JORGE CASTRO *
La estrategia de desarrollo de Vladimir Putin se funda en una estrecha y deliberada asociación entre el Estado y el sector privado – tanto ruso como transnacional – destinado a explotar todo el enorme potencial de recursos naturales de la Federación, el primero del mundo, ante todo los de Siberia y el Ártico. “El futuro del desarrollo ruso está en Siberia”, dice Putin.
Esta posibilidad, que es una estrategia en marcha, es la que le otorga a Rusia un papel definido y extremadamente relevante en la economía global completamente integrada del siglo XXI.
El núcleo de esta estrategia no es la interrelación entre el sector público y el privado, lo que sería una “economía mixta”, o un “capitalismo de Estado” – como fue la nueva política económica/NEP durante la etapa Lenin y los primeros años de Stalin/1921-1928 -, sino una apuesta sistemática al dinamismo del sector privado, tanto nacional como transnacional, sobre la premisa de la plena integración de Rusia en la economía mundial.
Es una estrategia fundada en la presunción del liderazgo ruso en varias tecnologías de avanzada.
En primer lugar, en el campo de la energía nuclear, que abarca desde los rompehielos de ese signo a las plantas nucleares flotantes de generación de energía. A esto hay que sumarle la ingeniería de avanzada en la fabricación de aeronaves, y en general, a través del despliegue de la industria misilística, el pleno desarrollo de las tecnologías espaciales.
En la Costa Norte de Siberia, sobre el Ártico, se encuentra Pevek – un antiguo gulag del periodo soviético -; y allí se haya estacionada la plataforma nuclear flotante “AkademicLomonosov”, capaz de abastecer de energía a más de 700.000 personas, y a un parque industrial integrado por más de 600 fábricas.
El “Lomonosov” integra una flota de 6 plantas nucleares flotantes ya en operaciones que está destinada a proveer de energía a toda la Costa Norte del Ártico.
El objetivo de este inmenso despliegue de tecnología nuclear de avanzada es convertir a Pevek en el “hub” central de la navegación por el Ártico los 12 meses del año; y de esa manera conectar los inmensos recursos naturales de Siberia – el cobre en primer lugar – con el mercado mundial.
Incluso ocurriría en los meses de marzo a noviembre, cerrados antes al transporte marítimo por los hielos del Océano Ártico.
El dato estratégico fundamental es que el aumento de la temperatura provocada por el cambio climático ha beneficiado extraordinariamente a Rusia con una disminución de más de 50% en los fríos extremos de Siberia y el Ártico, lo que ha ocurrido en los últimos 10 años.
En suma, ahora es ampliamente posible el transporte marítimo en la Ruta Norte del Ártico los 12 meses del año, con una ventaja de 14 días o más en relación a la ruta tradicional del Sur, que se realiza a través del Mediterráneo y el Canal de Suez.
La nueva Ruta del Norte requiere para su funcionamiento pleno una inversión de US$ 12.000 millones, que ya tiene asegurada su operador, que es la Compañía Logística de Emiratos Árabes Unidos/DP World/UEA que cuenta con capitales alemanes, franceses, australianos, y británicos.
Las cargas transportadas por la Ruta Norte ascendieron a 1,5 millones de toneladas en 2000, aumentaron a 33 millones de toneladas en 2020, y llegarían a 80 millones de toneladas en 2024.
El viaje en la Ruta del Norte desde el Puerto de Busan en Corea del Sur a las instalaciones de Rotterdam en los Países Bajos, se realiza a través del estrecho de Bering, que separa a Alaska (EE.UU.) de las costas siberianas. Tarda 27/28 días, en tanto que la Ruta del Sur, que atraviesa el Canal de Suez, exige una travesía de 40 días de duración. Esta diferencia disminuye en más de 1/3 los costos de transporte por el Norte.
La preocupación de Putin es la reconstrucción del Estado Ruso fundado por los Romanov en 1612, y desintegrado en 1991, cuando fue arrastrado por la implosión de la Unión Soviética. No hay en modo alguno un intento de recuperar el sistema soviético que fracasó en términos absolutos en el colapso de ese año.
La apuesta de Putin es 100% capitalista; y la premisa de su estrategia es que la caída de la Unión Soviética se produjo tras 2 décadas de estancamiento de origen interno, que consistió en la carencia absoluta de incentivos endógenos para innovar.
La economía soviética era un sistema totalmente autárquico – el comercio exterior era solo 4% del PBI – y completamente burocratizado: la proporción entre funcionarios/burócratas y trabajadores era 7 a 1; y una vez desaparecido el Terror – que era el mecanismo para innovar de Stalin – después de su muerte en 1953, el colapso era inevitable.
Desde entonces hasta el final, todo dependió de la “economía en negro”, hasta que finalmente ésta se agotó en la década del ’80.
Si hay un lugar en el mundo donde el comunismo no puede volver es Rusia: el PBI cayó -17% en 1990/1991; -19% en 1991/1992; y -11% en 1992/1993, y produjo una catástrofe sin igual en la historia del planeta.
De ahí la búsqueda de una estrategia de desarrollo 100% capitalista e integrada al mundo de Vladimir Putin.
* Analista Internacional. Columnista de Clarín. Presidente del Instituto de Planeamiento Estratégico (IPE). Autor del libro El Desarrollismo del Siglo XXI