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DEBATE
El escenario argentino. Escriben Fernández Canedo, Laborda, Narodowski y Kohan
12/09/2014

Dólar, inflación y promesas vagas

Clarín

Por Daniel Fernández Canedo.

Marcelo Bonelli cuenta en la página 35 que la Presidenta le advirtió al titular de FIAT que no tendrán más dólares para pagar importaciones y que deberán buscar financiamiento en el exterior.

En esa nota, también se consigna que el ministro Axel Kicillof intentó tranquilizar a un grupo reducido de empresarios asegurándoles que “en unos meses habrá dólares”.

Así, y aunque no en forma orgánica, Cristina Kirchner y el ministro definieron las dos puntas del puente de escasez de divisas que el sector privado imagina deberá transitar, como mínimo, hasta enero próximo.

Desde ya que las declaraciones de Kicillof deben ser tomadas cada vez con más pinzas. Ya dijo, frente a la negociación con los fondos buitre por la deuda, que “estaba todo estudiado” y que la inflación “se está desacelerando”.

Con los buitres todo indica que se está lejos de llegar a algún acuerdo y nadie sabe cuál será el alcance efectivo de la ley para que los bonistas que entraron a los canjes de 2005 y 2010 decidan si quieren venir a cobrar a la Argentina.

Visto en perspectiva, como sostiene el ex ministro Martín Lousteau, con esa ley el Gobierno parece más inclinado al intento de salvarse mostrando su voluntad de pago, que a hacer efectivo que los bonistas lleguen a cobrar. Así, el tema deuda-buitres seguirá pendiente y contribuirá a hacer aún más difícil el tránsito del puente hasta enero, que algunos quieren ver con final feliz imaginando una negociación con los buitres que le permita finalmente al Gobierno conseguir los ansiados dólares que promete Kicillof en privado.

La inflación “descendente” del ministro chocó en agosto, según las mediciones de la consultoras privadas que ayer difundió la oposición en el Congreso.

El 2,65% de aumento del índice de precios al consumidor el mes pasado, y que marcó un 40,38% de suba en el último año, replantea el problema de la carrera entre precios y salarios, que este año se encamina a hacer perdedores a los sueldos de los empleados.

Escasez de dólares e inflación creciente están lejos de ser una fórmula exitosa a mediano plazo.

Tal vez por eso, el ministro comenzó a prometer que en el futuro aparecerán dólares, en el conocimiento de que sin divisas adicionales a las que están en las reservas le será muy difícil mantener aquietado al dólar oficial.

La Argentina tiene larga experiencia sobre el tema de la inflación corriendo más rápido que los salarios y el dólar.

Y, en general, si las carreras son largas y no se resuelven a tiempo, suelen tener finales costosos.

Las promesas de yuanes de China para fortalecer las reservas del Banco Central, si se llegasen a concretar, serían un paliativo para ayudar a transitar lo que se presenta como un desierto en materia de divisas que sólo se enfrenta a promesas vagas y encubiertas.

El viejo monólogo de Cristina: la culpa siempre la tiene el otro

La Nación

Por Fernando Laborda.

Un recordado monólogo compuesto por Santiago Varela, inmortalizado por Tato Bores en los años 90 y titulado "La culpa la tiene El Otro", podría explicar a la perfección la estrategia discursiva de la Presidenta.

Aquel monólogo comenzaba con este diálogo imaginario:

-La culpa de todo la tiene el ministro de Economía, dijo uno.

-¡No, señor! -dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango debajo del zócalo-. La culpa de todo la tienen los evasores.

-¡Mentiras! -dijeron los evasores mientras cobraban el 50 por ciento en negro y el otro 50 por ciento también en negro-. La culpa de todo la tienen los que nos quieren matar con tanto impuesto.

-¡Falso! -dijeron los de la DGI mientras preparaban un nuevo impuesto al estornudo-. La culpa de todo la tiene la patria contratista; ellos se llevaron toda la guita.

-Pero, ¡por favor! -dijo un empresario de la patria contratista mientras cobraba peaje a la entrada de la escuela pública-. La culpa de todo la tienen los de la patria financiera.

-¡Calumnias! -dijo un banquero mientras depositaba a su madre a siete días-. La culpa de todo la tienen los corruptos que no tienen moral.

-¡Se equivoca! -dijo un corrupto mientras vendía a cien dólares un libro que se llamaba Haga su propio curro, pero que, en realidad, sólo contenía páginas en blanco-. La culpa de todo la tiene la burocracia que hace aumentar el gasto público.

-¡No es cierto! -dijo un empleado público mientras con una mano se rascaba el pupo y con la otra el trasero-. La culpa la tienen los políticos...

El reparto de culpas continuó por mucho tiempo más e incluyó a los terratenientes, los comunistas, la guerrilla trotskista, los fascistas, los judíos, los curas, los científicos, los padres que no educan a sus hijos, los ladrones, los policías, la Justicia, los militares, los jóvenes de pelo largo, los ancianos, los periodistas, el imperialismo, los cipayos, Magoya y Montoto. Hasta que a alguien se le ocurrió que la culpa de todo la tenía El Otro. Todos coincidieron en lo mismo. El problema estaba resuelto y no faltó hasta quien reflexionara: "¡Qué flor de guacho resultó ser El Otro!".

Como en ese relato, Cristina Kirchner atribuyó la fuerte caída en la venta de autos a que las empresas automotrices no quieren vender. Pero durante la particular celebración del Día de la Industria en Tecnópolis, la jefa del Estado fue más allá: al pedirles a los empresarios que mantengan el valor de los salarios de sus trabajadores, pareció excluir a su gobierno de cualquier responsabilidad por la inflación ya cercana al 40% anual. Como si los empresarios fueran los responsables del aumento de la emisión monetaria para financiar el creciente déficit fiscal, que causa inflación.

A esa acusación, la Presidenta sumó ayer otra contra los medios: "Analizamos las radios de la mañana y el 79% de noticias son negativas. No pueden pasar tantas cosas negativas porque la gente estaría suicidándose en masa si fuera así". Esta frase hizo recordar a otra de la primera mandataria, pronunciada dos años atrás, según la cual si tuviéramos una inflación del 25%, el país estallaría por los aires.

El discurso oficial nos transmite que el Gobierno es absolutamente ajeno a los problemas de la economía. Éstos, según su relato, derivan de actitudes angurrientas y antipatrióticas de empresarios, ante las cuales la solución kirchnerista no es otra que aumentar la dosis de intervencionismo. Un remedio que potenciará la inseguridad jurídica, el miedo a invertir y producir, y la caída de los puestos de trabajo.

El previsible estallido de la banalidad

La Nación

Por Mariano Narodowski.

La política educativa surgida en 2003 mostró como primer logro la repartija de libros en canchas de fútbol. Doce años después la imagen pasa de la intrascendencia a la sandez, pero, convengamos, expresó un eje político que continúa: la superficialidad.

Así se sancionaron una retahíla de leyes de dudoso o directamente nulo cumplimiento: 180 días de clase que no son, paritarias docentes nacionales (para una negociación salarial provincial), 6% del PBI para educación (logro que primero se promocionó y ahora se desmiente), obligatoriedad del secundario (y el abandono en 2000 fue mayor que en el peor momento de crisis de 2001) y así de seguido. Cosmética que tapó los grandes problemas pedagógicos, de organización y financiamiento del sistema educativo. Estética a favor de la educación pública que ocultó el mayor crecimiento de la educación privada e inauguró un nuevo fenómeno: la pérdida neta de alumnos (-7% desde 2003) en las escuelas primarias públicas.

Si algo tuvo el Gobierno durante todos estos años fue poder. Consiguió la estatización de YPF y las AFJP, la ley de medios y el memorándum con Irán gracias a una enorme acumulación política. Si toda esa energía no fue aplicada a la mejora de la educación no fue por falta de volumen: la administración surgida en 2003 mantuvo los fundamentos de inequidad y baja calidad que asolan a la educación Argentina. Y al mantenerla la profundizó.

Al contrario de los gobiernos socialistas de Chile y de Brasil, aquí no manda la exigencia y la excelencia sino la superficialidad y lo políticamente correcto: esa anestésica ideología de que lo que estigmatiza no es la realidad sino nombrarla.

La trivialidad no es neutral y la superficialidad fue bienvenida hasta la explosión de los problemas. La nueva normativa de la provincia de Buenos Aires forma parte del estallido de la banalidad: durante años, los docentes denunciaban que los funcionarios los presionaban para "aprobar a todos" como forma de "inclusión".

Si retirar el 1, el 2, y el 3 de la escala de calificaciones fuera una solución, bien podría ser debatida. Pero esta década ya nos enseñó que el desprecio por la exigencia es también el desprecio por la inclusión: ablandarla no retiene a los más pobres.

¿Todo lo incluido en la resolución bonaerense está mal? Claro que no. Algunas ideas serían valiosas en otro contexto. Pero los pedagogos sabemos desde hace siglos que la educación es mucho más que disposiciones aisladas: es símbolo, ejemplo y una intención de igualar para arriba que, lamentablemente, se ha perdido.

El autor es profesor de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT)

Intentan generalizar precios máximos para ocultar el fracaso del modelo

El Cronista

Por Guillermo Kohan .

Si no estás sentado en la mesa, estás en el menú” reflexionaba uno de los empresarios más importantes de la Argentina tras cenar con Cristina en la celebración del Día de la Industria en Tecnópolis el miércoles último. La percepción entre los hombres de negocios es que llegó la hora del racionamiento, sea de dólares, de autos, de mercaderías en general, y sobre todo de utilidades. La carrera que se viene es evitar ser cazado por el Estado con los precios máximos de la ley de abastecimiento. Importar lo menos posible, tratar de subir precios, evitar vender a pérdida y cuidar los costos. Tratar de no levantarse de la mesa de negociación, para no ser devorado por el Estado.

El que más encanuta, menos se arriesga a perder. Todo por el gran canuto nacional que promueve el Gobierno generando cada vez más inflación con la megaemisión monetaria, y al mismo tiempo procurar mantener los dólares del Banco Central secuestrados por el control de cambios. Suponer que las familias, las empresas o los productores van a vender a la fuerza sus ahorros al precio máximo oficial de $ 8,50, cuando el valor de reposición real de la divisa trepa hoy por encima de $ 14.

El problema claramente no es el dólar sino el peso, cada vez más debilitado por la emisión sin respaldo para cubrir el déficit y el aumento del gasto público permanente con el cual la administración Cristina quiere despedirse del poder con el sueño de regresar pronto.

Para evitar las consecuencias de la inflación creciente y exponencial que todo esto genera, el Gobierno intenta con la Ley de Abastecimiento establecer precios máximos. Para el dólar, los autos, los granos, y en general todos los bienes que tienen componente externo en sus costos. Parece difícil obligar a la gente a comprar dólares a $ 14 para después tener que venderlos a 8,50.

Resulta ahora importante observar cuánto poder político tendrá finalmente el Gobierno en el epílogo de su mandato para imponer a la fuerza la Ley Kiciloff y lanzarse a perseguir empresas y comercios. Es decisiva la actitud que adopten los jueces en los meses futuros en los que se puede jugar la continuidad o defunción de vastos sectores que ofrecen bienes y servicios cada vez con mayor dificultad y menor calidad por el default que se consolida en casi todos los frentes.

El caso de la salud sigue agravándose y es peor que la crisis automotriz. Porque además se trata de un anticipo en un sector que ya viene tecleando por el control de precios, con el consecuente perjuicio para los usuarios. No solo aumentan las dificultades para importar insumos médicos, sino que los costos se multiplican al punto que las empresas no están en condiciones de garantizar los aumentos salariales que pactaron con los sindicatos de enfermeros, médicos y asistentes. El Gobierno se desentiende de la inflación que genera con la emisión y la devaluación. Descarga el ajuste sobre los centros de salud al imponer precios máximos a las cuotas y prestaciones que reciben, de modo que los hospitales, clínicas y sanatorios atienden cada vez en peores condiciones a casi 20 millones de argentinos que lentamente se van quedando sin servicios. Como ya ocurrió con los trenes o el suministro de gas y electricidad. En todos los casos, por las buenas o por las malas, hoy bien a la vista en los tarifazos de luz y sobre todo gas, el ajuste se realiza. Del drama de los trenes con precio máximo y subsidios a los que no lo necesitaban, mejor no recordar.

Todo indica que hoy la inflación, la crisis económica y el mal humor social circulan a una velocidad superior en deterioro a los supuestos éxitos políticos que pueda instalar el Gobierno en la batalla contra el sector privado. La batalla contra los bancos y las empresas le brinda al Gobierno cada vez menos resultados. La realidad del fracaso del modelo inflacionario en la calle es elocuente.

Por más esfuerzo que intente el Gobierno por maquillar la realidad, impresiona la velocidad del blanqueo de los errores de tantos años de estatismo mal administrado. No alcanza con repartir asignaciones sociales, jubilaciones para todos y ahora hasta boletines escolares camino al bachillerato universal por hijo, todo para promocionar el supuesto éxito del modelo de inclusión. La inflación, la creciente desconfianza y la pobreza en las calles de todo el país parecen hoy muy difíciles de revertir por más épica política que se proclame.


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