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ANÁLISIS
Cantelmi: El populismo pro ruso global abandona a Putin
CLARÍN/ENERNEWS/MINING PRESS
11/04/2022

MARCELO CANTELMI */Clarín

Un proverbio chino de la dinastía Jin, hace dos milenios, advertía que si se monta un tigre el animal decidirá cuándo y de qué modo será posible abandonarlo. Es pertinente hoy esta enseñanza. Las guerras son ese tigre y la prueba real de la política nunca ha sido cómo comenzarlas, sino cómo concluirlas.

EE.UU. en Vietnam y luego en Irak y Afganistán, ha dado testimonios amplios de lo hondo de ese abismo. La URSS también se enredó en el laberinto afgano que acabó convertido en uno de los clavos principales del féretro de la potencia comunista. Hoy es Rusia la que camina en esos mismos fangos en Ucrania enterrando una pierna para intentar liberar a la otra.


Por encima de la sorpresiva resistencia del país invadido y la unidad que el ataque disparó en el mundo occidental, el golpe más consistente que ha recibido el Kremlin a sus intenciones imperiales acaba de suceder. Es el tren fantasma del horror que las tropas rusas han dejado a la vista en las comarcas que tuvieron bajo su control en el primer mes de la guerra.

Son escenas de una brutalidad extraordinaria, con civiles asesinados, desparramados en las calles, las manos atadas, aplastados por tanques, No hay precedentes en Europa de una masacre similar desde la pesadilla de Srebrenica.

El efecto político inmediato de esa vidriera macabra fue la estrategia improvisada y perfiles soviéticos que ejecutó el Kremlin para intentar convencer de su inocencia a un mundo escandalizado. 


LOS COSTOS
El caso más notorio de la dificultad de ese dispositivo la protagonizó el embajador de Moscú en la ONU, Vasily Nebenzya. En un mensaje que pocos escucharon balbuceó que los rusos están en guerra "para sacar el tumor nazi que consume a Ucrania y que en un tiempo buscará consumir a Rusia". La ignorancia -y el cinismo- puede ser el mejor aliado de la enfermedad moral, remarcaba Dostoyevski en Los Hermanos Karamasov. 

Hay dos dimensiones importantes alrededor de estas novedades que merecen atención. Aparece con claridad el costo simbólico que genera el impacto de una información que no es posible soslayarla como sucedió antes con el genocidio en Ruanda o la masacre de los bosnios musulmanes.

Esta guerra sucede en Europa, con una visibilidad inmediata presenciada por una extensa legión de la prensa internacional que la relata en streaming.

Nota al pie de página: la BBC de Londres destacó en el frente a sus más veteranos periodistas, John Simpson, el jefe, de 77 años, Jeremy Bowen de 62, el primero en difundir imágenes de cadáveres de civiles desparramados en los bosques, y Lyse Doucet de 63. Todos con una larga historia de cobertura de guerras, pero esencialmente, credibilidad.

La potencia de la información que esa y otras estructuras noticiosas difunden, verificada de modo sencillo por la tecnología cada vez más precisa que se usa no solo en el terreno, se advierte primero entre los enemigos de Rusia que han aislado aún mas al Kremlin y sus autócratas.

​Pero donde los efectos de estas novedades son más complejos es entre los aliados del régimen de Putin que comienzan a vacilar. El populismo prorruso alrededor del mundo está revisando su alianza con el Kremlin. 

Se ve ese reacomodamiento en el italiano Matteo Salvini que ahora repudia a su aliado político y financiero ruso.O en la francesa Marine Le Pen que ha descubierto de pronto que su amigo Putin dirige un sistema autoritario. Hasta el autócrata húngaro, Viktor Orban, el virtual enviado de Moscú en la Unión Europea, sorpresivamente condena la ofensiva sobre Ucrania. 

El caso argentino es otro ejemplo nítido de este comportamiento. El presidente Joe Biden reclamó que Rusia sea echada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, cuya presidencia la ejerce nuestro país.


LA EVIDENCIA
La Casa Rosada, que hasta hace poco aplaudía cualquier gesto del líder moscovita, se alineó con EE.UU. para llevar adelante esa propuesta que, por gran mayoría, 92 a 24, 58 abstenciones, amontonó al Kremlin junto a la Libia del entonces dictador Muammar Khadafi, otro amigo del populismo latinoamericano, expulsado de ese organismo en 2011.

El segundo aspecto es lo que revelan estas masacres sobre la evolución inesperada de la guerra. La tropa rusa cometió estos excesos desde los primeros días de su desembarco en Ucrania. Aunque el sitio más conmocionante en estas horas es Bucha, una urbe de clase media en las afueras de Kiev, la barbarie se repitió en otros sitios como Irpin o Borodyanka.

La evidencia demuestra que estas acciones no fueron producto del descontrol de la tropa. Son consistentes con una estrategia de destrucción de todo lo existente que ha sido la marca del procedimiento del Kremlin en cada conflicto que le tocó enfrentar. En Ucrania se actuó con la certeza de que la noción de tierra arrasada sería parte de la oscuridad de una victoria rápida y rotunda que desplazaría a las autoridades enemigas.  

La ratificación de ese estilo brutal y genocida, vino horas después, este viernes, con el ataque con una probable bomba de racimo sobre una muchedumbre de civiles desarmados, en la estación de trenes de Kramatorsk, en el este ucraniano, donde intentaban huir de la guerra. 

En Bucha la operación de exterminio la llevó adelante el teniente coronel Azatbek Omurbekov, comandante de la 64ª Brigada de Fusileros Motorizados, a cargo esa ciudad, según una investigación del portal ucraniano InformNapalm y de The New York Times.

Hay testimonios de vecinos de esa comarca que observaron cómo los soldados, bajo las órdenes de este militar condecorado y de un intenso fanatismo religioso, asesinaron a civiles desarmados, torturaron, secuestraron y saquearon. Un procedimiento, no un desequilibrio. La tropa rusa, por mayores datos, viaja con sistemas de incineración para desaparecer los cuerpos de las víctimas. También de gran parte de sus soldados y así evitar el impacto embarazoso de las bolsas negras.

Que este desastre en Bucha y otras ciudades se haya conocido, es más que un dato político. Indica pistas de la evolución del conflicto. Es un daño colateral que no pudo ser encubierto. Se debió a que Rusia aceleró el retiró de sus militares de esas regiones en una medida dictada por las circunstancias negativas en el terreno.

El trasfondo importante de este episodio es la constatación de un movimiento caótico y desordenado como parte de una estructura obligada a rearmar sobre la marcha su arenero estratégico.

El estupor de los propios jerarcas rusos ante la difusión de las masacres y la necedad de sus explicaciones, confirma este supuesto. También, que gran parte de la operación militar, en absoluto su totalidad, se esté concentrado en el este y el sur de Ucrania donde el escenario indica al menos una mejor perspectiva. 

Pero ese curso podría prometer una guerra extendida en el tiempo, desarrollo que, como es claro, camina lejano de las expectativas iniciales del líder ruso.

Esa extensión del conflicto tampoco es una buena noticia para la parte occidental. La guerra agudizó la crisis económica que llegó con la pandemia. Un dato de la época es el regreso de la inflación también en el norte mundial. Estados unidos avanza a un uno por ciento mensual de costo de vida, cifra sin precedentes que sobrevuela negativamente el futuro electoral inmediato de Joe Biden.

El bloque europeo, con matices, sigue el mismo camino. El efecto más notorio de esos desequilibrios es la disparada del valor de la energía domiciliaria y de los alimentos con un efecto social directo que erosiona el poder de los gobiernos.

Para Putin puede ser una consecuencia útil porque apuesta a que el malestar popular obligue a los gobiernos a retroceder o por lo menos a no avanzar en más sanciones ligadas a la energía contra Rusia.

La anterior gran crisis económica de 2008 aplastó a las clases medias y fue el parto de potentes emergentes populistas en Europa y EE.UU. Sin embargo las circunstancias actuales hacen difícil esperar una repetición de esa secuencia. 

Por el contrario, el drama de Ucrania, sus tremendas características, reclama un consenso moral, como el que suponía Kant a fines del 1700 para prevenir las guerras, que la humanidad siempre ha menospreciado. Como ahora Rusia, cada vez más aislada, montando ese tigre. 


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews

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