JUAN PABLO SPINETTO
Un viento fresco se empieza a sentir entre el miasma disfuncional que envuelve por estos días a la economía argentina. Proviene, precisamente, de la industria del petróleo y el gas del país.
Impulsada por Vaca Muerta, un gran yacimiento de petróleo y gas shale en la Patagonia, la producción de petróleo crece a un ritmo de dos dígitos, las empresas bullen con nuevos proyectos para aumentar las exportaciones y la producción de gas natural y los ejecutivos del sector miran hacia las próximas elecciones presidenciales con grandes esperanzas de que mejore el entorno empresarial.
Algunas de las acciones más expuestas al negocio de los hidrocarburos en Argentina, como el gigante nacional YPF (YPF) y el operador de gasoductos Transportadora Gas del Norte SA (TGNO4), subieron más de un 300% en dólares en los últimos 12 meses.
También se espera que la puesta en marcha del Gasoducto Néstor Kirchner, que recorre unos 573 kilómetros, ahorre miles de millones en importaciones energéticas, uno de los mayores dolores de cabeza de los últimos gobiernos.
Gracias a la productividad de los pozos que supera incluso a la de formaciones similares en Estados Unidos, Vaca Muerta, ubicada en las provincias de Neuquén y Mendoza, podría alcanzar el millón de barriles diarios de producción de petróleo a fines de esta década, según un informe de la consultora Rystad Energy.
Si se produce ese crecimiento explosivo -y se trata de un gran “sí”-, Argentina podría volver a la senda de la autosuficiencia energética, aumentando las tan necesarias reservas de dólares mediante la exportación de la mayor parte del crudo ligero agregado gracias a la capacidad adicional.
“Se trata de una oportunidad única en una generación”, afirma Alexandre Ramos-Peón, director de investigación de shale de la empresa. “O lo hacen ahora, o van a perder el tren. En algún momento el mundo no va a necesitar este petróleo”.
Ahora bien, estamos en Argentina, el corazón de la volatilidad política y la mala gestión económica, donde muchas cosas pueden salir terriblemente mal. De hecho, el sector lleva dos décadas operando en condiciones regulatorias y económicas complicadas; el boom de Vaca Muerta debería haberse producido mucho antes.
Los controles de capital y los múltiples tipos de cambio complican el desarrollo de una cadena de suministro y una red de servicios petroleros sólidas. Los elevados costos de financiamiento o la falta de acceso a los mercados internacionales reducen totalmente las oportunidades de inversión privada.
El gobierno ha tendido a poner un tope a las exportaciones de crudo y a los precios nacionales de la gasolina para privilegiar el mercado local, protegiendo a los consumidores de precios internacionales más altos a costa de limitar los envíos y desalentar nuevas inversiones.
Sin embargo, a pesar de todos estos retos, y con la ayuda de algunas políticas ad hoc para intentar sortearlos, el sector probablemente se encuentra en su mejor posición en años. Como resultado, los ejecutivos petroleros confían cada vez más en que quienquiera que gane las elecciones de octubre “no van a tratar de matar a la gallina de los huevos de oro”, afirma Paulo Farina, consultor y ex funcionario de energía con sede en Buenos Aires.
“El consenso político es que no tenés que romper la inercia que ganó el sector, que está creciendo fuerte”, afirma Farina.
Es probable que el próximo gobierno argentino sea más promercado que la actual coalición peronista de izquierda. A pesar de algunas diferencias internas, la coalición opositora que lidera las encuestas se considera favorable a la industria.
Sus dos candidatos visitaron el proyecto de Vaca Muerta el año pasado. Pero incluso si el candidato peronista Sergio Massa logra una sorprendente victoria, su historial como ministro de Economía sugiere que también es cercano a las compañías petroleras.
La devaluación del peso prevista durante el primer año del gobierno que asuma el poder el 10 de diciembre sin duda cambiará las cosas para las empresas. Se espera que, tras la primera sacudida, un enfoque macroeconómico más directo mejore la economía, el entorno empresarial y el acceso al crédito.
También podría convencer a las grandes petroleras, como Shell y Chevron, para que apuesten más por Argentina. Incluso podría dar un nuevo impulso a algunos de los proyectos más ambiciosos del país, como la exploración en alta mar y la producción de GNL, diseñados para llenar el vacío dejado por el desplazamiento de Rusia del mercado tras su invasión a Ucrania.
Argentina tiene una larga historia en la exploración de petróleo y gas tras haber encontrado crudo por primera vez en el sur del país hace más de un siglo. Llegó a producir más petróleo que Brasil (en la actualidad, Brasil produce unas cinco veces más que su vecino del sur). Pero la inestabilidad macroeconómica, el nacionalismo energético y los zigzagueos políticos —privatizar YPF, para volver a nacionalizarla 13 años después— redujeron enormemente el potencial de la industria.
Ahora, la geología, la tecnología e incluso la geopolítica abren una nueva oportunidad para Argentina antes de que la demanda de hidrocarburos alcance su punto máximo. Esperemos que los políticos no la desaprovechen.