UWE OPTENHÖGEL *
Más allá de las medidas de política interna, en las que estriban los principales temas de conflicto con Occidente (derechos humanos y de las minorías, Estado de vigilancia), y de sus dudas generales sobre la democracia como sistema de gobierno, China se presenta como un miembro constructivo de la comunidad internacional: neutral, comprometido con la paz y siempre dispuesto a defender la integridad territorial y el derecho de los pueblos a la libre determinación. China participa en misiones de mantenimiento de la paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). No solo ha firmado el Acuerdo de París relativo al cambio climático, sino que también se ha comprometido en su Constitución a crear una «civilización ecológica». Un documento político lanzado estos días por el presidente Xi Jinping sobre la estrategia de desarrollo de aquí al centenario de la creación de la República Popular en 2049 estipula que se debe continuar con la política de reforma y apertura. China seguirá trabajando por un orden internacional que también tenga en cuenta los intereses de los países en desarrollo y se abstendrá de políticas hegemónicas y de poder.
En los últimos 30 años, Rusia ha regresado a la escena internacional de una manera muy diferente. En este periodo de ascenso sin precedentes de China para convertirse en la mayor potencia comercial del mundo, Rusia no ha sido exitoso en la competencia global de economías y sociedades. Está profundamente estancada en la etapa de una economía rentista dependiente de las materias primas. Sobre esta base, Vladímir Putin –traumatizado por el, en su opinión, vergonzoso final de la Unión Soviética y frustrado por la arrogancia y la ignorancia de un Occidente expansivo– ha llevado a Rusia de regreso al escenario de la política internacional desde que asumió el cargo en 2000. Esto se hizo, afirmando ser una potencia mundial, sobre la base de una modernización del Ejército.
Desde entonces, y tras un breve periodo de indecisión (2000-2006/2007) sobre el rumbo a seguir, Rusia no se ha perdido ninguna oportunidad de apoyar a fuerzas antioccidentales, antiestadounidenses y antidemocráticas. Rusia se ha distinguido como un actor militar violento, dispuesto y capaz de múltiples tipos de intervención: terrorismo de Estado, guerra híbrida, uso de tropas mercenarias, ataques ciberneticos, poder de asalto y bandidismo internacional. La guerra en Ucrania es, hasta ahora, la mayor aventura a la que el presidente ha lanzado a su país.
La invasión de Ucrania, sin embargo, hasta ahora se ha parecido a un juramento militar de Putin. Es un desastre para Rusia. Hay enormes pérdidas en materiales y humanas, errores tácticos militares evidentes, problemas con la moral de la tropa, la logística y el trabajo de reconocimiento de los servicios. La modernización de los últimos años parece haber ido acompañada de corrupción a gran escala. Las consecuencias son humillaciones simbólicas como la pérdida del buque insignia de la Flota del Mar Negro o el intento fallido de capturar Kiev, la capital ucraniana, al comienzo de la guerra.
Para Putin, el desarrollo del conflicto se vuelve cada vez más problemático, tanto en el plano interno como externo. En casa, es probable que el curso de la guerra socave su aura como líder. Y en términos de política exterior, no le puede ser indiferente que el principal medio del capitalismo liberal, The Economist, titule: «¿Qué tan deteriorado está el Ejército de Rusia?», ya que su pretensión de jugar en la cancha de las Grandes Potencias se basa en que Rusia asegura poseer fuerzas armadas poderosas, profesionales y muy modernas. La guerra está en curso y podría prolongarse por mucho más tiempo. Occidente, incluida Europa, está unido, y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) está a punto de expandirse para incluir a Suecia y Finlandia, países militarmente bien positionados. Los militares de la OTAN podrían frotarse los ojos. Y pueden estar confiados en que podrían superar a este adversario en una guerra convencional: pero Rusia es, por desgracia, una potencia nuclear.
Cualquiera sea el resultado de la guerra, ya ha desencadenado dinámicas que acarrearán procesos globales de gran alcance. Refuerza las tendencias de desglobalización que han sido evidentes desde la crisis financiera hace 10 años y que fueron aceleradas por la pandemia de coronavirus.
En lo geopolítico están apareciendo nuevos campos de poder mientras que en lo geoeconómico está surgiendo una reorganización de los sistemas de energía, producción, distribución y finanzas. En este contexto, el estatus internacional de China y su exitoso modelo de recuperación económica se ven cada vez más desafiados por la guerra de Rusia y su estrecha asociación con Putin.
Oficialmente, China es neutral y está a favor de la paz. No apoyó ni condenó la guerra. Pero esta neutralidad es descaradamente prorrusa y antiestadounidense; que los medios estatales y la internet censurada de China hayan adoptado la versión que da el Kremlin sobre las causas y el curso de la guerra subraya ese carácter. Hay una controversia interna en China sobre qué posición tomar frente a Rusia. Pero China está ausente como mediadora para una solución negociada, a pesar de que probablemente sea el único país que podría influir en Putin.
En términos económicos, la República Popular ha estado en una fase de desarrollo durante algún tiempo, en la que está pasando de un crecimiento cuantitativo a uno cualitativo y se está enfocando más en el desarrollo del mercado interno. Este próximo paso de desarrollo también requiere mercados abiertos, cadenas de suministro que funcionen y un orden internacional basado en reglas. A diferencia de Rusia, a China no le interesa destruir el orden internacional existente. Será crucial para el país observar de cerca cómo Occidente intenta dar forma a la desglobalización a su favor. Estados Unidos ha considerado a China un adversario geopolítico clave, no solo desde la presidencia de Donald Trump. En la percepción de la Unión Europea, China pasó de ser el mercado más grande a ser un rival estratégico, y el Parlamento Europeo suspendió antes de la guerra la ratificación de un acuerdo de inversión largamente negociado con ese país.
Si Estados Unidos, Europa, Japón y países como Corea del Sur, Canadá, Australia y Nueva Zelanda priorizasen –como reacción a la agresión rusa en Ucrania– los asuntos de seguridad y defensa sobre los aspectos económicos y de bienestar, y estuvieran dispuestos y fueran capaces de hacer los sacrificios necesarios, el comercio de China podría verse afectado negativamente. Además, la nueva dimensión de las sanciones occidentales, que superan todo lo conocido anteriormente, tendrá efectos de gran alcance en la economía global. China es vulnerable en esta área porque Estados Unidos, Europa y Japón siguen siendo, de lejos, los mercados más importantes para las exportaciones chinas. Si el acceso a los mercados de estos países se restringiera significativamente, China necesitará, para compensar, otros mercados o su propio mercado interno: ninguna de estas opciones parece factible. Además de reducirse sus mercados de exportación, a China le cuesta cada vez más acceder a la alta tecnología de Occidente. No solo Estados Unidos ha impuesto sanciones a Huawei y a empresas de semiconductores. También hay gobiernos europeos que han prohibido hace poco la adquisición china de tecnología de punta.
Es probable que otro aspecto de la desglobalización que está estrechamente relacionado con el propio modelo de desarrollo chino sea de particular importancia para China: la pérdida de eficiencia a través de la competencia dinámica con empresas rivales occidentales en casa. Un elemento central del éxito del milagro económico chino fue la descentralización y la delegación de decisiones económicas, lo cual promovió la competencia y la creatividad, y condujo a una rápida mejora de la calidad de los productos chinos (aunque también aceptó la corrupción durante mucho tiempo). Si esta presión competitiva desaparece, resta ver qué pasará con la fuerza innovadora de China y su transición hacia una economía del conocimiento.
El mercado interno del país enfrenta importantes desafíos económicos y estructurales: altos niveles de deuda, un sector inmobiliario en implosión y el envejecimiento progresivo de la población están poniendo a prueba el crecimiento. Esto va acompañado de una extrema desigualdad de ingresos, una explosión en los costos de la vivienda e instituciones del Estado de Bienestar que aún no están completamente desarrolladas para compensar la caída de la demanda y brindar protección social.
Además, la estrategia china de covid cero está fracasando. El confinamiento más reciente en Shanghái no solo dejó secuelas económicas, sino que también dejó en claro que el país no está preparado para la variante ómicron y que sus propias vacunas no pueden competir con las de Occidente. La aplicación brutal de medidas de cuarentena reveló una dimensión política de la estrategia contra el covid seguida hasta ahora. La población parece reaccionar con creciente incomprensión y desacuerdo con la dureza aparentemente sin sentido del gobierno. Y la pregunta es si las acciones de las autoridades deben atribuirse a la tendencia general hacia una recentralización del poder en el Partido y con el presidente Xi. Es probable que la pérdida de reputación internacional a la que quedó expuesta China a consecuencia de las especulaciones sobre el estallido de la pandemia en Wuhan, que parecían haberse compensado por el supuesto control momentáneo de la pandemia, vuelva a profundizarse como resultado de los acontecimientos recientes.
En este contexto, está claro que, tal como se presenta hoy el conflicto, la cercanía de China a Putin se está convirtiendo en un problema cada vez mayor. El desarrollo que la guerra ha tenido hasta el momento indica que, si los rusos siguen sin tener éxito, podrían reaccionar con una mayor brutalidad y una escalada de la lucha, o posiblemente considerar el uso de armas químicas o incluso armas nucleares tácticas.
China no podrá seguir este camino si no quiere arriesgar la reputación internacional que ha construido cuidadosa e inteligentemente durante décadas y, por lo tanto, poner en duda los éxitos obtenidos en su desarrollo. Por lo tanto, Putin no debería contar con que China le dará ayuda para romper las sanciones occidentales o incluso salvarlo militarmente. Resulta significativo que, si bien China ha firmado acuerdos de asociación con Rusia, no ha formado ninguna alianza que pudiera implicar obligaciones de apoyo mutuo. Rusia no debe hacerse ilusiones; China ha sido hasta ahora una potencia con un excepcional interés propio en la política internacional. A diferencia de Rusia, China puede elegir cómo salir del conflicto. Puede analizar con calma las sanciones contra Rusia y sus efectos. Y con respecto a su pretensión sobre Taiwán, Beijing monitoreará el curso de la guerra y evaluará qué riesgos estaría en condiciones de correr.
China puede salir mejor con una Rusia debilitada por la guerra que con un socio afianzado en su espíritu imperial y que representaría una amenaza cada vez mayor para el sistema internacional. El dictador ruso y su camarilla se han metido a sí mismos y a su país en una situación que no previeron y de la que cada vez es más difícil imaginar una salida que pueda salvar las apariencias. Cada vez es más claro que la razón inventada de la guerra, que niega el derecho de Ucrania a existir, proviene de la mente retorcida de un dictador que se transformó en un historiador aficionado mientras estuvo aislado durante la pandemia.
Putin finge estar librando la guerra por el bien de Rusia. Pero Rusia es un Estado multiétnico, y probablemente haya suficientes grupos étnicos que ya piensen que esta no es su guerra. Putin ahora no solo está poniendo en riesgo su propia persona y su régimen, sino también la Federación Rusa en su conjunto. Hay poco margen para que pueda cumplir su misión autoimpuesta de restaurar la grandeza imperial de Rusia dentro de las fronteras de la Unión Soviética. Podría ocurrir lo contrario con una Rusia saliendo del conflicto debilitada y más pequeña: el hombre del Kremlin, que habla alemán con fluidez y reverencia la literatura alemana clásica, podrá recordar El aprendiz de brujo, la famosa balada de Johann Wolfgang von Goethe. En ausencia de su maestro, conjuró, con palabras mágicas, espíritus que ya no podía controlar: «Señor, enorme es mi necesidad. He conjurado espíritus que ignoran mis órdenes». Y eso es precisamente lo que hace que esta guerra sea tan peligrosa.
* Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Hamburgo y consultor político. Editor de la tradicional casa editorial J.H.W. Dietz Nachf en Bonn (Alemania) y vicepresidente de la Foundation for Progressive Studies (FEPS) en Bruselas