El tema no es nuevo: Juan Bautista Alberdi ya señalaba que necesitábamos más ingenieros. Hace poco Alieto Guadagni mostraba la pequeña proporción de graduados argentinos en disciplinas científicas y tecnológicas frente a la de otros países de la región.
En los círculos profesionales y universitarios, abundan las sesudas reflexiones acerca de la importancia de la ingeniería para el desarrollo del país, del desconocimiento de la gente de lo maravilloso de nuestra profesión, seguidas de las milenarias letanías sobre la inmadurez de la juventud.
Rápidamente se concluye en la necesidad de “hacer conocer” la profesión con una suerte de misión laica. Claro que es inevitable preguntarse por qué no hace falta promocionar las carreras de finanzas o por qué los médicos son tan selectivos al admitir en la Facultad a sus futuros colegas.
Durante décadas la sociedad ha desvalorizado la educación en ciencias e ingeniería (¿quién no escuchó el compasivo: “Fulano es un buen técnico”?) y sólo recientemente el Estado volvió a apoyar iniciativas que en su momento gozaron de prestigio internacional como las Escuelas de Postgrado en Ingeniería de Caminos y de Ferrocarriles fundadas en 1958 y abandonadas en los ‘90 sin que ni el Estado ni ninguno de los actores privados (consultoras, concesionarios o contratistas) que hoy se lamentan de la falta de profesionales hiciera nada para recuperarlas.
Si tiene continuidad, también es muy auspicioso el lanzamiento del programa BEC.AR de la Jefatura de Gabinete de la Nación y la Comisión Fulbright para efectuar estudios de postgrado en ciencias e ingeniería. Pero esto no basta. El conocimiento científico aplicado se gesta en la Universidad, se completa en la práctica profesional y se actualiza y preserva en el seno de empresas y organizaciones públicas y privadas.
La causa del desinterés de los jóvenes por las carreras de ingeniería (y en particular por la ingeniería civil) está asociada a la sistemática desinversión en infraestructura básica en el último medio siglo y que se traduce en el deplorable estado de nuestras redes viales y ferroviarias y en los altos costos logísticos del país. Debemos convencernos de que las crisis fiscales deben encararse sabiendo que los recortes basados en la inversión impactan mucho más sobre el crecimiento que los basados en el gasto corriente.
Diplomar un ingeniero puede tomar entre cinco y ocho años, pero formar un profesional para liderar un proyecto requiere otra década. Este capital se pierde si no se conservan y enriquecen los equipos técnicos, lo cual ha sucedido tanto en el sector público como en el privado a raíz de la permanente improvisación y la interrupción de los programas de inversión.
Existe además una notable ignorancia acerca de la importancia que tiene la calidad de los proyectos de ingeniería para garantizar la calidad de las obras. La Ley 13064 de Obra Pública prescribe claramente que debe contarse con proyectos y presupuestos detallados para licitar obras con el objeto de proteger el patrimonio público y hacer efectivos los beneficios de las inversiones.
Sin embargo, no es raro que obras importantes se contraten sin ingeniería, sin estudios serios de factibilidad y muchas veces sin los adecuados mecanismos de inspección y supervisión que garanticen la correcta ejecución de las obras.
Nada habría más exportable ni con más valor agregado que los servicios profesionales de ingeniería, pero para que ello sea posible hay que alentar la formación y la preservación de equipos profesionales de calidad, lo que requiere emprender con seriedad, coherencia y continuidad las obras de infraestructura que el país necesita, cumpliendo la ley de obra pública, que reproduce las buenas prácticas universales y en definitiva el sentido común: lo más rentable del mundo es invertir en realizar planes y proyectos que optimicen las decisiones y contar con buenas supervisiones de obra que eliminen o acoten sus sobrecostos. Por añadidura prestigiaremos las carreras técnicas, mejoraremos sus condiciones económicas y contribuiremos a que cada vez más jóvenes consideren conveniente estudiar ingeniería, alineando sus aptitudes y sus intereses con las necesidades del país.