RICARDO N. ALONSO *
Los géiseres son un fenómeno maravilloso de la naturaleza. En general son chorros de agua caliente que salen expulsados con fuerza del interior de la tierra y alcanzan alturas de varios metros. Se han visto chorros de agua caliente y vapor que llegan a los 100 m de altura.
La mineralización de las aguas, en especial las ricas en carbonatos, pueden construir conos que recuerdan a pequeños volcanes por su analogía con cráteres, chimeneas, edificios y erupciones. Con las salvedades correspondientes entre unos y otros. Esos volcancitos, como a veces se les llama en la jerga popular, pueden estar muy cerca de grandes volcanes como ocurre en la Puna. Hay de esos "volcancitos" en Santa Rosa de los Pastos Grandes asociados con el complejo volcánico Quevar (Salta), en el río Alumbrio de Coranzulí asociados con el complejo volcánico Coyahuaima (Jujuy) o en Botijuelas asociados con el volcán Antofalla (Catamarca).
Todos ellas están extinguidos, aún cuando conserven salidas de aguas salobres tibias o frías y burbujeo de gas carbónico. Sin embargo, por el tamaño que alcanzan los edificios geiserianos, es probable que en el pasado hayan estado muy activos y pudieron haber lanzado chorros de agua caliente a gran altura.
Los géiseres de Coranzulí han derramado, además, aguas boratíferas. Están recubiertos por un manto de ulexita blanca que los hace muy vistosos. Fueron señalados como los mejores ejemplos de géiseres boratíferos en el mundo, tal como lo rotulara en su momento el geólogo americano Siegfried Muessig y también el suscripto en numerosos trabajos científicos y en artículos divulgativo en el diario El Tribuno. Esos géiseres boratíferos forman un capítulo en mi reciente libro "Los boratos de la Puna Argentina" (Mundo Gráfico, Salta, 2022).
En el ámbito mundial son famosos los géiseres del Parque Yellowstone en Estados Unidos, los de Islandia de donde proviene precisamente la palabra "geysir", y en los Andes Centrales los de El Tatio en la región de San Pedro de Atacama en Chile. Los hay también en Perú, Bolivia y el noroeste argentino, aunque en la mayoría de los casos están extinguidos.
Por suerte los edificios que construyeron a lo largo de su vida activa han quedado como mudos testimonios de esa extraordinaria actividad geológica hidrotermal. Y lo valioso es que esas capas hojaldradas de carbonatos que los forman, en general tufas y travertinos, conservan la memoria química de las aguas que les dieron origen, la edad, la evolución de los ambientes y los climas que se sucedieron en el tiempo geológico.
Es por ello que se los considera verdaderos tesoros de la naturaleza. Y pueden ser además una fuente de calor aprovechable para múltiples usos, desde energía geotérmica hasta balneoterapia, crenoterapia, viveros, etcétera. Incluso alguno de ellos pudo haber removilizado elementos químicos de la corteza y haberlos concentrado en depósitos minerales dando lugar a yacimientos de metales preciosos.
Cuando las temperaturas fueron muy altas, al punto de la ebullición, dieron lugar a la precipitación de sílice en una forma de sínter que se llama geiserita. En Chillicolpa, Tacna (Perú) hay géiseres activos que están precipitando geiseritas y a medida que las aguas se van enfriando dan lugar a la formación de carbonatos (travertinos y tufas), boratos (ulexita) e incluso depósitos de algas silíceas o diatomitas.
DE LOS ANDES A TURQUÍA
En Perú, donde hay muchos géiseres, la mayoría extinguidos y algunos todavía activos, es común encontrar restos incaicos asociados. Turquía cuenta con ruinas romanas en los campos termales. Incas y romanos tuvieron al parecer una especial predilección en el aprovechamiento de las aguas termales. Y tanto en los Andes como en Anatolia las aguas son ricas en litio. Y ya el propio Sorano de Éfeso, médico de la antigua Grecia, se dio cuenta de que ciertas aguas tenían un poder benéfico sobre personas con trastornos maníacos depresivos. Lo sabía, pero no sabía por qué. El secreto estaba en el litio.
Los géiseres responden a diversos elementos para su formación. Debe haber una fuente de agua abundante, temperatura alta y un especial sistema de cañerías subterráneas o tuberías geológicas. Si hay poca agua y mucha temperatura generalmente sale vapor o un fluido seco y caliente. Los "hornitos" de Lanzarote en las Islas Canarias son un ejemplo de ello y además se los aprovecha para montarles arriba una parrilla y asar carnes.
Si hay mucha agua y poca temperatura puede formarse un surtidor o manantial normal, sin las clásicas erupciones intermitentes de los géiseres tradicionales. El sistema de tuberías es único en cada géiser activo y se puede ir cerrando por crecimiento de sarro como pasa en una cañería de cocina o en una arteria humana. Los eventos sísmicos pueden abrir o directamente cerrar los conductos; apagar unos géiseres y abrir otros.
En el planeta se conocen hoy unos mil géiseres activos. Pero son muchos más los extinguidos. En los Andes Centrales debe haber una docena de géiseres más o menos activos y más de 200 géiseres extinguidos. Y en su mayoría están relacionados con volcanes y con rocas ácidas riolíticas o ignimbríticas.
En 1985 publiqué, junto al Dr. José G. Viramonte un trabajo que daba cuenta del asunto, en el marco del congreso geológico chileno que se llevó a cabo en Antofagasta. Aun cuando singulares y espectaculares, especialmente los boratíferos, su relación con volcanes habla por sí sola de su origen genético.
Lo que resulta fuera de contexto son los enormes edificios geiserianos extintos que se conservan en El Sauce, departamento de General Güemes (Salta). Esos viejos géiseres se encuentran unos pocos kilómetros al norte de las aguas termales de El Sauce, un complejo balneario, turístico y hotelero de la Asociación de Jubilados de Salta. Los géiseres gigantes se localizan en el cerro Las Pirguas, dentro de la finca de la familia Collado. Los estudios realizados a la fecha establecen que las aguas surgen calientes desde unos 2.700 metros de profundidad y que logran su temperatura en función del grado geotérmico que, como se sabe, es de aproximadamente un grado centígrado por cada 33 metros de profundidad.
Los géiseres de El Sauce pueden divisarse desde lejos como pequeños volcanes apagados. Aunque, como se dijo, no tengan absolutamente nada que ver en su origen con volcanes. Las aguas surgieron de gran profundidad y atravesaron rocas calcáreas de la Formación Yacoraite, una unidad de calizas del norte argentino famosa por sus huellas de dinosaurios. Esas calizas fueron explotadas por la firma de cementos Minetti hasta la década de 1980.
Los géiseres de la finca Collado se encuentran en un área de un kilómetro cuadrado, en las laderas del cerrito Las Pirguas y constan de dos grupos de edificios principales. Alcanzan unos 15 y 25 m de altura respectivamente. El más antiguo está en la parte media del cerro y consta de segundos edificios y bocas inferiores que están completamente secos.
El de más abajo, es a la vez el más vistoso. Hay otros géiseres y manantiales que lo rodean, los cuales tienen una salida pobre de aguas frías ferruginosas y un leve burbujeo de gas carbónico. Los edificios geiserianos principales están en erosión y uno de ellos deja ver las capas amarillas de travertinos que se superponen como una torta de hojaldre.
Allí está contenida la historia de la química de las aguas y los paleoclimas de la época en que se formaron. El edificio más bajo muestra un cono, un cráter y una chimenea muy bien conservados. La boca es ovalada y tiene unos tres metros de largo por un metro de ancho. Por allí salieron los altos chorros de agua caliente en el pasado geológico. Ello da una idea cabal de lo que debió ser la actividad geiseriana y la altura que debieron alcanzar las erupciones hidrotermales.
No solamente representan un increíble lugar para estudios científicos en orden a develar la historia termal de una región que debió de ser un "Parque de Yellowstone" salteño, sino que además constituyen un atractivo turístico en la Cordillera Oriental en la categoría de geoformas que pueden tipificarse como un geositio. Los estudios se encuentran en desarrollo y forman parte de la tesis profesional de Florencia Sandullo, estudiante avanzada de geología de la Universidad Nacional de Salta. Los viejos géiseres de El Sauce son un tesoro salteño desconocido y un patrimonio natural para el geoturismo.
* Doctor en Ciencias Geológicas