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ANÁLISIS
Villalonga: Quién y por qué ataca a Guzmán. De aquellos vendavales a estas brisas
GACETA MERCANTIL/MINING PRESS/ENERNEWS
18/04/2022

JULIO VILLALONGA *

El ministro de Economía, Martín Guzmán, es blanco en los últimos días de nuevos y violentos ataques públicos y privados, ahora por el salto inflacionario de marzo.

La primera pregunta del título de esta nota se responde fácil: “por Cristina Kirchner”. Un poco de historia: la vicepresidenta “compró” al jefe del Palacio de Hacienda en los primeros meses del gobierno de Alberto Fernández, cuando el ministro encaraba la renegociación de la deuda con los acreedores privados. Hasta tal punto lo hizo que los principales medios, sus más acérrimos enemigos, comenzaron a castigar a Guzmán por su cercanía con ella. En algún momento parecía que el economista era un interlocutor válido en las dos orillas de la grieta interna del Frente de Todos (FdT). Eso no duraría mucho y aquella sintonía inicial entre Guzmán y CFK un día terminó. Se puede analizar cuándo y por qué, pero no es el objeto de esta columna.

Lo cierto es que la heterodoxia del funcionario, que al principio era alabada por los medios y los periodistas del oficialismo, estatales y privados, comenzó a virar hasta convertirse en una ortodoxia y un seguidismo del credo fondomonetarista que Guzmán apenas disimulaba, según esos sectores. Cerrado de manera exitosa el capítulo con los privados, el ministro inició la segunda fase con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las sospechas del “cristinismo” (o del “kirchnerismo duro”) terminaron de aflorar. Guzmán se había pasado a las huestes del “gatopardismo” del Fondo, decía que todo debía cambiar en el organismo financiero internacional para que nada cambie. “El Fondo es el mismo de siempre, no cambió nada, con otras palabras, con marketing, pero pide lo de siempre: ajuste y más ajuste”, sería la síntesis del discurso de la presidenta del Senado y de sus adláteres.

Con ese convencimiento de parte de la mentora del presidente Alberto Fernández se llegó a mitad del año pasado, con la pandemia de coronavirus en toda su expresión, y con CFK y Guzmán ya irremediablemente instalados en veredas separadas. Claro que siempre decir Guzmán fue decir el Presidente, que casi como a un madero en medio de la tormenta se aferró a su ministro y al éxito de sus gestiones.

Desde entonces Cristina desplegó todo su arsenal de cartas, silencios y declaraciones a través de terceros perfectamente identificables con ella para destrozar la negociación con el Fondo. Para esterilizarla. No lograría impedir el acuerdo final, pero lo atrasó lo suficiente como para dejarlo deshilachado, casi sin vitaminas. Sin espacio para que su elegido en el primer término de la fórmula pudiera acumular nada de poder.

En el medio, en el segundo semestre del año pasado y en buena medida –aunque no solo- a causa de ese proceso de esmerilado, se recalentó la inflación, que terminaría sobre el 50 por ciento en 2021, y se volatilizaron reservas hasta dejar al país exhausto y dependiente de cualquier acuerdo con el Fondo como para evitar una debacle financiera. El costo social y económico es aún materia de análisis de los especialistas, pero el costo político lo pagó hasta ahora Alberto F., que sin capital político propio y notoriamente incapaz de construirlo vio cómo se le escapaba el resto de su poder como arena entre las manos. El escenario que sin duda quería su presunta segunda. AF no solo fue su “mascarón de proa” para volver al poder sino, más que eso, su pararrayos político.

La ofensiva contra lo que quedaba del arreglo con el FMI se desarrolló con prisa y sin pausa. La renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque de diputados del FdT, las declaraciones posteriores de la legisladora (MC) Fernanda Vallejos, la misma que antes había tratado de “enfermo” y “mequetrefe” al Presidente, y de haberse “atrincherado” en la Casa de Gobierno, a espaldas del mandato popular.

La segunda pregunta del título es más difícil de contestar, pero una rama de la ciencia política, la psicología política, debería colaborar. La personalidad de los líderes y referentes, el impacto psicológico de sus vivencias en el poder, de sus antecedentes incluso familiares, los orígenes sociales, entre otros diversos factores, conducen a terminar de dibujar su perfil. Aunque es complicado tratar de analizar todas estas variables basándose en especulaciones, las acciones y declaraciones públicas de los analizados pueden dar pistas bastante certeras.

CFK volvió al poder, dijimos, gracias a una sociedad que incluyó a su candidato sin partido y a un tercero como Sergio Massa que aportó el resto de los votos necesarios para ganarle las elecciones al macrismo, en 2019.

El condicionamiento judicial la impulsó a mantener su candidatura a vicepresidente, la que le garantizaría otros cuatro años de fueros. La elección de AF, como señalamos, le sirvió para “esconderse” de la sociedad que entonces se había cansado de doce años de destrato de su parte. Y para quedarse con resortes de poder (cajas) para sus herederos de La Cámpora, la estructura política que ella está asegura que la defenderá a capa y espada.

El tiempo le daría la razón. Ya al cabo del primer año de gestión de su mentado tuvo en claro que la ministra de Justicia y exsocia del primer mandatario, Marcela Losardo, no rompería lanzas con el Poder Judicial para cerrar todas las causas en su contra. La “espada de Damocles” seguiría encima de su cabeza con la congeladora de la justicia federal, freezer del cual puede salir si el péndulo del poder vuelve a darse vuelta.

El conflicto con su hija Florencia siempre estuvo en el centro de todas sus preocupaciones. Máximo se las arreglará conservando sus fueros aún cuando su agrupamiento neocamporista se convierta en una minoría aún más pequeña dentro del peronismo. El rol de fiscal político de no se sabe bien qué ideología le sienta cómodo: desde allí puede correr por izquierda al peronismo –no es muy difícil, como se ha visto- mientras sostiene su castigo al neoliberalismo internacional y al vernáculo, representado por el macrismo.

La utopía del “cristinismo”, en particular la de su principal intérprete, no es el socialismo real. Se resume en el control de cajas clave del Estado con gerentes fieles a la superestructura, nada menos nacional y popular. Nada más alejado de la profundización de la democracia.

Máximo K. proviene de un hogar de clase media acomodada y su modelo político es el conservadurismo popular de sus padres. Nadie podría esperar otra cosa, salvo que acuse demencia. O sea un deshonesto intelectual. Su renuncia a conducir el bloque por su disidencia con el acuerdo con el FMI por el ajuste impuesto –en la misma línea de su madre, aunque ella deslizó que no acordaba con la decisión táctica- no se completó en el gesto con su entrega de la banca. “¿Por qué tendría que renunciar?”, le preguntó extrañado un colaborador estrecho del referente de La Cámpora a este cronista, en aquel momento. La coherencia política fue desestimada como razón. A siete décadas de aquel hito histórico del discurso de Eva Perón en la 9 de Julio, la fuente citó la famosa frase: “No renuncia a la lucha, renuncio a los honores”. Un culto al pragmatismo matizado con una mueca de pseudoprogresismo.

De aquellos vendavales, estas brisas.

* Director de Gaceta Mercantil


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews

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