"Luego vinieron por mí y no quedó nadie para hablar por mí" (Martin Niemöller, Museo del Holocausto)
El bochornoso ataque al Diario Río Negro es la desnuda evidencia de la podredumbre que está carcomiendo las entrañas argentinas, de Norte a Sur y de Este a Oeste
Que un grupo de lúmpenes, seguidores de un cabecilla piquetero procesado por la Justicia por acoso sexual, haya atacado al periódico más importante de la provincia patagónica, ante la pasividad manifiesta de la comisaría policial que está en la vereda de enfrente, muestra como las patotas tienen patente de corso para la destrucción y la siembra del miedo.
Sabedores de su impunidad, los atacantes al Río Negro, que agredieron a los trabajadores de prensa y podrían haber reducido a cenizas a sus instalaciones , tras el vandalismo festejaron en la vía pública con una gran choripaneada regada de alcohol su cobarde gesta heroica.
El río se está saliendo de madre y la pregunta es cuánto falta para que ocurran oleadas de ataques a la prensa, como las que se vieron en otras revueltas latinoamericanas. En particular en Chile en 2019, donde se volvió deporte en medio del llamado "estallido social" la quema de periódicos tradicionales y señeros.
Si las empresas periodísticas la tienen mal en este pulso con la barbarie, mucho peor resulta la fragilidad de los periodistas, trabajadores de a pie que quedan a la merced de delincuentes con chapa sindical, prontuario frondoso y libre circulación por sus fluidos contactos con la política y la Justicia.
Urge que el gobierno provincial y nacional dejen de condenar estos hechos, como si fueran comentaristas, y tomen medidas en un escenario que ya se pasó hace rato de castaño a oscuro.
No menos urgente es que la sociedad salga de su abulia pandémica y haga suya la indignación y exija castigo a los violentos.