Montado a lomo de mula, sufriendo fríos atroces y calores extremos, Carlos Gómez Centurión es de los artistas que planta su lienzo en blanco frente a la naturaleza, a ver qué sale con cada trazo. Y salen maravillas, la montaña misma impresa en un cuadro, la yunga espesa queriendo escapar por los bordes, la selva inacabable proyectada en un recuadro, la puna en un shock de colores.
Carlos se llama igual que su padre, quien fue gobernador de San Juan dos veces. Pero el artista se hizo de nombre propio, conocido incluso en Europa por sus expresivas obras. “Con mi papá accedí a espacios interesantes. Mi casa de infancia fue una casa de estímulo con la lectura o el placer, no con el arte en particular. Pero como mi viejo es geólogo, yo estuve en la cordillera desde niño y tengo una vida vinculada los mitos y leyendas que después tomé como objeto de mi pintura”, cuenta quien hoy comparte su vida junto a Virginia Agote, la directora del Museo de Bellas Artes.
Es el mediodía y en su atelier entran los rayos del sol por una vitrina donde se ve la montaña imponente que hace de marco natural de unos viñedos. Imposible que no llegue la inspiración en medio de tanta belleza y tranquilidad. Carlos prepara una muestra nueva, con una suerte de grabados, muy distinta a su “Digo la Cordillera”, la colección que más lo identifica, pero que no lo limita a un solo estilo.
Pasó por varios estadios en su forma de pintar desde que muy joven ganó una beca en Francia e hizo su primera exposición. “Fui por dos meses a Paris y me quedé un año. Lo primero que hice cuando llegué allá fue no pintar más. Tuve un proceso de introspección importante. Cuando volví a San Juan el primer cuadro que pinté se llamó ‘El duende de la siesta’”, recuerda. Estuvo una década trabajando con los mitos locales, como la Difunta Correa. Armó un grupo con la meta de rescatar el eje identitario, hizo un manifiesto y logró una particular exposición en el Palais de Glace en Buenos Aires.
Además de pintor, Gómez Centurión es un excelso arquitecto y diseñó el Museo de Bellas Artes Franklin Rawson. “El Museo es una de las obras que más satisfacciones me ha dado. Sé que tuvieron incidencia mis antecedentes como artista. Al terminarlo, (el conocido pintor) Daniel Santoro dijo que se notaba que el proyectista era pintor”, analiza el sanjuanino. “Cada vez hay más interés de pintores que quiere exponer acá. El museo ha generado una movida cultural muy importante”, agrega.
Estando trabajando en Ecuador como pintor y arquitecto, Carlos estaba haciendo una reforma de un edificio de Eiffel cuando descubrió el trabajo de los científicos europeos del siglo XIX. “Venían científicos, zoólogos, botánicos pero también dibujantes, grabadores y pintores porque no había fotos y estaban describiendo el mundo, pero en realidad eran obras de arte y eso me inspiró. Dije ‘yo lo voy a hacer pero con métodos contemporáneos, voy a hacer un registro de la cordillera’”. Y así fue que encaró viajes reveladores.
Hizo varias expediciones multidisciplinarias -acompañado por un fotógrafo, un poeta, un semiólogo-, que le abrieron la cabeza. “Yo ya había conocido el lugar, elegí Alto Valle Río Colorado, un plató rojo furibundo, donde se ven cerros maravillosos desde un solo lugar”, cuenta. “Después fui a la cordillera selvática, a las yungas de Jujuy, a la puna, al Espinazo del Diablo, a las grandes salinas. En abril de 2012 me fui a El Chaltén , mi objetivo era el Fitz Roy. Con estas cosas hice una gran muestra en el Palais de Glace, ‘Digo al cordillera, el viaje como obra’, porque el verdadero hecho artístico es esta tarea casi performática de desentrañar la cordillera, ahora estoy viendo irme de vuelta”, dice.
“Me doy los lujos de poder cambiar cuando tengo necesidad de hacerlo. He venido trabajando sobre manchas y ahora di un giro y empecé a trabajar con las líneas, una mirada más poética y espiritual”, dice, mientras sueña con hacer un monumento al Cruce de los Andes.“Me gusta desafiarme, sino todo es aburrimiento”.
Textual
“Yo creo que te recibís de pintor cuando lográs sacarte el ojo del otro de la cabeza en el momento del pintar, cuando ya no te importa qué pueden decir y cuando podés proponer cambios”.
