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ESCENARIO
Escritor: La destrucción del pueblo ucranio. Fuga: Periodistas y profesionales huyen de Putin
DIARIOS/MINING PRESS/ENERNEWS

Las leyes aprobadas por el Kremlin tienen penas de hasta 15 años para quien cuestione la versión oficial de la guerra

20/03/2022

 

SERHIY ZHADAN * 

El escritor más importante de Ucrania vive en Charkiw, cerca de la frontera con Rusia. El bombardeo constante es ahora parte de su vida cotidiana. Su mensaje al mundo es claro:

“En los últimos ocho años, desde la anexión de Crimea, a menudo he visto a ciudadanos de Alemania, Francia o Suiza buscando nuevas formas de no llamar a las cosas por su nombre propio.  Por ejemplo, no llamar a Rusia "agresor", no llamar a Putin "sinvergüenza", no llamar a la guerra en Donbass una "guerra ruso-ucraniana".  Hemos visto cómo las potencias occidentales han continuado comerciando con el Kremlin, y continúan haciéndolo, diciendo palabras elegantes sobre "libertad" y "democracia".

 No sé cuándo terminará esta guerra y qué precio tendremos que pagar por nuestra victoria.  Pero me gustaría decir algunas palabras sobre la responsabilidad colectiva de Occidente por todo lo que está pasando aquí.  

Has negociado durante demasiado tiempo y con demasiada desvergüenza con los perpetradores de esta guerra.  Has vacilado durante mucho tiempo entre tus principios y tu comodidad, olvidando todas las obligaciones de la sociedad.  Permitió que la propaganda rusa inundara su conciencia con mentiras sobre los "nazis ucranianos" y la "Guerra civil en Ucrania" o el "conflicto social".  Tienes una responsabilidad.

En mi opinión, después de lo que hicieron los rusos en Mariupol, Kharkiv, Chernihiv y otras ciudades ucranianas, no puede haber compromiso con la Rusia de hoy.  Porque esta no es una guerra entre el ejército ruso y el ejército ucraniano.  Es una guerra entre el ejército ruso y el pueblo ucraniano.  Lo que está pasando aquí es un genocidio.  Los rusos están diezmando deliberada y sistemáticamente a la población civil de Ucrania.  Destruyen la infraestructura, bombardean escuelas, teatros, museos, iglesias, edificios residenciales.

Esta es la destrucción del pueblo ucraniano.  

Y los rusos tendrán una responsabilidad colectiva por esto.  Una cosa debe entenderse aquí: en este conflicto, aquellas ciudades que aún eran leales a Rusia incluso después del comienzo de la guerra de 2014 son las que más sufren.  Cuyos residentes sintieron que pertenecían a Rusia y trataron de separar al pueblo ruso de Putin.  En las últimas tres semanas, Rusia ha hecho todo lo posible para que los ucranianos de habla rusa del Este pierdan sus ilusiones sobre la población de la Federación Rusa.

No nos está matando un Putin abstracto, sino ciertos ciudadanos del país atacante que han venido aquí con ese mismo propósito: matarnos.  No hay otro nombre para ello.

El Kremlin puede difundir tantas tonterías sobre la "desnazificación" como quiera, pero esas mentiras idiotas pierden todo sentido cuando ves el teatro Mariupol bombardeado.

Queridos europeos, no os hagáis ilusiones: este no es un conflicto local que terminará mañana.  Esta es la Tercera Guerra Mundial.  Y el mundo civilizado no tiene derecho a perderlo si se considera civilizado e independiente.”

* Poeta, novelista, ensayista y traductor ucraniano

 


FUGA DE CEREBROS: MILES DE PROFESIONALES HUYEN DE PUTIN A TURQUÍA

ANDRÉS MOURENZA/El País

La vida de la periodista Valeria Ratnikova, de 22 años, dio un vuelco en apenas cinco minutos. El tiempo que tardó en comprar un pasaje de avión de Moscú a Estambul. “Tuve que actuar muy rápido porque apenas quedaban billetes”, relata.

Empaquetó deprisa el equipaje (ropa de entretiempo, un par extra de zapatos, productos de higiene, el portátil, la tableta y cargadores), cerró la puerta de su apartamento y se fue hacia el aeropuerto. Atrás quedaban sus pertenencias y toda una vida. Y la duda de no saber si podrá regresar. “Ha sido una decisión muy dura. Jamás pensé en abandonar Rusia”.

Ratnikova terminó su carrera universitaria hace tres años y se presentó enseguida en Dozhd TV porque quería dedicarse al periodismo político y hacerlo en uno de los pocos medios autónomos respecto de las directrices del Kremlin que existían en su país.

No fue fácil: el año pasado, este canal de televisión, como muchos otros medios y periodistas independientes, fue declarado “agente extranjero”, lo que implica que deben publicar sus contenidos bajo esa etiqueta, además de sufrir mucho más control por parte de las autoridades.

“Nuestro canal era uno de los pocos que cubría la guerra en Ucrania de forma objetiva y nuestra audiencia creció mucho. Eso al Gobierno no le gustó, y a los seis días bloqueó nuestra web porque decían que publicábamos bulos. Lo cual es mentira. Al mismo tiempo aprobaron la ley que condena a prisión a quienes diseminen información no oficial; por eso decidimos irnos”, afirma.

Casi todos los medios independientes han sido cerrados y hasta 300 periodistas rusos han elegido la vía del exilio, explica otra periodista refugiada en Estambul que pide que no se publiquen sus datos. Por llamarle guerra a la guerra (en lugar de “operación militar especial”) pueden caer hasta 15 años de cárcel, más que por asesinar a alguien.

Valeria es solo una de las decenas de miles de compatriotas que han escapado de la Rusia de Vladímir Putin en las últimas semanas. Opositores rusos elevan esta cifra a 300.000. Desde el inicio de la invasión de Ucrania, en el país se han disparado las búsquedas en internet de términos como “emigración”, “vuelos”, “visados”, “asilo político”...

Los cerca de 50 aviones que aterrizaban diariamente en Estambul procedentes de Moscú, San Petersburgo y otras ciudades rusas se han ido reduciendo progresivamente a apenas 15: los operados por Turkish Airlines y alguna pequeña aerolínea rusa.

De ahí que los precios se hayan elevado hasta superar los 1.500 euros, en un momento en que el rublo ha perdido más de un cuarto de su valor. Aun así, los vuelos desde Rusia aterrizan en Turquía llenos de pasajeros desde hace semanas. Lo mismo ocurre en los países vecinos que aún mantienen las conexiones aéreas: a Georgia han llegado varios miles de ciudadanos rusos, y en Armenia están aterrizando unos 6.000 al día, según un miembro del Parlamento.

Y en Israel han aterrizado otros 2.000. Hay quienes están optando también por Asia o países del golfo Pérsico, pero Estambul ofrece una vida más asequible, según apunta una joven rusa, y buenas conexiones con Europa Occidental, objetivo final de muchos de estos emigrados.

Daniil, un técnico que trabajaba con organismos oficiales y temía por su seguridad en Moscú dada su participación en las protestas contra la guerra, denuncia: “Todo está cambiando muy rápidamente en Rusia. Después del 24 de febrero nos despertamos en un país diferente. Cada día se aprueban nuevas leyes, cada vez más duras. Antes la represión era ocasional; ahora es masiva. Antes sabías que quizá podías terminar en prisión por tus ideas políticas, ahora sabes que vas a terminar en la cárcel, cien por cien seguro. Tenía miedo de que algún compañero me delatase por algo que he dicho o hecho”.

El temor no es infundado a tenor de los últimos discursos de Putin. El miércoles, el presidente ruso denunció a los “quintacolumnistas” que “viven mentalmente” en Occidente: “El pueblo ruso siempre será capaz de distinguir a los verdaderos patriotas de la escoria y los traidores, y escupirlos de la misma forma que se escupe un mosquito que accidentalmente te entra en la boca”.


Un porteador turco transporta edredones y ropa de cama a una de las viviendas alquiladas por el proyecto Kovcheg para acoger a rusos que han huido de su país por el deterioro de la situación política, pero tienen dificultades para acceder a sus fondos por las sanciones


El éxodo no es únicamente de periodistas o individuos significados con la oposición. Académicos, artistas, técnicos, programadores, diseñadores y otros empleados del creciente sector tecnológico también se han unido. Alexéi Levinson, analista del Centro Levada de Moscú, explica: “Se trata de profesionales con un nivel educativo alto. Hay quienes se marchan porque se sienten en peligro debido a la situación política y quienes lo hacen por la situación económica”.

“Rusia”, añade Levinson, “está a las puertas de una situación económica muy mala. Debido a las sanciones, muchas compañías están marchándose o cerrando porque no pueden proveer servicios o mercancías. Y este déficit de profesionales va a empeorar aún más las cosas”. El que los dirigentes rusos califiquen de “traidores” a quienes emigran tiene como objetivo, según este analista, detener esta fuga de cerebros.

Anna, experta en marketing y empleada en una de las empresas afectadas, relata: “En mi avión a Yereván estaba claro, por la pinta, que todo era gente de las tecnológicas y de la intelectualidad. El vuelo se retrasaba y entró un hombre con un distintivo del FSB [servicio de seguridad interior ruso] a hacer comprobaciones. Alrededor del avión había además hombres con uniforme militar, lo cual era muy raro. Fue muy estresante. Así que cuando aterricé en Yereván suspiré aliviada”.

En la capital de Armenia se alojó durante unos días, sin parar de encontrarse rusos por todas partes: “Incluso se han marchado compañeros que eran de esos que no se despegan del ordenador y odian viajar”.

Muchos no saben qué será de ellos porque trabajaban en proyectos gestionados desde Rusia, pero destinados a empresas de Europa o Norteamérica. Además, se enfrentan a un problema: solamente disponen del dinero que pudieron retirar antes de irse. Las sanciones occidentales han hecho que sus tarjetas bancarias dejen de funcionar y la desconexión del sistema SWIFT hace prácticamente imposibles las transferencias. El diario turco Dunya publicó esta semana que se ha notado un gran incremento de la apertura de nuevas cuentas en bancos turcos por parte de ciudadanos rusos.

Anna, por ejemplo, ha tenido que echar mano de la tarjeta de su novio, que lleva años residiendo en el Reino Unido; pero otros no tienen ese apoyo. Asociaciones de periodistas en Turquía se han organizado para acoger a sus colegas rusos. Otras iniciativas, como la denominada Kovcheg (El Arca), financiada por el magnate exiliado Mijaíl Jodorkovski, tratan de ayudar también a los rusos que escapan.


BRECHA GENERACIONAL
Tres voluntarios rusos ayudan a un porteador turco a cargar los edredones, sábanas y almohadas que acaban de comprar en una bocacalle del barrio de Yenikapi. Arrastrando su carretilla, el porteador enfila las empinadas cuestas hasta el apartamento que los miembros de Kovcheg han encontrado: un alquiler decente por seis habitaciones, que les permitirá alojar a 12 personas.

Quienes se acogen a esta ayuda deben solicitarlo, y la asociación comprueba su historia para certificar que corren riesgo si permanecen en Rusia, puntualiza Eva Rapoport, una antropóloga que residía en Estambul y se ha unido al proyecto como voluntaria: “Yo no estaba involucrada en ningún movimiento de protesta, pero esta guerra ha superado cualquier línea roja. Y no podía quedarme de brazos cruzados. Así que ayudo a estas personas que se han quedado entre la espada y la pared, entre Putin y las sanciones”.

Daniil y Sasha son los primeros en llegar al piso, recién aterrizados desde Uzbekistán. “Teníamos mucho miedo de no poder salir, de que se cancelasen todos los vuelos al exterior”, explica Sasha: “Nos ocurrió varias veces que no pudimos comprar los vuelos porque se cancelaban en medio del proceso. Y cada vez hay más rumores de que cerrarán las fronteras para que no se vaya nadie”.


Daniil y Sasha huyeron de Rusia y llegaron a Estambul a través de Uzbekistán, temerosos de ser detenidos por su participación en las protestas contra la guerra


UNA PEQUEÑA MOSCÚ EN ESTAMBUL
Otra académica, que prefiere no dar su nombre, explica su huida en que no quería quedarse en “un Estado que se está convirtiendo en totalitario”.

En su caso ha roto, además de con su patria natal, con su familia: “Mi madre me dijo que soy una traidora y que me avergonzaré de mi decisión. Lo peor es que tiene parientes en Ucrania. Yo ya he renunciado a convencerla. El problema es la televisión, mis padres se pasan el día con la televisión encendida y la propaganda estatal es como una secta: les dice que les van a mentir y que son objeto de una conspiración, y ellos se creen que es la única verdad. No han aprendido a buscar diferentes fuentes de información”.

No es la única. “Mis padres no apoyan lo que está pasando, pero tampoco entienden abandonar el país. Así que hemos llegado al acuerdo de no hablar de las noticias. Además, podría ser peligroso para ellos”, asegura Anna poco antes de despedirse de la entrevista.

Son casi las 10 de la noche del martes y va a empezar el concierto: cientos de personas esperan pacientemente a que les permitan entrar a Kadiköy Sahnesi, la sala donde va a actuar el popular rapero ruso Oxxxymiron. El 11 de marzo anunció en las redes sociales su actuación en Estambul bajo el lema Rusos contra la guerra, cuyos ingresos se dedicarán a ayudar a los refugiados ucranios.

Las entradas se agotaron en pocas horas. En la sala, los asistentes, casi todos rusos, corean frases contra Putin y a favor de Ucrania; y en escena, el rapero dice que, pese a haber escrito su nuevo álbum antes de la invasión, sus letras “resuenan más ahora”: “Puedes respirar atemorizado y quedarte mirando al cielo / Si resistes la mierda que nos rodea, no lo hagas con cara triste / Todo se repetirá, más de una vez. Pero estamos vivos por ahora / Es demasiado pronto para que fertilicemos la negra tierra”.

Varios de los rusos emigrados temen que la “rusofobia” desatada por la actuación de su gobierno termine por afectarles, aunque en Turquía todavía no se han dado casos como sí ha ocurrido en Georgia o en países de Europa Occidental. “Nuestra misión es explicar que no todos los rusos apoyan la guerra. Es una tarea muy importante”, sostiene la periodista Valeria Ratnikova. Sobre todo porque no saben cuánto durará su exilio.

Al final de un callejón que parte de la avenida Istiklal, subiendo unas estrechas escaleras, hay un restaurante que parece de otro tiempo. Lo es. Las sillas de madera, la pianola, los candelabros mantienen la elegancia de hace un siglo. Se llama Istanbul 1924, antes se llamó Rejans. Y es uno de los vestigios de la comunidad rusa de Estambul: aquí los emigrados rusos enseñaron a los turcos a beber vodka con limón, a apreciar nuevas artes escénicas.

El local se convirtió en uno de los centros de tertulias políticas y culturales de los años veinte, cuando más de 200.000 rusos blancos escaparon de su país tras la Revolución y la guerra civil, entre ellos el pintor Pável Chelishchev, la familia Smirnov (que estableció su destilería de vodka en Estambul durante cuatro años) o un niño llamado Vladímir Nabókov [tiempo después autor de la novela Lolita, entre otras]. Años más tarde, también eligió esta ruta hacia el destierro otro ruso de renombre: León Trotski.

“Muchos rusos llegan a Estambul como escala para obtener un visado e irse a otro país. Pero algunos se quedarán, porque está cerca de Rusia”, opina la antropóloga Eva Rapoport: “Así que Estambul podría convertirse en un foco de cultura rusa no putiniana, que muestre que Rusia es mucho más que apoyo a la guerra”.

 


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