El pequeño país caribeño tiene la economía de más rápido crecimiento del mundo, pero el auge está intensificando problemas que van desde la inflación y una creciente brecha de riqueza
PATRICIA LAYA
Guyana ha experimentado una enorme transformación en los diez años transcurridos desde el enorme descubrimiento de petróleo frente a sus costas. Una muestra de ello es la piscina del hotel Marriott de Georgetown.
Al atardecer, ejecutivos del sector petrolero con camisas de marca bajan de vans y se se unen a mesas de funcionarios de bancos de desarrollo, que ya conversan frente a bolitas de yuca y cervezas heladas. Una habitación básica en este hotel, que suele estar agotado, puede costar más de US $600 en una noche normal de enero.
Los precios casi se triplican a mediados de febrero, cuando se celebra la conferencia anual sobre petróleo en Guyana, que atrae a esta pequeña nación de 800.000 habitantes a grandes ejecutivos del sector energético y líderes mundiales.
La llegada del “grupo del Marriott” es una señal del cambio que se ha producido en Guyana desde que Exxon Mobil encontró petróleo en las aguas del país en 2015. Los nuevos pozos bombean 645.000 barriles diarios, lo que generó unos US$1.600 millones en ingresos para el gobierno de Guyana en 2023. La economía del país se ha cuadruplicado en los últimos cinco años, pasando de ser una de las de peor desempeño de la región a la de mayor crecimiento del mundo durante dos años seguidos.
Los yacimientos de petróleo son tan grandes en relación con la población de Guyana que, según algunas proyecciones, el país superará a Kuwait y se convertirá en el mayor productor de crudo per cápita del mundo, con un 16% de crecimiento neto del suministro de petróleo de aquí a 2028.
Sin embargo, el optimismo ciego que se murmura entre las paredes del hotel queda en entredicho al salir al exterior.
“No la he visto, y menos aún probado”, asegura Corwin Wright, de 55 años, refiriéndose a la nueva riqueza de su país. Wright vende sombreros de tela y gorras en el mercado de Stabroek, donde cientos de vendedores luchan por llamar la atención de los transeúntes en puestos cubiertos con lonas, con la esperanza de que compren cualquier cosa, desde mangos y jugo de caña de azúcar hasta peces pacú recién pescados.
En un día bueno, algo poco habitual, Wright gana US$50, que “es suficiente para pagar las facturas”, dice, “pero no más”.
El descubrimiento de petróleo ha sido, en general, una bendición para Guyana. Pero la antigua colonia británica debe encontrar un camino que evite la maldición de los recursos que ha asolado a los países petroleros, que han dependido demasiado de recursos naturales limitados e impredecibles, abandonando otras áreas de la economía.
Los nuevos puestos de trabajo que se han creado en el sector energético benefician a parte de la población de Guyana, pero muchos —como Wright— sufren las consecuencias del aumento del costo de vida y de salarios aún escuálidos. Y los precios se han disparado: la inflación anual del país fue del 0,8% en 2016, según cifras del Banco Mundial. Pero según la última estimación del Departamento de Estado de Estados Unidos, la inflación habría sido del 6,6% en 2023.
Todo ello representa un enorme desafío para el presidente Irfaan Ali, cuya promesa de lograr un crecimiento sostenible y ganancias equitativas tanto para los inversionistas como para los ciudadanos exigirá profundos cambios estructurales en materia de transparencia y rendición de cuentas. Por no hablar de las amenazas de conflicto interestatal que han surgido con el aumento de la presencia militar de la vecina Venezuela en la frontera.
Aunque Alí ha insistido en que las prospecciones petroleras continuarán según lo previsto, la posibilidad de un arbitraje forzoso y de cualquier acuerdo posterior en caso de que Venezuela siga adelante podría añadir costosos años a las naciones y a los productores.
“Hemos tenido este cambio radical y una enorme ganancia inesperada, pero que una economía cambie de trayectoria no es algo fácil”, señaló Thomas Singh, profesor de economía de la Universidad de Guyana. “Necesitamos un liderazgo que reconozca que ésta es una sociedad difícil y que hay divisiones que no pueden eliminarse solo con gasto público”.
LOS CONFLICTOS
Con la esperanza de escapar a la maldición de los recursos, el gobierno creó un fondo de recursos naturales para financiar la construcción de puentes, autopistas y escuelas, y proporcionar subsidios a los grupos desfavorecidos. Sin embargo, ya está planteando problemas de gobernanza, ya que el Gobierno pretende aumentar los retiros.
Según un reciente informe de World Development, los planes actuales de distribución de la riqueza petrolera de Guyana pueden agravar las arraigadas divisiones étnicas y políticas, dado que la población indoguayanesa ya está sobrerrepresentada en el 10% de la población con mayores ingresos, en comparación con los grupos afroguayaneses y mixtos con menores ingresos.
“Hay un campo minado de cosas que pueden salir mal”, afirma Singh.
El bloque Stabroek de Guyana, que alberga el mayor descubrimiento mundial de crudo de la última década, es una de las operaciones petroleras de más rápido crecimiento y menor costo del mundo fuera de la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
Se espera que tres nuevos yacimientos aprobados empiecen a bombear petróleo en los próximos tres años. Para 2028, Exxon estima que la producción se habrá duplicado hasta 1,2 millones de barriles diarios.
En este contexto, las tasas de desempleo han disminuido y los préstamos al sector privado se han multiplicado.
El impacto es visible y se siente apenas uno llega. Carteles ofreciendo servicios de formación en petróleo y gas, logística de la cadena de suministro y contratación cuelgan sobre una larga fila de visitantes que esperan pasar por el control de migración en el aeropuerto de Georgetown. Y otros destacan las obras de una nueva autopista de cuatro carriles financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo que reemplazará la carretera llena de baches y mal iluminada que actualmente lleva a los viajeros a la ciudad.
En el exterior de la base en tierra de un nuevo puente sobre el río Demerara se observan carteles en inglés y chino. El proyecto, una empresa conjunta de Guyana y China Railway Construction, reemplazará un cruce de dos carriles construido en los años sesenta, agregando dos vías y un paso de 24 horas para los grandes barcos y los miles de vehículos que entran y salen de las dos mayores ciudades de Guyana. Se calcula que estará terminado a finales de año.
Muchas empresas locales no tienen capacidad para satisfacer las exigencias de estos enormes proyectos, por lo que muchos se han adjudicado a empresas extranjeras con algunos requisitos de contratación de personal local. Aun así, las empresas conjuntas otorgan al sector privado guyanés la oportunidad de aprender y cooperar con grandes socios internacionales, afirmó Wazim Mowla, director asociado de la Iniciativa Caribeña en el Consejo Atlántico.
El país actualmente es una zona de producción clave para Exxon y una de las principales razones por las que sus acciones han superado a las de sus homólogas en la era pospandemia. En un cartel cerca de su sede de Georgetown, Exxon anuncia que ha empleado a casi 6.000 trabajadores guyaneses, aunque el impacto estimado a través de contratistas e industrias relacionadas es mucho mayor.
Delroy McLean, de 28 años, dice que el impacto de los nuevos empleos le ha “cambiado la vida”.
Creció reparando y pintando los cascos de los barcos que atracaban en el muelle de Homes Stelling, un pequeño barrio de casuchas de madera sobre suelo fangoso junto a la zona más pobre del centro de Georgetown, conocida como Tigers Bay. Ahora, Saipem SpA, contratista de Exxon, construyó un astillero a menos de seis metros de la casa en la que creció McLean, donde ha podido formarse y trabajar como operador de grúa.
“Estoy en mejores condiciones de ayudar a mi familia, de ayudarme a mí mismo”, afirma McLean, que el año pasado pudo solicitar un préstamo hipotecario a través de un programa gubernamental y ahora vive en una unidad de alquiler en una zona mejor de la ciudad. “Puedo ahorrar, pagar mis facturas y aún me queda algo para llevar a mi familia al parque o al cine”.
El desempleo se disparó en Guyana durante la pandemia de covid, lo que llevó al presidente Ali a hacer campaña con éxito con la promesa de crear 50.000 puestos de trabajo para 2025. La tasa de desocupación ha tendido a la baja desde entonces, pero aún se mantiene en torno al 12,4%, con una participación de los hombres en la fuerza laboral que duplica a la de las mujeres, y con unos 40.000 guyaneses trabajando en el sector público.
Debido a la falta de empleo, oportunidades educativas y salarios dignos, cerca de la mitad de la población del país vive en el extranjero. Sebastian De Freitas, de 33 años, había abandonado el país para estudiar ingeniería civil en Brasil cuando le ofrecieron un puesto lucrativo en Georgetown, su ciudad natal.
“Es un poco planificación y también un poco lugar correcto, momento correcto”, afirma De Freitas, que ha pasado años formándose para ascender en su puesto de piloto ROV desde el interior de una plataforma marina. “Los guyaneses no estamos hechos para el sector del petróleo y el gas, pero tenemos aptitudes transferibles, somos muy trabajadores. Solo hay que estar dispuesto a trabajar para aprender a hacerlo”.
Tiffany Balgobin, de 22 años, instructora auxiliar y buceadora de seguridad en las instalaciones de 3t EnerMech, coincide.
“Hay más oportunidades y más empresas que vienen y necesitan gente para contratar”, afirma. “Necesitan contratar a locales en lugar de traer gente”.
El gobierno ha implementado una serie de oportunidades de formación y aprendizaje, incluida una inversión de US$100 millones en un instituto de capacitación sobre petróleo y gas, cuya apertura está prevista para este año. El centro planea formar a unos 4.500 estudiantes en soldadura, manejo de vehículos y otros oficios relacionados.
También está en proceso un nuevo instituto de hostelería, destinado a formar al personal de siete nuevos hoteles que se están construyendo actualmente en el país, con el objetivo de satisfacer una demanda prevista de 2.000 habitaciones para el año próximo.
Las estructuras de cristal y acero son nuevas en Georgetown, mucho más sofisticadas que su clásica arquitectura colonial de colores pastel, realizada en su mayor parte en madera, muchas de las cuales se han perdido en incendios a lo largo de los años.
Otras de las ambiciosas iniciativas de Ali incluyen un plan de tratamiento de aguas, un proyecto energético de gas en alta mar que reducirá a la mitad el precio de la energía y una “ciudad inteligente” a media hora de Georgetown que “exhibirá la sostenibilidad” al tiempo que albergará una universidad, viviendas y un campo de golf.
Sin embargo, no todos se sienten parte de esta ola económica que recorre Guyana. Para Jason Sobers, de 40 años, un accidente de moto que dejó casi la mitad de su cuerpo paralizado acabó con su trabajo de estibador en los muelles de la ciudad y limitó mucho sus opciones laborales. Vende bocadillos y bebidas en un quiosco callejero para llegar a fin de mes.
“Lo que me duele es que sé lo ricos que nos hemos vuelto y aun así no tenemos nada”, se queja Sobers, que ha colgado mensajes frente a su quiosco pidiendo una distribución justa de la riqueza petrolera de su país. “Los guyaneses no se dan cuenta de que se lo están perdiendo. Necesito saber que nos estamos beneficiando y no es así”.
El presidente reconoce que la enorme riqueza petrolera también conlleva una serie de problemas, entre ellos una disparidad cada vez mayor entre las clases socioeconómicas.
“Nuestra prosperidad nacional consiste en que todas y cada una de las familias puedan beneficiarse del desarrollo de nuestro país y puedan beneficiarse de los recursos de nuestro país”, declaró Ali desde su residencia en Georgetown. “¿Cómo invertimos en la transformación de la infraestructura, no solo en las autopistas fantásticas y los grandes edificios, sino en las comunidades vulnerables para aumentar su valor neto, el valor neto de sus activos, su hogar y aumentar la riqueza neta de las familias?”.
Guyana intenta evitar las mayores trampas de la maldición de los recursos a través de su fondo de recursos naturales. El año pasado, el gobierno retiró US$1.000 millones del fondo, que se mantiene en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York.
Los nuevos esfuerzos por aumentar los límites de los retiros han generado dudas sobre la gobernanza del fondo y sus custodios, contratados por el Banco de Guyana. El líder de la oposición del país, Aubrey Norton, ha dicho en repetidas ocasiones que los intentos de aumentar esos límites no consideran las prolongadas caídas de los precios del petróleo, llegando incluso a afirmar que roba a las generaciones futuras la certeza de que habrá recursos ahorrados para ellas.
“Es muy posible eludir las normas, a menos que estemos dispuestos a hacer que estas normas favorezcan al país”, afirmó el profesor Singh, de la Universidad de Guyana. “De lo contrario, estaríamos buscando formas de eludirlas”.
Guyana también ha sido muy criticada por su acuerdo de división de la producción con Exxon, que otorgó los derechos sobre Stabroek en condiciones tan generosas que el Fondo Monetario Internacional aconsejó al país reformar sus leyes tributarias y asegurar que el Estado obtenga una parte mayor de los ingresos del crudo en futuros contratos.
Ali ha declarado que su Administración ha estado trabajando en un acuerdo más equilibrado para futuros contratos de este tipo. Una opción que se baraja es conceder licencias de exploración a una empresa petrolera estatal que sería operada por un socio estratégico. Otra opción es abrir la licitación a empresas petroleras privadas mediante subasta.
“Tenemos que reconocer que estamos tratando con empresas petroleras que vienen por el petróleo, que reconocen que pueden explotar los recursos muy, muy rápido, pero que pueden hacerlo precisamente porque el marco regulador es tan débil”, dijo Singh.
Exxon dijo en un comunicado que el acuerdo alcanzado en 2016 era justo e incluía “términos globalmente competitivos durante un período en el que se enfrentaban importantes riesgos técnicos y de precios”.
Para de Freitas, el cambio de rumbo de su país podría ofrecer a las futuras generaciones de su familia la oportunidad de rehacer sus vidas en Guyana.
“Mucha de la gente con la que trabajo en tierra y en alta mar dice que puede jubilarse trabajando aquí, en Guyana. Si efectivamente sigo por este camino, es probable que pase otros 15 o 20 años aquí”, completó.