DANIEL PÉREZ MARTÍNEZ*

. “(…) podemos cultivar árboles, reverdecer nuestras ciudades, repoblar nuestros jardines, cambiar nuestras dietas y limpiar ríos y costas. Somos la generación que puede hacer las paces con la naturaleza”. Este párrafo, de palabras activas y sentencias firmes, forma parte de la campaña de este año para el día Mundial del Medio Ambiente de las Naciones Unidas, que se conmemora el 5 de junio. En este 2021 coincidirá también con el lanzamiento del “Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas”, una campaña global que cuyo lema es: “Reimagina, recrea, restaura.”

La campaña es realista, sensata y justa, porque no se escapa por el camino fácil de las prohibiciones, todo lo contrario: demanda acción.  Voy pensando esta nota camino a mi trabajo en el proyecto Navidad: son 400 kilómetros de ripio desde Madryn por la Meseta chubutense, que tienen como únicos puntos poblados intermedios a Telsen y Gan Gan, comunas que no llegan a los 1000 habitantes. Para el ojo desprevenido, el paisaje se antoja monótono, aburrido, interminable, aunque con algo de interés es fácil reconocer cuando se deja el monte característico de las últimas jarillas sureñas y comienza el dominio patagónico, con vegetación todavía más baja y rala. Si uno se ha entrenado en diferenciar entre hierbas, arbustos, cactus y gramíneas, entonces el inventario se enriquece y crecen los activos que cotizan en término de número de especies por abundancia. Como decía el perito Moreno en esa humildad que expresa la estepa, se oculta la vida. La vida está allí y sólo hay que saber mirarla, pero aun así, ¿se trata de ecosistemas prístinos, vigorosos, saludables? 

Semillas de junco en un maillín

No, todo lo contrario. Fenómenos naturales tal como los procesos de desertificación natural, los ciclos de las precipitaciones, episodios de ceniza volcánica, coletazos de cambio climático y efecto de sobrepastoreo ovino han degradado significativamente el ambiente en la zona. A diferencia de otras regiones, el impacto humano, proveniente casi exclusivamente de la ganadería ovina extensiva -no hay industrias, o explotación petrolera o minera-, fue de intensidad moderada pero a macro escala.   No es un secreto que más de la mitad de la superficie de la Patagonia extra-andina está degradada, y según algunos expertos una parte significativa ha sufrido procesos irreversibles de degradación ambiental. ¿Irreversible? 

Reimagina

Sigo viaje al oeste, y apenas unos kilómetros antes de llegar a Gan Gan, en lo alto, cruzando un filo de la Sierra de los Chacay se revela una vez más, imponente, enorme, total, la cuenca del Sacanana. Esta cuenca endorreica (que no tiene salida al mar o ríos que llegan al mar) perfectamente delineada por las sierras de Talagapa, el Pirré Mahuida, Lonco Trapial y los Chacay se antoja como una enorme olla cerrada. En su sector más bajo, la laguna verde evapora agua incansablemente a la atmósfera. En el otro extremo, hacia el occidente, recostada sobre la sierra del Lonco Trapial las lomadas anuncian el inicio del denominado “tren Navidad” (un sector del Proyecto). 

Los primeros trabajos de exploración del proyecto Navidad se iniciaron hace poco más de veinte años. En ese momento los pastizales naturales y los humedales que aquí se manifiestan como mallines ya mostraban en mayor o menor medida evidentes signos de degradación.  Aquí y ahora, desde Loma Ginger puedo ver en su totalidad la cuenca. Sus límites llegan hasta donde se pierde la vista. Más cerca alcanzo a percibir apenas la silueta que dejan algunos de los alambrados que rodean las cuatro propiedades que cubren el proyecto. Son quince mil hectáreas que formaban parte de cuatro campos ganaderos. Hace ya diez años que quitamos todos los alambrados interiores y reubicamos ovejas, caballos, cabras y vacas en campos vecinos. Desde aquellos días hasta hoy continúa un lento y gradual proceso de restauración pasiva, y algunos indicadores de recuperación de biodiversidad de flora y fauna nativa expresan mejoras. 

Un mallín enfermo, cubierto de salitre, muriendo

Desde Loma Ginger puedo ver, en realidad imaginarme, la “huella del proyecto”. Esa huella es una silueta imaginaria que abarca todas las estructuras que tendría una mina. Me viene a la cabeza inmediatamente la palabra “megaminería” y pienso en lo relativo de las palabras. Es todo cuestión de escalas. La huella de este proyecto es un poco más de mil hectáreas, que miradas desde aquí son increíblemente pequeñas si las comparo con lo que me rodea. Pienso, imagino y reimagino escalas. Un campo ganadero requiere para ser productivo en esta zona al menos unas diez mil hectáreas, y dentro de este la subdivisión mínima es al menos unas dos mil. La huella de Navidad es menos de la mitad de eso. Cuestión de escalas, escalas temporales y espaciales que nos permiten soñar, imaginar, y reimaginar. ¿Y si las catorce mil hectáreas que se están recuperando son repensadas no en impacto sino en oportunidades de conservación?

Recrea

Ya bajando del faldeo cruzo el mallín Sauzal que discurre entre el tren Navidad y la ruta 4. Es un humedal enfermo, salinizado casi su totalidad y que no logra recuperarse ni siquiera con el descanso que presupone la ausencia de ovejas. Hace 40 años las imágenes satelitales ya mostraban signos fuertes de pérdida de cobertura. Y, paradójicamente, por más que justo debajo hay monumentales cantidades de agua contenidas en acuíferos confinados, el mallín sigue muriendo.  Fue entonces cuando repensamos la factibilidad del manejo de aguas en una posible etapa de producción minera. ¿Y si en vez de mitigar, recreábamos este enorme mallín?

Laguna Santana rodeada por un mallín

Recrear un mallín, es simbólica y prácticamente una contribución directa a la conservación de la naturaleza y al bienestar humano. Los humedales generan agua limpia, mitigan sequías, producen alimento, albergan una rica biodiversidad y almacenan carbono, entre muchos otros servicios ecosistémicos.

Pero lograrlo sólo es posible con acciones directas, no alcanza con las prohibiciones o la inacción. 

Restaura

Ya voy regresando desde Navidad hasta el campamento de Gastre mientras pienso en esta aparente paradoja:  proyectos de restauración ambiental a esta escala, y en estas regiones, son posibles únicamente con un proyecto minero en funcionamiento. Pero no sólo eso, también se necesita sinergia entre gobierno, productores, compañías, educadores y el sector científico tecnológico.

Termino el viaje en el campamento y me gana la ansiedad de releer el material de divulgación de Naciones Unidas para el día del medio ambiente. Resultan más que apropiadas para el final del viaje y de esta nota.

Es tiempo de restaurar los ecosistemas dañados. Los ecosistemas sustentan todas las formas de vida de la Tierra. De la salud de nuestros ecosistemas depende directamente la salud de nuestro planeta y sus habitantes. Así, se puede ayudar a erradicar la pobreza y combatir el cambio climático. Su éxito depende de la colaboración de todos. 

“Tú también puedes proteger lo que queda y reparar lo que ha sido dañado. Seamos activos, no ansiosos. Seamos audaces, no tímidos.”

*Gerente de Sostenibilidad Ambiental y Patrimonial de Pan American Silver Argentina