GUSTAVO LOPETEGUI *
Es evidente que la transición energética ya comenzó. Al apoyo inicial de los grupos verdes, se le han sumado paulatinamente la opinión pública en general, los gobiernos, los organismos multilaterales y finalmente las empresas petroleras y el mercado de capitales. Las fuentes renovables aceleran su crecimiento en todo el planeta, mientras se cierran generadoras alimentadas con carbón. Nadie duda que estas tendencias continuarán y se acentuarán. Sin embargo, también son muy visibles los grandes interrogantes que existen sobre la velocidad de las mismas.
Las hipótesis detrás del objetivo de cero emisión en el 2050 se pueden calificar de temerarias (tomando las de la Agencia Internacional de Energía- IEA, de Mayo-21):
+ Reducción del 11% en el uso de energía primaria entre 2019 y 2050 (-0,4% anual), a pesar de una expansión económica que más que duplica el PBI actual (+3% anual). Como referencia, entre 2010 y 2019 el aumento del consumo de energía primaria fue del 21% (1,9% anual). O sea, sería necesario pasar de un aumento del consumo del 1,9% a una reducción del 0,4% anual.
+ Reducción del 80% en los combustibles fósiles, con la cuasi eliminación del uso del carbón (-98%) y fuertes caídas en el uso del petróleo (-75%) y del gas (-55%), siendo reemplazados fundamentalmente por energía solar y eólica. Estos combustibles representaron el 84% de la energía primaria global en 2019.
+ Más de la mitad de las mejoras provendrían de tecnologías aún no descubiertas.
El reemplazo de combustibles fósiles sería posible gracias a una hiper-electrificación que requerirá enormes inversiones en infraestructura, no sólo en generación sino también en transporte y distribución de electricidad. Pasaríamos de un sistema basado en el uso de combustibles a uno mucho más intensivo en capital. Por otro lado, la intermitencia de las energías renovables obligaría al mantenimiento de capacidad de generación alternativa para determinadas horas del día, al menos hasta que nuevas tecnologías de almacenamiento de electricidad ofrezcan una solución.
Finalmente, estos cambios implicarían un aumento del costo de la energía eléctrica al mismo tiempo que se derrumbarían los precios de los combustibles fósiles.
Este panorama plantea complejos interrogantes económicos, sociales y geopolíticos.
¿Aceptarán las sociedades el mayor costo de la energía en aras de la sustentabilidad?
¿Qué impacto tendrá en el crecimiento económico el aumento del costo energético?
¿Cómo reaccionarán los países en desarrollo que actualmente tienen un consumo per cápita equivalente a ¼ del que tiene el mundo desarrollado y China? El costo de la “nueva” energía, al basarse fundamentalmente en inversiones, sería aún mayor en términos relativos para este conjunto de países que tienen peor acceso al mercado de capitales.
¿Cómo reaccionarán los grandes exportadores de petróleo, cuyas economías y Estados dependen sobremanera de estos flujos? Vale la pena recordar que el costo marginal del petróleo en el Golfo Pérsico es de sólo 25 dólares por barril y su producción es el 25% del total mundial.
¿Estos cambios se conseguirán sin disrupciones económicas y políticas?
¿Las preferencias sociales se inclinarán a favor de la sustentabilidad ambiental versus el crecimiento económico?
¿Estas preferencias serán las mismas en las regiones desarrolladas y en desarrollo?
¿Se podrán evitar conflictos en y con lo países exportadores de petróleo?
Si transición es sinónimo de gigantescas inversiones en nueva infraestructura y los países en desarrollo tienen un desventajoso acceso al mercado de capitales mientras los combustibles fósiles bajan de precio, ¿qué mecanismos serían necesarios para realinear los incentivos a favor de una mayor electrificación?
Recapitulando, la tarea de modificar la columna vertebral del funcionamiento económico global es titánica e inédita, está plagada de grandes y diversas incertidumbres y a la vez que puede provocar importantes conflictos sociales y regionales.
Frente a todos estos desafíos, se observa una nítida desconexión entre los deseos y la realidad. Cumbre tras cumbre se emiten comunicados reafirmando los compromisos y las fechas, sin embargo cualquier análisis somero de las inversiones reales que se realizan muestra que los plazos definidos no se cumplirán. Por otro lado, los precios de los combustibles fósiles no predicen una desaceleración de su consumo.
Sin duda que existen caminos alternativos, como por ejemplo utilizar una mayor proporción de energía nuclear, hidroeléctrica y gas durante la transición. Pero esto implicaría modificar algunas restricciones y ante todo reconocer que el rumbo fijado es más teórico que real.
¿Será que el rey está desnudo mientras todos seguimos opinando sobre la calidad de sus ropas?
* Exsecretario de Energía de la Nación entre 2018 y 2019