RICARDO N. ALONSO *
Agradezco al Dr. Sebastián Apesteguía por haberme invitado a participar en un libro de homenaje recordatorio sobre José F. Bonaparte que me trajo a la memoria los momentos vividos circunstancialmente al lado del gran paleontólogo argentino. Antes de referir los hechos anecdóticos y autobiográficos conviene señalar, para quienes no lo conocen, trazos de la vida de este singular personaje.
José Fernando Bonaparte (1928-2020) tiene una historia parecida a la de Florentino Ameghino, en el sentido que ambos fueron autodidactas y se convirtieron en referentes internacionales indiscutidos de la paleontología de vertebrados. Mamíferos en el caso de Ameghino en el siglo XIX y, reptiles, especialmente dinosaurios, en el caso de Bonaparte en el siglo XX.
Ambos son también autores de una obra monumental reflejada en millares de artículos científicos y libros, además del descubrimiento de múltiples nombres de taxones nuevos para la ciencia. Dos paralelismos históricos que vale la pena señalar. Es más, Bonaparte se inició en el estudio de mamíferos fósiles, pero las circunstancias de la vida lo fueron derivando hacia los reptiles. A fines de la década de 1950 se radicó en Tucumán.
Desde allí organizó numerosos viajes de exploración paleontológica a La Rioja y San Juan donde descubrió decenas de reptiles fósiles, especialmente dinosaurios del periodo Triásico. Los descubrimientos de Bonaparte y de otros paleontólogos argentinos y extranjeros dieron pie a que Ischigualasto en San Juan se convirtiera en parque provincial, nacional y en Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
A fines de la década de 1970 se estableció en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN) en Buenos Aires. Comenzó a trabajar en todas las provincias de la Patagonia, prospectando dinosaurios de los tres periodos del Mesozoico: Triásico, Jurásico y Cretácico. Por algo lo bautizaron el amo o rey del Mesozoico.
Descubrió o estudió los restos óseos de gigantescos herbívoros y carnívoros, algunos de los cuales tuvieron fama mundial como el Carnotaurus, un carnívoro con cuernos como un toro o el herbívoro gigante Argentinosaurus. También descubrió huevos de dinosaurios, dinosaurios bebé, reptiles voladores y raros mamíferos primitivos que convivieron y se extinguieron junto con los dinosaurios. Fue homenajeado con diversos grupos taxonómicos que otros científicos dedicaron en su honor.
Además recibió numerosos doctorados honorarios, premios nacionales e internacionales, distinciones académicas de prestigiosas universidades de Estados Unidos y Europa, por mencionar algunos de los reconocimientos que recogió a lo largo de su vida nonagenaria. Personalmente conocí a Bonaparte en la década de 1970. Yo estaba entonces fuertemente interesado en los dinosaurios.
Ello gracias a Eduardo Carbajal, a quien ayudaba con su tesis de grado en la sierra de la Candelaria y quien me comentó una noche de campamento, y como al pasar, que en el Valle del Tonco (Salta), en los yacimientos de uranio de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), había huellas de dinosaurios. Esto decidió que años más tarde hiciera mi tesis profesional de geología precisamente allí, donde estaban esas huellas de dinosaurios.
A mediados de los setenta, la gente del Instituto Miguel Lillo de Tucumán, bajo la dirección de José Bonaparte, descubrió restos óseos de dinosaurios y de aves en el sur de Salta, más concretamente en El Brete, departamento de La Candelaria. Lo invitaron a participar en los estudios de ubicación estratigráfica al Dr. José A. Salfity quien dictaba la cátedra de Geología Histórica y él nos llevó, al geólogo Willy Gutiérrez y a mí, como sus ayudantes de campo.
Así pude estar presente en un momento histórico para la paleontología de dinosaurios salteña y argentina, nuestro “annus mirabilis” de 1977, ya que de allí saldrían los descubrimientos del Saltasaurus, un curioso titanosaurio que conservaba restos de la “piel” o “cuero” que lo protegía y que estaba formada por huesecillos dérmicos; el pequeño carnívoro Noasaurus, y también los huesos neumáticos de una nueva subclase de aves: los enantiornites, que diera a conocer más tarde el paleontólogo inglés Cyril Walker.
Allí conocí también a Jaime “Jimmy” Powell (ya fallecido, quien fuera profesor de paleontología de vertebrados de la Universidad Nacional de Tucumán y un experto en titanosaurios), un discípulo dilecto de Bonaparte; además de dos excelentes prospectores y preparadores de restos óseos fosilizados: los técnicos Martín Vince y Juan Carlos Leal. Gracias a lo comentado empecé a frecuentar la Universidad Nacional de Tucumán y a seguir de cerca los trabajos que realizaban Bonaparte y su equipo.
Además, como al final de la carrera debíamos cursar materias optativas, le pedí a Bonaparte hacerlas con él y que me preparara un programa al efecto. Bonaparte no solo aceptó gustoso, sino que además me regaló separatas de la mayoría de sus trabajos, muchas de ellas dedicadas, y puso a mi disposición su excelente y nutrida biblioteca, especializada en el tema, para que pudiera consultar y fotocopiar a gusto.
Mantuve en ese tiempo además una fluida correspondencia en torno a las huellas de dinosaurios de la Quebrada de la Escalera (Valle del Tonco), que estaban en un planchón casi vertical de la Formación Yacoraite. En ese momento me concentraba en las de herbívoros que respondían a una morfología afín a las de los hadrosaurios. Cabe resaltar que las más espectaculares eran las de carnívoros que fueron retratadas por la National Geographic y publicadas en enero de 1993.
También participé con Bonaparte, Salfity y Galileo Scaglia en una posterior campaña a Pampa Grande (Salta) para rescatar mamíferos fósiles de la Formación Lumbrera (Eoceno).
En 1979 y primeros meses de 1980 hice el servicio militar en Buenos Aires. Ello me dio pie a visitar asiduamente el MACN y frecuentar a Bonaparte en su nuevo destino científico. Allí conocí a uno de sus discípulos en ese momento, Fernando Novas, que me ayudó generosamente con el tema que estaba estudiando ya que la idea era publicar los resultados de la tesis en una revista científica.
El artículo salió publicado como: Alonso, R. N., 1980. Icnitas de dinosaurios (Ornithopoda, Hadrosauridae) en el Cretácico superior del norte de Argentina. Acta Geológica Lilloana, 15(2):55-63. Tucumán. A
ntes de esto ya había adelantado los resultados en la “Revista de los domingos” del diario El Tribuno de Salta, que constituyó mi primer artículo de periodismo científico y que me daría pie a continuar escribiendo en distintas secciones del diario por los últimos 42 años.
Un trabajo más completo fue publicado como: Alonso, R. N., 1989. Late Cretaceous Dinosaur Trackways in Northern Argentina. In: Gillette, D. and Lockley, M. (Eds.). “Dinosaur tracks and traces”, Cambridge University Press, Capítulo 6, p. 223-228. Nueva York.
En abril de 1980, por cuestiones laborales de un recién egresado y sin posibilidades en el mundo académico, ingresé a trabajar en una empresa minera de la Puna Argentina dedicada a la producción de minerales de boro (Boroquímica Samicaf). Me dedicaba a la exploración de boratos pero no dejaba de revisar afloramientos en busca de fósiles. Fue entonces cuando descubrí restos de mamíferos novedosos en unas capas rojas que obligaron a reinterpretar la edad y el ambiente de esas rocas.
Dichos fósiles los estudió el Dr. Rosendo Pascual del Museo de Ciencias Naturales de La Plata y determinó que en su mayoría correspondían a marsupiales nuevos para la ciencia. Los clasificó taxonómicamente y a uno de ellos le dio nombre científico dedicándolo al suscripto: Punadolops (Prepidolops) alonsoi. Una semana al mes tenía descanso lo que me permitía viajar a Buenos Aires. Seguí frecuentando el MACN y visitando a Novas o a quienes estuvieran allí, ya que generalmente estaban de campaña en la Patagonia. Un día volví a encontrarme con Bonaparte y en tono seco me dijo si seguía con el “azufre”.
Estaba desilusionado conmigo por no haber continuado con los dinosaurios y seguramente pensó que le había hecho perder su valioso tiempo. Traté de explicarle la situación económica y laboral pero no me dio lugar. Las cartas que le envié posteriormente ya no fueron contestadas. Lo consideré un trato injusto que me dejó un sabor amargo. Luego supe que muchos de sus discípulos habían sufrido maltratos peores. Pero Bonaparte era así, con sus luces que cegaban y sus sombras que lo opacaban.
Sin embargo mi afecto y agradecimiento hacia él se mantuvieron intactos y hoy mismo lo recuerdo como ese gran paleontólogo que fue y que puso a la Argentina en el mapa mundial del estudio de los dinosaurios.
* Doctor en Ciencias Geológicas