Edición especial sobre el legado económico de la dictadura y sus consecuencias sobre el crecimiento de la economía
JUAN MANUEL TELECHEA
Hoy se cumplen 46 años del inicio de la dictadura, uno de los hechos más trágicos que ocurrieron en Argentina. El “Proceso de Reorganización Nacional” no solo significó un quiebre democrático, social e institucional, sino también económico.
Como veremos a continuación, allí se dio inicio a una transformación financiera que sentó las bases de las crisis recurrentes que afectan a la economía argentina desde ese entonces.
UN ESTANCAMIENTO QUE DURA HASTA HOY
El quiebre más significativo que trajo aparejado el gobierno de facto fue el fin del crecimiento económico, como se puede ver en el gráfico a continuación. Salvo por los años afectados por la gran crisis internacional de los ’30, la economía argentina sostuvo tasas de crecimiento positivas –y en muchos años elevada- hasta 1975.
Ese año es, en realidad, donde podemos ubicar el quiebre, tras el “Rodrigazo” (la devaluación de más del 300% en el tipo de cambio que aplicó Celestino Rodrigo, el ministro de Economía del gobierno de Isabel Perón).
Tasa de crecimiento de la economía argentina (prom. móvil 5 años)
Fuente: Elaboración propia en base a Ferreres e INDEC.
Como veremos en breve, la combinación del Rodrigazo con el modelo económico aplicado por la dictadura fue la génesis del declive de la economía argentina: en los 43 años que van desde la salida de la gran crisis internacional en los ’30 hasta el inicio de la dictadura, la economía argentina mostró solo en 8 años una tasa de variación negativa (aproximadamente, 1 cada 5 años). En cambio, en los 46 años que van desde el inicio de la última dictadura hasta la actualidad, la economía se contrajo en 26.
Si bien es imposible negar la relevancia del Rodrigazo como elemento desestabilizante de la economía (dicha devaluación fue 4 veces superior a la más alta que se había registrado hasta ese entonces), con eso no alcanza para explicar un proceso sostenido de declive.
lgo similar se puede decir del nivel de conflicto social de esa época, que en buena medida fue reprimido violenta y trágicamente por las fuerzas militares del Estado. Nos falta un componente cuyo impacto negativo haya perdurado lo suficiente en el tiempo como para afectar el crecimiento económico por varios años. Y ahí aparece la deuda en moneda extranjera y la “obsesión” por la compra de dólares.
EL DÓLAR ENTRA EN ESCENA
Aunque suene sorprendente, a los pocos meses de la llegada del gobierno de facto, el FMI le aprueba un crédito por US$ 300 millones, que según las Memorias del Banco Central de la República Argentina (BCRA) de 1976 era “el mayor acordado hasta ese momento a un país latinoamericano” (Schvarzer, 1986). Esto permitió reforzar las escasas reservas disponibles del BCRA y estabilizar las expectativas de devaluación.
Si bien ya habían existido momentos anteriores en los cuales el gobierno había contraído deuda en moneda extranjera (tanto en los mercados financieros como con el FMI), la novedad en este caso estuvo marcada por la desregulación y la apertura de la cuenta financiera, lo que permitió incorporar a un nuevo tomador de deuda (las empresas privadas) y al ingreso de capitales financieros externos.
Es importante destacar que este proceso se observó a escala mundial y estuvo potenciado por un contexto de elevada liquidez global tras la salida del sistema monetario y financiero establecido por los acuerdos de Bretton Woods. Esto llevó, por un lado, a que las empresas locales pudieran tomar créditos “baratos” en dólares y, por otro, a que los capitales financieros internacionales ingresaran al país, atraídos por las elevadas tasas de interés domésticas.
Este proceso se vio (auto)reforzado por la apreciación en términos reales del tipo de cambio, provocada precisamente por el fuerte excedente de divisas que estaban ingresando al país. O sea, estos capitales ingresan sus dólares al sistema financiero local y los transforman en pesos, depositándolos en activos financieros locales con un rendimiento elevado en pesos, que luego serán nuevamente convertidos a dólares para concretar la ganancia.
Para que esta estrategia funcione, la clave está en que el tipo de cambio no se devalúe, dado que eso automáticamente borraría las ganancias obtenidas. Pero esto lo asegura el propio ingreso de estos capitales, sumado al endeudamiento en moneda extranjera, que genera un excedente de dólares que permiten que el tipo de cambio se mantenga estable.
Acá es donde surge el concepto de la “bicicleta financiera” y la plata dulce. Esto llevó a que en tan solo cinco años la deuda externa se multiplicara por cuatro.
Evolución de la deuda externa pública y privada (en millones de US$)
Fuente: Schvarzer 1986.
Como siempre, esto funciona hasta que pasa algo que haga dudar acerca de la estabilidad del tipo de cambio. En este caso, fue la fuerte suba de tasas que aplicó Volcker, el presidente del Banco Central de Estados Unidos a fines de los ’80, que no solo provocó la abrupta salida de estos capitales sino que encareció drásticamente los pagos de la deuda externa.
Sigaut, el ministro de Economía que acababa de reemplazar a Martínez de Hoz, lanza su famosa frase “el que apuesta al dólar pierde” y a los pocos días, como era de esperar, hace exactamente lo contrario y aplica una fuerte devaluación del tipo de cambio. Dado lo endeudado que estaba tanto el sector público como el privado, esto desata una tremenda crisis financiera que lleva a que en menos de dos años el tipo de cambio se devaluara más de 1.800% y que este proceso termine a fines de 1983 con una inflación superior al 400%.
UN ANESTÉSICO LETAL
Como vimos al principio, el proceso económico llevado a cabo por la dictadura provoca un quiebre económico, plasmado en un estancamiento que perduró en el tiempo. Y la novedad de este proceso, asociada a dicho estancamiento, hay que buscarla en la dimensión financiera, en particular en las nuevas dinámicas que surgen a partir del uso de las divisas.
Los dólares dejan de ser utilizados solamente con fines productivos (para importaciones) y pasan a tener una demanda igual o más relevante por motivos financieros (ya sea para obtener una ganancia o para preservar el valor de los ahorros). En términos del balance de pagos: la dinámica cambiaria deja de estar exclusivamente asociada a los flujos comerciales (la cuenta corriente) y ahora se incorporan los flujos financieros (la cuenta capital y financiera).
La otra parte clave de este rompecabezas es la inflación. No se puede pensar una sin la otra. Como mostramos en una edición anterior, la elevada inflación incentiva la demanda de dólares como mecanismo de defensa para evitar la pérdida del poder de compra y del ahorro, lo que a su vez presiona sobre la devaluación del tipo de cambio (que termina provocando más inflación). En mayor o menor medida, este círculo vicioso es el que se viene repitiendo desde ese entonces.
Como una muestra de este proceso dolarizador, podemos comparar cómo era la tenencia de activos del sector privado entre 1941 y 2020 (en qué ahorra la población argentina). Como muestra Eduardo Corso en este trabajo, prácticamente el 100% de la tenencia de activos del sector privado en 1941 estaban distribuidas entre distintos instrumentos de ahorros en pesos, mientras que en 2020 eso se redujo a menos del 30%, en tanto que el 70% restante se encuentra en instrumentos denominados en moneda extranjera. Un claro proceso de dolarización.
Entonces, la gran novedad que surge a partir del proceso económico instaurado por la dictadura es la demanda de dólares por motivos financieros. Lo cual significa un elemento adicional de presión sobre su valor.
Así, mientras que en los años anteriores el Banco Central buscaba mantener el valor del dólar de modo de compatibilizar lo que podríamos denominar la estabilidad nominal de la economía (una inflación controlada) con la estabilidad social (un nivel de tipo de cambio que esté en línea con un salario real acorde a las demandas y necesidades de su población), ahora se sumaba un componente adicional, la estabilidad financiera (un tipo de cambio que esté en línea con la demanda de dólares como instrumento de ahorro y la tasa de interés internacional).
Trilema de la estabilidad cambiaria
Ahora bien, la apertura financiera también implicó el aumento de la capacidad para tomar deuda, tanto por parte del sector público como del privado, brindando una fuente adicional de divisas que justamente podría servir para equiparar la demanda de dólares por motivos financieros.
El tema es que esta herramienta, como quedó demostrado en los párrafos anteriores, es un arma de doble filo dado que si se utiliza de manera irresponsable no solo no contribuye a la estabilidad financiera de la economía sino que exacerba los desequilibrios cambiarios.
Para peor, estos procesos de endeudamiento demandan una mayor cantidad de tiempo para ser solucionados, dado que a los problemas coyunturales que trae aparejada la devaluación del tipo de cambio (salto inflacionario, caída del poder adquisitivo y de la actividad económica) se le suman aquellos vinculados con el endeudamiento (procesos de reestructuración, programas económicos para recuperar la capacidad de pago, entre otros), algo que también queda claro al ver la evolución de la actividad económica en los años inmediatamente posteriores, durante la gestión de Alfonsín.
La deuda, al igual que la dictadura, terminó funcionando como un mecanismo disciplinador -por la fuerza- de la economía argentina, con las consecuencias que ya conocemos.