JUAN PABLO PISANO*
Según mi plan, los primeros pasos serían comprar una impresora offset básica y empezar a producir. Pero nada era tan sencillo. Mi primer error fue depositar la plata en el banco. No me agarró el corralito ni nada de eso, pero sí el Sistema de Recaudación y Control de Acreditaciones Bancarias, más conocido como el Sircreb. ¿Qué es? Es un sistema por medio del cual el Gobierno retiene un impuesto a cuenta de lo que estima que vas a vender (productos que vas a producir con la maquina que aun no compraste). Eso, sumado al impuesto al cheque, hizo que empezara con una máquina un 5% menos productiva.
Luego llegó el momento de iniciar los trámites. En la Inspección General de Justicia, demoré un año y pico para obtener el estatuto. La obra social tardó tres meses para darme el alta como empleador. El Ministerio de Trabajo, con su hojas móviles, me consumió seis días de trabajo enteros. Y para la habilitación tuve que visitar la municipalidad más de 30 veces. Cada trámite implicó costos extras, certificaciones por escribano y demás.
Todos los meses conocía a un inspector nuevo: que medición de puesta a tierra; que pintura de pasillo delimitador; que certificado de desratización; limpieza de tanque; homologación de planos; etc, etc. Todos kiosquitos que, además de costar plata, te hacen perder días enteros de trabajo.
Los sindicatos son un tema aparte. Siempre tengo todo al día. Por ejemplo, tres seguros de vida por cada empleado. Sí, tres. Más la ART, aportes para la Federación Gráfica Bonaerense y la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines. Sin embargo, en casi todas las inspecciones sindicales me labraron actas por no tener registro de algún pago. Entonces, a perder el tiempo buscando el comprobante, que se paga solo en el Banco Nación, y en efectivo.
Una de las quejas es la alta presión tributaria que tienen las empresas
Un día, sin aviso previo, renunció un empleado de 25 años que había entrado hacía 10 meses. Me mandó a decir por otra persona. Como empleador, estás obligado a notificarlo instándolo a que se presente a trabajar. Mientras tanto, legalmente sigue siendo tu empleado. Pasados unos días, lo podés despedir. En teoría.
Mientras luchas por reemplazarlo de urgencia con la máquina parada, te llega un telegrama acusándote de no haber denunciado un supuesto accidente de trabajo (que nunca existió) y otras tantas calamidades que te enterás de que cometiste al leer el mensaje. Vas al abogado. "No lo podés despedir hasta que tenga el alta médica", te informan. Y ahí entrás en un baile de meses durante los cuales tenés que seguir pagándole el sueldo.
Un día, al pibe se le acaban los certificados médicos truchos. Pero se considera despedido, humillado y ultrajado. Te reclama USD 60.000 y surgen las alternativas:
Abogado: Yo negociaría.
Vos: Minga, es todo verso.
Abogado: Mejor un mal arreglo que un buen juicio.
Vos: Prefiero el juicio, lo ganamos. Hay testigos.
Abogado: Jamás vi una empresa ganar un juicio laboral.
Vos: ¿Cuánto?
Abogado: Unos USD 20.000, más honorarios, tasas, etcétera.
Por la dudas, aclaro. Esos empleados son los menos. Por suerte, la gran mayoría que tuve fueron excelentes personas. Pero con un solo caso así, en una pyme de 10 empleados, la tenés que remar cuatro o cinco años para salir del quilombo financiero, si es que no te funde.
De pronto, llega un año en el que empezás a facturar a lo loco. Decís: "Genial, es mi año". Pero el sindicato no te permite más de cierta cantidad de horas extras. Entonces planteás: "No importa". Te turnás con tu mujer y hacen guardias de 16 horas seguidas cada uno para que no paren las máquinas. Porque "es el año".
Todo lo que facturás lo reinvertís en la empresa, ni lo pensás. Estás agotado, van seis o siete meses de casi no dormir. Llega mayo y el contador te dice: "Tenemos que pagar X de Ganancias". Obvio, no tenés esa guita ni loco. O la tenés, pero invertida en materia prima.
Al crecer tenés ese problemita financiero siempre: la guita está en la calle o en el ciclo de producción. "Para eso están los bancos", planteás. Y vas con los últimos tres balances, con todo al día. Te dan poco menos de la mitad de lo que te pide AFIP, a tasa alta. Pero no importa, te lo dieron. ¿Y el resto? Reventás stocks. Es decir, desinvertís para pagarle a la AFIP. Y además te cobran impuestos por pedir el crédito, por ejemplo a los sellos. Entonces el contador te dice: "Pará, tenés que pagar los adelantos de lo que se supone que vas a ganar en el futuro". Desinvertís más todavía.
No obstante, seguís con otro buen año. Para hacerla mucho mejor, invertí en una máquina del valor de un departamento. Cabe destacar que no tenía casa propia, pero me la jugué. Me financió un proveedor. Le firmé unos pagarés en dólares, empecé a trabajar a full y de repente me entero de que no podía importar las tintas. Te hablan de DJAI. "¿Qué mierda es eso?", te preguntás.
Las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación eran autorizaciones de la Secretaría de Comercio para poder importar productos extranjeros. Pero como en teoría era una medida para defender la industria nacional, te quedás tranquilo. Te van a autorizar. Hacés todos los trámites y al cabo de 8 meses -con la máquina parada y pagando sueldos-, nada. Me insinuaron los Nac&Pop que había que coimear a alguien para que salga la DJAI. Los saqué cagando. Conclusión: tuve que malvender la máquina y achicarme de 15 empleados a cinco
Los sindicatos y los juicios laborales son uno de los problemas con los que se enfrentan las pymes
Obviamente, con cepo de 2013, la diferencia de dólares para saldar los pagarés los tuve que ir a comprar a una cueva escondido como si fuera un delincuente porque el Gobierno nos había prohibido adquirirlos legalmente. Incluso, para saldar la deuda documentada en dólares por la máquina. De locos. "Lo que no te mata, te fortalece", te repetís. Lo positivo fue que salí vivo de todo eso.
Llegó el 2015 y cuando ganó Mauricio Macri, con la devaluación anunciada, facturé a lo loco otra vez. Aprendidas ya muchas lecciones, decidí no hacer locuras y encanutar las ganancias por si venía la mala. Cuando empiezan a sentirse fuerte los años de recesión, me agarra bien parado financieramente, con la empresa bien. En 2018, tuve pequeñas pérdidas, pero las banqué de mi bolsillo.
Pero ahí llegó otra vez AFIP. El contador me muestra el balance con pérdidas y el Volante Electrónico de Pagos. Había que pagar X ganancias. "¿Qué?" ¿El impuesto a las Ganancias no es cuando ganás? Si empezás el año con un capital de 100 pallets y terminás con 95 pallets, perdiste el 5%. Pero la AFIP no deja ajustar los balances por inflación y cuando esta supera el 50%, en números absolutos entiende que obtuviste ganancia. Y te pide el 35% de eso.
En 2019 sigo con la empresa viva -que ya es mucho- y tenía algo de plata en un fondo de inversión para afrontar imprevistos. Este dinero nos venía bárbaro para pagar el bono que anunciaron. Pero al Gobierno se le ocurrió la genial idea de defaultearlos (sólo a las pymes).
Así que cuando escuchen a un político hablar de las pymes, sepan que está verseando. No les importan las pequeñas empresas. Son a las que primero cagan. Y los emprendedores la vamos a seguir remando igual porque nacimos para eso, para emprender.
* Empresario pyme