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Minas
ANDACOLLO: LA MINA DE ORO DE NEUQUÉN
18/03/2013

El camino del oro

La Mañana de Neuquén - Por Roberto Aguirre. Fotos: Claudio Espinoza

La voz de Guillermo provoca ecos extraños, que se ahogan entre el rugir de los motores y los martillos neumáticos. Habla sobre la muerte de un compañero de trabajo, que fue alcanzado por una explosión en los túneles de una mina hace tiempo. Su cuerpo impactó contra la dura roca y se quedó ahí, inmóvil, en la espesa calma de los intersticios de la tierra.

“Antes era puro coraje -cuenta- pero ahora las cosas han cambiado”. Hace 23 años que Guillermo deja a su familia en Andacollo para hacer un turno de ocho horas a 40 metros de la superficie. Vestido con un mameluco de un naranja intenso, con casco, botas y una máscara, explica que ahora es más seguro trabajar allí. Habla en un tono monocorde, con “calma de minero”. Una calma que pocos mortales pueden preservar en estas oscuras y húmedas galerías, donde se percibe la gravitación terrestre, como si ésta estuviera presionando desde afuera para derrumbarlo todo.

La empresa Andacollo Gold explota varias minas de oro y plata en el norte neuquino. La Mañana ingresó a las instalaciones de la única explotación metalífera de la provincia para conocer desde adentro cómo funciona una industria compleja, discutida y que opera en las profundidades telúricas.

Ahí, en el fondo, atrapado entre rocas de diverso tipo, descansa el valioso metal, en partículas tan chicas que son imperceptibles a la vista. Millones de años se necesitaron para que se genere. Unos pocos días bastan para retirarlo. Treinta toneladas de esa dura piedra serán molidas hasta convertirse en una tonelada de lodo. Esa tonelada de lodo contendrá alrededor de 230 gramos de oro. Cinco señores elegantes vestidos en Armani dirán desde su coqueta oficina en la London Bullion Market Association que ese cuarto de kilo cuesta 13 mil dólares. En el mundo, miles de ahorristas en metal decidirán vender o comprar una vez conocido su valor. Decía Keynes que el patrón oro “es una reliquia de los tiempos de los bárbaros”, pero los lingotes, después del dólar, siguen siendo la referencia central de la economía global.

Minera

Pero a miles de kilómetros de Londres, en el norte neuquino, las cosas tienen otra perspectiva. Desde 2001, la empresa chilena-canadiense Andacollo Gold explota 22 mil hectáreas cercanas a la localidad. Un infinito serpenteo de caminos entre terrazas de roca domina el cerro, comunicando las bocaminas. Desde lo alto se ve la planta de separación y el dique donde se vuelcan los desechos del proceso. Cada tanto se reavivan las denuncias de contaminación sobre el arroyo Huaraco, del cual se abastecen varios productores. La relación entre Andacollo, Huinganco y la minera siempre encerró tensiones y forzó al Estado a redoblar los controles desde 2007 (ver aparte).

Unas 150 personas trabajan de forma directa en la empresa. El impacto en la ciudad, calculan, se multiplica por cuatro. El salario de un minero puede rondar los 10 mil pesos, un valor poco habitual en el norte provincial.

Abajo, los vecinos se reparten entre los que están a favor o en contra de la mina. No parece haber síntesis posible: la extracción de oro y plata genera un gran impacto en el ambiente que debe ser controlado y también aporta un sostén en economías locales sólo alimentadas por el empleo público.

¿Qué queda en Andacollo de ese oro que sale de Andacollo? Poco o mucho, según cómo se mire: las migajas de la explotación de un recurso millonario, que sólo paga 3% de regalías a la Provincia -contra el 12% de los hidrocarburos, por ejemplo-, o el salario de decenas de mineros que pueden alimentar y vestir a sus familias, comprar en los comercios locales, y mover la rueda del consumo local.

Excavación

Los últimos años fueron complejos para Andacollo Gold, que vio mermar su actividad de la mano de la caída de reservas, tras haber agotado los recursos de minas históricas como Sofía y Erika. Los tiempos para liquidar las divisas de la exportación colaboraron en bajar el ritmo.

Ahora, sólo queda en pie la veta de Karina. Cada día, decenas de obreros ingresan en los túneles que se adentran al cerro para hacer las denotaciones y retirar el material. Portan un número tallado en madera, que cuelgan de un panel en el ingreso para que se sepa que están allí abajo. El método parece precario pero es, dicen los mineros, el que se utiliza en todo el mundo.

Una vez adentro, el trabajo es mecánico. Un torno que tiene el ancho de una taza de té perfora la piedra. Allí se colocan los explosivos para resquebrajarla. Se hacen dos detonaciones por día cuyo horario es comunicado a los vecinos. Es que en los últimos tiempos se replicaron las quejas por los ruidos, los temblores y los derrumbes en puestos cercanos.

Una vez rota la piedra, se retira con unos pequeños vehículos que se conocen como scoops. Tan angostos como el túnel, tienen profundas palas que cargan dos metros cúbicos de material. Lo van retirando de a poco para llevarlo a la planta donde se realiza el proceso de concentración del oro y la plata.

Los túneles

La temperatura baja en los túneles y cae agua de entre las rocas. Un barro viscoso color café con leche se impregna en las botas. La luz blanca artificial alimenta las galerías principales, y un sistema de ventiladores hace circular aire para remover el polvo y hacer más tolerable la estancia. Pero cuando se avanza hacia los niveles superiores más lejanos de la boca, el clima cambia. Se percibe el encierro y la temperatura empieza a subir. Al apagar de forma temporaria las clásicas luces redondas que los mineros llevan en el casco, la oscuridad desafía a las pupilas y aparece un negro total. “Las importadas iluminan con más fuerza, pero desde que Moreno impuso las restricciones ya no se consiguen”, cuentan desde la empresa, mientras reniegan con un modelo nacional que dura unos pocos meses y sólo permite ver a unos metros de distancia.

Los túneles suben por el cerro de forma espiralada hasta llegar al techo de la veta, que tiene unos 3 metros de ancho y 40 de alto. Luego, las perforaciones se harán de abajo hacia arriba. La idea es retirar todo el material, a tal punto que la montaña queda hueca.

La clásica postal de las galerías apuntaladas con madera ya forma parte del pasado. Ahora, se utiliza una gruesa malla de acero sujetada con pernos especiales. El gerente explica los diversos nombres técnicos que se le da al sistema en Chile y Perú, las potencias mineras del continente. No es raro ver mineros de esas nacionalidades en la industria. En el caso de Andacollo Gold, los altos mandos provienen del otro lado de la cordillera.

Separación

Cada día, decenas de camiones suben y bajan del cerro. La presencia del hombre se hace notar en el virgen paisaje del norte neuquino. El recorrido termina en la planta de separación, que vista en perspectiva parece un shopping: decenas de metros de cintas transportadoras dibujan un zigzag asimétrico, entre máquinas, relojes y palancas. Parecen escaleras mecánicas, por donde circulan varias toneladas de roca por día.

Los restos de la veta extraídos en la mina se procesan hasta convertirse en talco. En el medio, se van desechando los sustratos para concentrar lo más posible el oro y la plata. El proceso incluye la mezcla con agua. Se utilizan unos 600 mil litros en el proceso que, dicen desde Andacollo Gold, provienen de las fallas de las viejas minas en desuso. El 80% se recicla.

El momento central del proceso es lo que se conoce como flotación. Allí, a través de diversos químicos detergentes, se produce una espuma que separa los sulfuros -que contienen los metales preciosos- de otros componentes como el cuarzo. Para decirlo de forma más directa: lo que vale de lo que no vale. Los compuestos que sobran se arrojan al dique de desechos y se degradan en cinco días al contacto con el aire.

Luego la espuma se seca y se obtiene un preparado que en la industria conocen como “concentrado”. Es un barro denso, gris oscuro, que aloja 7 u 8 onzas de oro.

En camiones cruzará a Chile a través del paso Pino Hachado para irse luego a Perú. Allí se realiza otro proceso de refinación que se conoce como fusión. Sirve para separar a través del calor el oro y la plata del resto de los componentes. Se obtiene lo que se conoce como metal doré o bullion.

Otra forma de hacerlo es a través de la lixiviación, aunque resulta más caro. El proceso utiliza cianuro, un químico que abre encendidos debates por su alta toxicidad. En la región, por ejemplo, se prohibió su uso en Río Negro, aunque luego esta veda fue levantada apenas asumió el fallecido gobernador Carlos Soria. Se utiliza de forma intensiva en las explotaciones a cielo abierto en San Juan.

Aún falta un proceso más, que es el de “afinación”. Unas pocas empresas en el mundo realizan la tarea de separar definitivamente el oro de la plata para dejarlos en un nivel de pureza del 99%.

El camino es largo desde el subsuelo hasta las reservas de los bancos. Con el fin del patrón oro, el metal perdió terreno ante el dólar. Pero en tiempos de crisis, como la que se desató en 2008, todos vuelven al brillante metal. Y Argentina no es la excepción: posee unas 55 toneladas, que representan alrededor del 5% de las reservas. Las compró Néstor Kirchner en 2004, luego de varios años de arcas vacías.

El fin de la pepita

La Mañana de Neuquén

Andacollo > El proceso para llegar al brillante metal es largo, complejo y sobre todo caro. Su explotación está íntimamente ligada a la posibilidad de recuperar lo invertido y que los retornos sean aceptables. En la exploración se determina la pureza de una veta y se estiman los costos que tendrá extraer de allí el recurso: cuando la ecuación no cierra, el cerro no se toca.

Es que la vieja pepita, tan presente en el imaginario popular desde las historias de la fiebre del oro en Alaska, ya prácticamente no existe. “En 40 años vi solamente dos veces oro libre”, cuenta Francisco Gutiérrez, geólogo retirado que aún asesora a Andacollo Gold. Asegura que ahora se encuentra atrapado al cuarzo o la pirita.

El especialista levanta un trozo de roca en la zona de avanzada de la mina Karina y lo ilumina con su linterna. Se ven algunos puntos brillantes. “Si alguien te dice que esto es oro te miente. Está tan disuelto que no se ve a simple vista”, asegura.

Atrás quedaron los pirquineros y su forma artesanal para extraer el metal. Atrás quedaron los relatos de Jack London, donde valientes hombres motorizados por la ambición, muñidos de pico y pala, se aventuraban al frío corazón del norte estadounidense en busca de un pedazo de metal que cambie su destino.

Ahora todo es frío y mecánico, como signo de los tiempos. Se estrujan las entrañas de la tierra en busca de una riqueza que, como toda riqueza, irá a parar a las manos de unos pocos.


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