apoyo total de la oposición. Entre los interlocutores, representantes de Fondos de Inversión, había argentinos -algún venezolano, acaso un chileno- que conocen demasiado la problemática del país como para adquirir el verso.

Estados Unidos aportaba apenas la escenografía que podía percibirse más allá de la puerta de entrada o salida del consulado argentino en Nueva York. El Menemcito invitaba a Los Buscapinas de Wall Street a continuar la conversación antes de fin de año en Buenos Aires, y les comunicó la primicia que lo entusiasmaba. Contó que el 11 de noviembre el sindicalismo se iba a reunificar y también apoyaría el acuerdo. El pobre hablaba sin sospechar las duras apreciaciones que los marginales iban a difundir dos días después. En el amontonamiento de Plaza de Mayo presentado como acto popular por el 76 aniversario del nacimiento de Los Mellizos que congelaron simultáneamente la historia. El Peronismo y el Antiperonismo. Nada es uno sin el otro.

 

La Moncloa imposible de barrio

Salga como salga la elección del 14 de noviembre, la piña se la van a pegar igual. Aunque probablemente nunca se registre, la piña anunciada es inapelable. Los más optimistas la esperan para el verano. La señora Gabriela Cerruti, La Portaparole, no está en condiciones de confirmar o desmentir la piña tensa que se viene. Pero tampoco puede negarla. Y menos puede evitar que Morales Solá aluda a la necesidad del presidente de encontrar otro expiatorio Remes Lenicov. O menoscabar la relativa conveniencia de convocar a la Asamblea Legislativa, de la que se habla hasta en televisión.”¡Eso nunca! -reacciona el peronista soberbio- Si hay Asamblea Legislativa no volvemos más al gobierno”. O que se instale la construcción de una nueva mayoría en un acuerdo de la oposición con los reductos del peronismo perdonable que coincidan en la algarabía de dejar afuera al “kirchnerismo duro”. Como si ese kirchnerismo duro existiera. Fenómeno político y recaudatorio, el kirchnerismo cesó con Néstor Kirchner, El Furia. Lo que se pretende “dejar afuera” hoy es el “doctorismo”. Junto al Frepasito Tardío que incluye a su máxima creación. La Agencia de Colocaciones.

Acaso para evitar la piña (que se viene y tal vez no exista) Sergio Massa, El Conductor, se anticipó a convocar, para después de la fatídica frontera del 14 de noviembre, a un acuerdo amplio con la oposición y con los empresarios, a partir de las “políticas de estado” que se coincidan. Lo propuso con la anuencia de La Doctora y de la Agencia La Cámpora, y con la conformidad del desconfiado presidente de decoración. La invención de la imposible Moncloa de barrio mantiene un fuerte optimismo generacional que se exhibe como punto de partida. “Acordar políticas de estado es una obligación de los criados y educados en democracia”. Septuagenarios abstenerse. La dulzura enaltece a los oídos, es de difícil proyección y desarrollo problemático.Pero mantiene el rigor libertino de arrojar margaritas a los chanchos.

El presidente de decoración, en el país presidencialista, perdió infortunadamente el respeto.”La causa perdida de rescatarlo” deriva en el origen de las alternativas demenciales que se consumen con liviandad en el mercado. Sin instituciones fuertes y sin deseos de acordar un pepino. En medio del festival de la inflación y de la desconfianza, entre el temor al desabastecimiento y la bronca contenida, y con el marco caótico del verano. La espera tensa de la piña deja de ser una figura retórica. ”Salga como salga el 14, la piña, Rocamora, es inevitable”.

* Analista político

 


El día de San Perón

MARTIN CAPARRÓS * / El Diario

Biografía de Martín Caparrós (Su vida, historia, bio resumida)

Sucedió hace ya tiempo. En esos días el padrecito Stalin gobernaba Rusia, Harry Truman los Estados Unidos, De Gaulle acababa de volver a Francia y Winston Churchill, ya ganada la guerra, perdía las elecciones: sangre, sudor y lágrimas. La India seguía siendo una colonia inglesa, el Ejército Rojo de Mao Tse Tung se refugiaba en las montañas, las naciones poderosas acababan de fundar las Naciones Unidas.

Semanas antes habían muerto Adolf Hitler, Franklin Delano Roosevelt, Benito Mussolini, Joseph Goebbels, Ana Frank; semanas después nacieron Lula, Daniel Ortega, Neil Young y Francis Beckenbauer: el recambio no estaba a la altura. Días antes los americanos habían lanzado las primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; días después Jean-Paul Sartre lanzaba, con una conferencia parisina, el existencialismo; en Nüremberg empezaba el juicio a los jerarcas nazis; en Estocolmo, Alexander Flemming recibía el premio Nobel por la penicilina. En esos días no había televisiones ni pastillas anticonceptivas ni perros huskie ni voto femenino ni computadoras personales. En Buenos Aires, como siempre, había quilombo. 

El 17 de octubre de 1945 fue un miércoles. Ese día, miles y miles de personas salieron a reclamar la libertad de un coronel de 50 años recién cumplidos que había participado en varios golpes y ocupaba varios cargos –vicepresidente, ministro de Guerra, secretario de Trabajo– en el gobierno militar que regía entonces la Argentina. Sus compañeros lo habían detenido dos días antes y mandado a la isla de Martín García, un páramo embarrado a pocos kilómetros de la capital.

Sus compañeros lo habían echado porque temían su ambición, su empuje sin pudor: era obvio que quería quedarse con todos los poderes. Los miles y miles lo reclamaron porque, desde la secretaría de Trabajo, había hecho a los trabajadores concesiones que los gobiernos argentinos nunca: indemnizaciones por despido, aguinaldos, paritarias, una justicia del trabajo. Lo cierto es que esa tarde los miles y miles inauguraron una historia en la historia argentina que sigue ahí, aunque no se sepa qué carajo es.

El movimiento que empezó aquel día se llamó, para sorpresa de tantos, peronismo. Desde entonces, el peronismo ocupó todos los lugares de la política argentina. Entre 1946 y 1955 fue gobierno –del propio coronel, ya general, Perón– y su política nacionalista y desarrollista incluyó cierta redistribución paternal de la riqueza y el encuadramiento de esos trabajadores nuevos, recién inmigrados desde las provincias, en sindicatos que les ponían orden y respondían al gobierno: algunos pensaron que era la mejor forma de armar un movimiento obrero, otros que fue el gran truco para desarmarlo. En esos años, cada 17 de octubre era la ocasión de otro encuentro de miles en la plaza de Mayo que terminaba con un canto ritual: "Mañana es san Perón,/ que trabaje el patrón" –para que el líder confirmara esa mezcla de religión y desafío decretando feriado el 18 o, dicho de otro modo: san Perón.

En 1955 el general Perón, que cumplía su segundo mandato, fue derrocado por otros militares y se fue: su exilio duró 17 años. En ese lapso sus seguidores fueron perseguidos por gobiernos militares y civiles, sus candidatos a elecciones proscritos cada vez. El peronismo se definía en "la Resistencia": peleaba para volver a aquella vida de cierta prosperidad autoritaria interrumpida en el '55. Hacia fines de los '60, sin embargo, se fue dividiendo entre una rama, manejada por los grandes sindicalistas corruptos, más cercana a su líder –que se había radicado en la España de Franco–, y otra que incorporaba las ideas de revolución armada difundidas en la región por Guevara y Castro y proclamaba "la patria socialista". 

Con estas dos alas contenidas por el discurso siempre ambidextro de su jefe, el peronismo consiguió el poder en las elecciones de marzo del '73; en julio el general Perón echó a su agente, el pobre Cámpora, para quedarse con la presidencia, pero murió al año siguiente y lo sucedió su viuda, Estela Martínez (a) Isabel. Entre 1974 y 1976 la pelea entre aquellos dos peronismos produjo muchas víctimas: desde el estado, el "peronismo de derecha" consiguió asesinar a muchos militantes del "peronismo de izquierda" –antes que un golpe militar lo expulsara del poder y completara su trabajo.

Durante aquella dictadura, que duró hasta 1983, la mayoría de los "peronistas de izquierda" fueron eliminados –o consiguieron exiliarse. Algunos de los "peronistas de derecha" que habían participado del último gobierno fueron presos de los militares; otros se acomodaron en sus ministerios. En 1983, en las primeras elecciones en diez años, el peronismo se presentó representado por sindicalistas negociadores y caudillitos prepotentes; sonaba a viejo, a corrupto, a inepto y fue derrotado, por primera vez en votaciones libres –y entendió que debía reformularse.

Desde entonces, el peronismo fue demócrata-cristiano y razonable con Antonio Cafiero, que quiso conducirlo frente a los alfonsinistas; neoliberal, privatizador, pro-americano y muy corrupto con Carlos Menem, que lo condujo y condujo al país durante toda la década del '90; nacionalista y estatista y progre con Chacho Álvarez, que se enfrentó al presidente en esos años. En 1999 perdió el poder por unos meses y lo recuperó por la fuga del presidente radical y terminó de instalar un mito central de la Argentina: que solo puede gobernarla el peronismo.

Volvieron a hacerlo, por supuesto, en medio de la crisis de 2001. El peronismo fue confuso, ajustador, desesperado con Eduardo Duhalde y los demás presidentes provisorios y, por fin, cuando todo se hundía y los políticos eran la peor lacra, todos ellos fueron rescatados por un gobernador austral que había seguido la política menemista en los '90 pero entendió que en los 2000 ya corrían otros aires. Néstor Kirchner recuperó ciertos clichés del discurso "de izquierda" de los años '70 y volvió a transformar al peronismo: le insufló esa retórica.

Él y su esposa, que lo sucedió en 2009, guardaron al viejo líder muerto en un segundo plano: durante sus administraciones casi no se habló de él, y los suyos se definían más "kirchneristas" que "peronistas" –aunque usaron el clásico sistema peronista de asistencialismo clientelar, de sostenerse en los pobres que sus distintos gobiernos crearon a lo largo de 30 años de fracasos.

Y el peronismo sigue allí. Ahora mismo, tras la derrota kirchnerista en unas elecciones que no elegían nada, el gobierno de otro peronista supuestamente progre, Alberto Fernández, nombró como segundo a un ex gobernador peronista de una provincia pobre, nacionalista católico. Y en estos días se celebran quichicientos años desde aquel 17 de octubre –y los kirchneristas saldrán a la calle para tratar de revertir su derrota en esas elecciones de septiembre. Su referencia a un hecho sucedido hace ya tanto es puro peronismo: creen que puede servirles para recuperar algo del poder que están perdiendo.

Al fin y al cabo el peronismo, a esta altura, es poco más –y nada menos– que eso: la mejor máquina que inventó la Argentina para producir, conservar y utilizar poder. Un aparato que se basa en una red espesa de favores mutuos, desde un puesto a una prebenda, desde una comisión a una promesa, desde unas chapas para el techo a unos kilos de harina; un aparato que ha gobernado más que nadie los destinos de un país que, cuando empezó, era pujante y casi rico y tiene, ahora, 40 por ciento de personas pobres.

Pero el peronismo, contra toda lógica, sobrevive a los desastres que ha causado. Una de sus grandes habilidades consiste en convencer a muchos de que la culpa la tienen siempre otros: el enemigo o, incluso, los demás peronistas. Para eso, su truco principal está en postular que el verdadero peronismo siempre es otro, o mejor otros dos: el primero, por supuesto –el de la Edad de Oro del General y Evita–, y el próximo –el que estamos forjando en estos días. Ése es el gran truco: el Efecto Ave Fénix. Para eso tuvieron que inventar la idea de la traición permanente: cada peronismo traiciona sus ideas, y por eso aparece otro que las va a recuperar.

Así, cada vez que un peronismo triunfa hace, ya en el poder, cosas muy distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo peronismo que promete hacer cosas muy distintas y se presenta como el verdadero peronismo. Hasta que llega al poder y empieza a hacer cosas muy distintas de las que prometía desde el llano.

Entonces aparece, en el llano, un nuevo peronismo que promete hacer cosas muy distintas y se presenta como el verdadero peronismo. Hasta que llega al poder y empieza a hacer cosas muy distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo peronismo que. El resultado es extraordinario: siempre hay un peronismo dispuesto a reemplazar al anterior, que se maleó. Siempre hay un peronismo dispuesto a ejercer el poder que el anterior gastó. Ahora, sin ir más lejos, ya lo deben estar inventando.

Entonces vendrán unos que se adaptarán a las nuevas circunstancias, que serán derechistas bolsonaro o trotsquistas sin trotsky o nacionalistas judeo-cristianos de la fracción qumrán o patota fútbol para todes, pero seguirán usando el aparato y los estandartes de esta máquina implacable: que seguirán, entre otras cosas, festejando los 17 de octubre como si a esta altura, ochenta años y tantas vueltas después, alguien supiera qué cuernos significan. 

* Periodista y escritor argentino


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